Hasta hace poco tiempo, trabajar en la política era una actividad demasiado exigente, porque requería ciertas cualidades y preparación que no estaban al alcance de cualquier persona. Todo porque la política era política. Sin embargo, con esto del progreso mercantil, los derechos formales, las libertades en el cercado, la globalización, las nuevas tecnologías y el cachondeillo generalizado, se ha ido relajando, al punto de que, estando dirigida desde fuera, poco queda por hacer, salvo política de andar por casa. De tal manera que casi se ha puesto al alcance de todos, hasta el extremo de que ahora cualquiera puede dedicarse a la política, pretendiendo acercarse de esta manera a lo que un día se quiso llamar democracia y hoy espectáculo. En realidad, lo que se busca es aliviar el paro facilitando un empleo temporal de lotería, obtenido a base de dar charlas u otras ocurrencias para ganar seguidores. Basta para empezar llamar la atención en internet y sus aledaños, porque no hay que olvidar que este modelo de política que se va imponiendo es, además de casera, política de ocurrencias copiadas. Incluso cualquiera puede fabricarse unas siglas, un partido o similar y echarle cara a la vida esperando que suene el voto por casualidad.
Como la política se hace desde fuera, y solo queda seguir sus instrucciones, en casa basta con jugar a las marionetas. Al final, los personajes del tablado se han hecho tan cercanos y familiares, que cualquiera puede sentirse tentado a desempeñar el mismo papel aunque no cuente con la menor preparación artística. Incluso tiene la ventaja de que se puede practicar desde casa, conciliando con la familia, luciéndose como influenciador o rellenando los momentos de ocio en cualquier lugar de esparcimiento con los contertulios habituales. Tal vez, en esta nueva visión también haya influido el aperturismo de los nuevos tiempos, la proximidad de los gobernantes o aspirantes a gobernantes para con la ciudadanía. Añádase que muchos se han hecho famosos simplemente por estar ahí, debidamente captados por las cámaras, y se han forrado. Por tanto, no es descabellado pensar que traten de subir más arriba y con cualquier discurso probar en la política. Entre unas cosas y otras, lo de tantear saltar a la política tiene su atractivo, mucho más si se puede aspirar a un sueldo fijo temporal y los complementos que acompañan al cargo, sin dedicar años de estudio y preparación.
Pese a lo que se diga, habría que matizar que el acceso a la actividad política, aunque esté devaluada, no se ha puesto al alcance del ciudadano común, ya que exige disponer de ciertas cualidades. Tampoco se trata de algo para privilegiados, por aquello de la igualdad de oportunidades, pero, en primer lugar, evidentemente es preciso contar con cierto nivel de lo que se conoce como facilidad de palabra o expresión fluida. No servirían para ocupar el empleo aquellos que tuvieran poco desarrollado el correspondiente lóbulo cerebral y se quedaran cortos de verbo, porque dominar el discurso es imprescindible, aunque, como sucede a menudo, esté vacío de contenido. Tampoco viene mal cierto grado de ingenio para contraatacar al adversario, y si escasea, basta con saber salir por peteneras.
Echarle cara a la vida es una exigencia igualmente indispensable para conseguir el empleo o, como se suele decir, tener mucha moral —que no es lo mismo que moralidad— y aguantar contra viento y marea. Esa moral de ganador debe ser coordinada con la expresión corporal, hecha a base de sonrisas, aunque haga mal tiempo, y gesto bien medido para cada situación. A veces, es preciso cambiar de marcha, gesticular mucho, hacer aspavientos comedidos con los brazos o dar ritmo a las palmas, porque producen buen efecto entre los presentes cuando se trata del mitin, puesto que las palabras resultan más creíbles y se anima el espectáculo. Es apropiado el empleo de dosis de ingenio, expresado en frases ensayadas, o incidir en lo que dicen las acertadas líneas que le han escrito para el discurso, también lo de salirse por la tangente, incluso los exabruptos puntuales o lo de insultar a los del otro lado para que pidan su dimisión, aunque parecen ignorar que eso supone un aval de permanencia.
Agarrarse al poder, contra viento y marea, es lo fundamental. Tampoco resulta complicado, porque si en otro tiempo cualquier desliz que permitiera ver el plumero al interfecto aconsejaba que dejara paso a otro, hoy no sirve para apearle del carguillo. Si la cosa se pone fea y el jefe supremo se ve comprometido, hay que dimitir para evitar que le despida, porque es quien que puede decidir sobre su futuro, no los deslices, la corrupción o simplemente la delincuencia. No obstante, se trata de dimisiones para guardar las apariencias y lo que resulta imprescindible es que se siga cobrando en proporción al puesto, ya sea a cargo de unos u otros.
Teniendo en cuenta el salario oficial, los complementos y la escasa preparación que se requiere para ser político de oficio ocasional no es extraño que la demanda para ocupar el empleo político se haya disparado. No obstante, pese a la competencia, hay trabajo para todos, aunque sea a distinto nivel, porque la política de andar por casa, como su nombre indica, se extiende desde los locales de ocio hasta las mas altas esferas de la que ahora se empeñan en llamar democracia. No obstante, aunque la política de calidad, haya sido sustituida por la política de andar por casa, siguiendo instrucciones del mandante supremo, lo que ha permitido la emergencia escénica de personajes que buscan un empleo ocasional que aspira a ser vitalicio, a la sociedad de los títulos profesionales, le vendría apropiado exigir el título de político con carácter previo a ocupar cualquier puesto remunerado en el ramo de la política.
Por consiguiente, no estaría de más, en este ambiente en el que la mayor parte de la existencia de muchos mira hacia la política como forma de tener un salario, que, al menos, se exigiera cierta preparación probada documental a los aspirantes. Más allá de improvisaciones ocasionales, el conocimiento básico del oficio, sin duda sería necesario, y esa labor de aprendizaje tendría que hacerse en una escuela homologada. Sin alarmarse por su duración, porque, tal y como están las cosas, contando con legiones de asesores, si se llega a mandar, la ayuda virtual y la demanda social de espectáculo permanente, bastaría asistir un cursillo de corta duración. Como la nueva forma de hacer política no tiene nada que ver con lo que se ha llamado ciencia política, no es preciso mayores exigencias, solo bastaría un títulillo que diera fe de unos conocimientos mínimos sobre el oficio, dejando aparte los grados universitarios. Así, todo este enjambre de los que ellos mismos se llaman políticos, no devaluarían, más de lo que está, esta respetable profesión.
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