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‘Encuentro en las escaleras de la torre’, un amor inmortal

Hoy es mi primer día de vacaciones, mi intención era hacer muchas cosas. Pero la sensación de querer estrujar al máximo cada segundo del día se ha desvanecido al ver en internet una obra de arte
María Beatriz Muñoz Ruiz
martes, 23 de julio de 2024, 09:21 h (CET)

Creemos ver, pero estamos ciegos si no nos percatamos de esos pequeños detalles que la vida nos muestra. Muchas veces vamos en dirección recta sin fijarnos en las curvas que nos indica un camino bien delimitado y perfecto, sin embargo, no miramos al suelo, no nos vemos pisotear las margaritas que por algún motivo permanecían fuera de esos límites, siempre recortando camino… entonces, un buen día, hacemos caso a nuestra intuición, nos damos cuenta de que incluso si abrimos los ojos, el destino puede mostrarnos y darnos unos minutos de paz y belleza, de reflexión y pausa en esta vida de locura.


Hoy es mi primer día de vacaciones, mi intención era hacer muchas cosas, esas que nunca te da tiempo. Esta mañana, a pesar del dolor de cuello con el que me he levantado, he decidido ponerme a hacer un poco de yoga, me he ido a la piscina, y allí seguía pensando en que tenía que aprovechar la tarde y seguir escribiendo la novela en la que estoy enfrascada, debía actualizar la revista, comprar… bueno, imagino que me entenderéis, porque seguramente os habrá ocurrido en muchas ocasiones, esa sensación de querer estrujar al máximo cada segundo del día, y, de repente, se ha desvanecido al ver en internet una publicación de alguien que no conozco, era una breve descripción de una obra de arte, la pintura se llama Encuentro en las Escaleras de la Torre, del estadounidense Frederick William Barton, un pintor estadounidense nacido a finales del siglo XIX.


Como me gustaría poder describiros lo que he sentido al ver esa pintura, es como si la imagen me describiera una historia de amor, una película de dos horas narrada en cada trazo, en cada gesto, como si viajase a esa época medieval y sintiese el dolor de los amantes, su despedida, su amor prohibido… Una torre medieval, donde una noble y su caballero protector comparten un momento de intimidad lejos de las miradas de todos. Los ojos de ella reflejan una mezcla de esperanza y anhelo, él, una mezcla de reverencia y determinación.un cruce de destinos y un susurro de promesas eternas.


El cuadro representa a Hellelil y Hildebrand, dos personajes de una balada danesa del siglo XII. La historia de esta balada, titulada "Hildebrand y Hellelil," narra un amor trágico y prohibido. Hellelil es una princesa que se enamora de Hildebrand, uno de los caballeros encargados de protegerla. Su amor es puro y apasionado, pero debido a las diferencias de clase y las estrictas normas sociales de la época, su relación está condenada desde el principio.


El padre de Hellelil, un noble poderoso, descubre el amor entre su hija y Hildebrand. Indignado por lo que considera una traición y un deshonor, ordena a sus hijos que maten a Hildebrand para restaurar la honra familiar.


La escena de "Encuentro en las escaleras de la torre" es el momento culminante de esta trágica historia: el último encuentro de los amantes en una escalera de la torre, conscientes de que su destino está sellado y que este será su último adiós.


La tenue iluminación que se filtra a través de las estrechas ventanas de la torre baña a los personajes en un resplandor dorado, acentuando la pureza y la intensidad de su encuentro. Los tonos cálidos contrastan con las frías piedras de la torre, creando un equilibrio entre la dureza del entorno y la suavidad del sentimiento entre ellos, que aportan un realismo intenso y un romanticismo centrado en las figuras de los amantes.


Es difícil permanecer impasible ante esta pintura, pero hay mucha gente que lo hace, que recortan camino y andan ciegos en línea recta sin detenerse en esas curvas que te obligan a ir despacio.


Solo espero que el destino me siga deteniendo, que me deje ver una hermosa flor sin pisarla, observar el fuego del atardecer, escuchar el canto de las aves y apreciar el susurro del mar, porque hoy, he sonreído en esa curva y he aprendido a disfrutar del sabor del tiempo pausado.

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