Eso que ahora se llama inteligencia artificial, la que entrega el futuro de las personas a las máquinas, dicen que es ahí donde se encuentra un más que lucrativo negocio para el gran capital. Además, parece quererse demostrar la corta inteligencia de parte de la especie humana, porque el negocio se ha empeñado en que una máquina venga a sustituirla en casi todo, porque sabe tratar la ingente cantidad de datos que se le facilita para sacarles provecho. Discutible que semejante engendro de la tecnología pueda etiquetarse como inteligencia de la máquina, aunque sí es posible que lo sea la de sus operadores; en todo caso, al aparato le va ser difícil superar la astucia natural de la especie.
Tal producto, para algunos, diseñado para crear nuevos campos de cultivo del dinero, mientras que, para otros, alimentar el ocio y, en el caso de algunos, para reinventar los métodos tradicionales de fraude, acaso pueda servir a otras actividades útiles. Este pudiera ser el caso del voto electoral, a menudo confundido con eso otro que en política se llama democracia. Dados el progreso de la tecnología en este punto, y en el caso de las sociedades políticas de los países más avanzados, esa inteligencia artificial podría ahorrar tiempo y costes.
Los métodos tradicionales de manipulación del voto, aunque bastante eficaces en sus fines, no son totalmente eficientes, porque siempre se cuela la sorpresa. Entre ellos, la doctrina resulta ser un método idóneo en el caso de los creyentes, ya que exige total entrega y basta con seguir sus consignas, señalando que todo lo que no está dentro de sus planteamientos es un fraude, o, si se quiere, desinformación o bulos, que hay que desterrar por mandato de la casta superior. Otros instrumentos, hablemos de los medios tradicionales de difusión bajo control, los influenciadores, el internet de las grandes multinacionales o las redes sociales, sujetas a vigilancia permanente, si bien ampliamente estudiados y utilizados también para la conquista del voto de cualquier signo, generalmente el determinado por el dueño del dinero, empiezan a no ser demasiado fiables, y a veces provocan resultados imprevisibles. De ahí la necesidad de encontrar un método más fiel en el que la voluntad de lo votantes se vea cumplidamente representada y, lo más importante, sin apenas esfuerzo humano.
Para el que más o el que menos, con exclusión de los que van a sacar tajada, lo de votar se suele entender, además de un derecho y un deber, como un incordio. Aunque la idea parezca y pueda ser descabellada, este modelo vanguardista de inteligencia de las máquinas, también llamada inteligencia artificial, puede solventar el problema. Basta con encargar a sus operarios que consulten a la máquina a quién hay que votar para que ella les entregue la solución, conforme a los ingente cantidad de datos acumulados en su memoria, que serán reflejo de voluntad ciudadana. Problema resuelto. Además, la resolución resulta ser más amplia de ese papel de solventar los inconvenientes de la práctica del voto, en el caso de los votantes; ahí están esos otros que dominan el mundo desde el control del dinero, que ya no tendrán que preocuparse por la posibilidad de imprevistos, ya que transmitirían su superior voluntad sobre el particular a la inteligencia de la máquina.
Como quien maneja el cotarro político ya se sabe quien es, se evitaría también el trabajo de muchos y los gastos generales de adecuar el voto a los intereses del dinero y bastaría con que sus representantes ordenaran a su inteligente máquina que sin más contemplaciones señalara a los personajes elegidos desde la trastienda, preparados para gobernar a las masas dóciles Aquí jugaría un papel decisivo, por su apariencia aséptica, esa inteligencia artificial, por cuyo control todos se pelean, y lo del incordio del voto, para unos, y los imprevisibles, pese a la manipulación, para otros, quedaría resuelto, al señalarse directamente los destinados a gobernar a las gentes siguiendo fielmente los mandatos del engendro, los de la inteligencia del que lo maneja y la de los dueños del producto.
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