Notorio es al observar, que en los países de gran desarrollo, el ejercicio de la Democracia y el respeto al Estado de Derecho, estos han sido ejes motrices, productores de progreso y desarrollo en bienestar de la sociedad, lejos de tener seres mediocres. En estos países aludidos, el servicio público es para los funcionarios un orgullo.
Generalmente el honor es un patrimonio en la familia, propio de una cultura cultivada con amor, honestidad y eficiencia en el ejercicio de la profesión. Lo anterior hace que el desenvolvimiento de las personas, este responde a factores en el que la educación y el comportamiento dentro de la familia son fundamentales.
Lo anterior se refleja en la cultura que sobresale prevalecer, por lo que la asunción de altos valores éticos y la estima de la dignidad de los ciudadanos, en las relaciones humanas e integrales son inherentes en los ciudadanos de la sociedad de esos países.
Lo anterior es una realidad que funciona. Recién leí una noticia que en un país oriental, un ministro se suicidó al no soportar la ofensa a su honor, ante la denuncia de un supuesto acto de corrupción. Asuntos de cultura.
Aunque cabe reconocer, que los extremos no son buenos, y que para casos de personajes especiales, las apariencias fácilmente engañan. Lo antes me hizo recordar que, hace más de un siglo, cuando el joven Rubén Darío llego a Santiago de Chile, y fue despreciado por el potentado y opulento político de Don Adolfo Carrasco Albano al verle joven imberbe con pantaloncito estrecho, zapatitos casi sonrientes ante su dilatado uso, y su valijita humilde. En Ruben produjo: “Entonces vi desplomarse toda una Jericó de ilusión”.
Para Carrasco Albano, su actitud respondía a una cultura de dos mundos distintos, en que para entonces, “a como a uno lo veían, lo trataban”, aunque para Darío se amparaba en lo apreciado y escrito por su mentor Don Modesto Barrios, el 20 de junio de 1884:”Me le tengáis a mano, no lo desprecies; la chispa del genio ilumina su pupila; ha venido a alumbrar y encantar. Ponedle una pluma en la mano y el Ángel de la inspiración alzara su vuelo y su huella será de luz y armonía”.
No es remoto creer que Don Adolfo Carrasco A., además de dejarse llevar por las apariencias, conociera que para ese entonces, y que para desgracia nuestra, a más de un siglo, Nicaragua es muy similar; un paisito de “normas tradicionales, un tanto pueblerino; cuya capital es poco más grande que una aldea, cuyo población vegeta a la sombra de una mediocre economía, y donde las revoluciones (guerras intestinas) se suceden como periódicas mareas que contribuyen a que el poder se renueve en beneficio de los caudillos abusadores”.
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