En el soliloquio que se tenía y lo lóbrego del filo de la media noche, acompañado por alaridos de perros, de seres humanos y el medio canto de los gallos, Elsa soltó un grito de temor.
-¿Qué ocurre? -preguntó Renato su acompañante de sentimientos.-
-Nada-respondió Elsa-. Y, continuaron con diálogo de sentimientos: A pesar de la oscuridad que reinaba cuyas contraventanas del tiempo estaban cerradas, pero se alcanzaba a distinguir su expresión de susto. La noche tenía sus propias expresiones melódicas, era como escuchar una noche de violines. Sin embargo, siempre existe alguien (es) que intentan abrir la puerta noctámbula.
-Elsa, se inclinó y dijo: a lo mejor, deben de haber sido los espíritus, o alguno, aunque nunca vienen a estas horas, es la misma noche que cae sobre nosotros, de seguro para protegernos.
-Esos, de seguro son los espíritus que deambulan todas las noches, y seguro saben de lo suyo, y es por ello que nadie los ve-replicó Renato-. Ya casi amanecía, venía aproximándose el inicio de la aurora. Las personas ya transitaban las calles polvorientas, así se susurraba en los labios trémulos de la aurora que apareció refulgente y con asomo furtivo. Era un bello amanecer. Esa mañana hacía un frío intrépido, pero ni modo la vida ahí estaba y hay que continuar.
La inquietud de Elsa empezaba a afectar a Renato, lo entorpecía, y además le veía, y descalza, se le aproximó a Renato, cogió un peine y antes que él se atara el cordón del segundo zapato, se atusó el desordenado cabello. A continuación le tendió la chaqueta.
-¿Cómo voy a salir ahora? -preguntó Renato-.
-Más vale que esperes un poco, me asomaré para ver si todo está despejado. Es imposible que sea mi esposo. Sale del trabajo a las cinco-le explicaba Elsa a su amante-. Quienes continuaban hablando en voz muy baja. Elsa temblaba de temor, pero no por los espíritus, ni la noche que había pasado, sino por su esposo, le embargaba la idea de que sería incapaz de conservar, de otorgar una buena explicación que hacía en la calle tan de mañana y toda desajustada. Su calma no era una emergencia, más bien la exasperó. Presuntamente estaban a salvo.
Ella contuvo la respiración y agarró del brazo a Renato, estaba más helada o fría que un muerto. Mientras tanto él siguió la dirección de su mente. Miraban de tal modo que ambos quedaron de cara a las ventanas de sus propios ojos, que daban a la galería de sus laberintos mentales. Las contraventanas estaban ya durmiendo el día. No habían oído pasos pero aquel movimiento silencioso los dejó petrificados, y al ver desembocar un vehículo particular igual al del esposo de Elsa, transcurrió un minuto sin que sonara el menor ruido. Y con el espanto que provoca lo sobrenatural, al aproximarse el vehículo les pasó diciendo adiós don Florencio quien manejaba su vehículo, tenía uno igual al de esposo de Elsa.
En ese instante, ambos por impactos de segundos no se desmayaron o no les dio derrame. Tan escalofriante era aquella visión que Elsa estaba a punto de perder los nervios, abrió la boca para gritar; sin embargo él se apresuró a tapársela con la mano, y el grito quedó ahogado entre sus dedos. El silencio era absoluto. Ella se apoyó en él, con las rodillas temblorosas, y él temió que fuera a desmayarse. Con el entrecejo fruncido y la mandíbula tensa la llevó hasta la esquina, la ayudó a sentarse en el borde de la cuneta. Estaba blanca, él tenía pálidas las mejillas. Permaneció junto a ella. No pronunciaron una sola palabra, entonces ella se puso a llorar.
-No te pongas así-susurró irritado. Si estamos en un lío, estamos ambos, pero ya pasó, no era tu esposo-le decía Renato a Elsa su amante-. Elsa se incorporó paulatinamente, poco a poco iba gesticulando hasta que dijo una frase: hay Dios mío, no me percaté nunca. Nos vemos Renato, no vuelvas a buscarme. Renato no le dijo absolutamente nada, pero en su mente si, esta le decía: no vuelvas más. Ambos se fueron sin despedirse.
A los días, Florencio el vecino, abordó a Elsa. Y la chantajeó, que tenía que salir con él o le comentaba a su esposo. Esto se lo expresó muy furtivamente. Pero ella, le respondió: ni te lo creas, porque no hay pruebas de nada, además esa es su imaginación. Y su mal pensamiento. Mi esposo ya sabe, porque era una diligencia que hacía de él en esa mañana. Elsa se atrevió a decirle eso para hacerle aparecer que todo era puro cuento el de él. Y así fue y pasó a la historia semejante hecho. La aurora los protegió, fue su cómplice.
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