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Anna Karenina: la princesa que desafió y sacudió a las buenas conciencias de las cortes zaristas

Crítica cinematográfica de la película británica basada en la novela de León Tolstoi
Óscar Padilla Lobato
sábado, 3 de agosto de 2024, 09:43 h (CET)

León Tolstoi fue uno de los más grandes escritores y novelistas que ha existido. Su novela Anna Karenina es una obra profundamente compleja en la cual recorre los misterios del alma humana. En ella se describen en detalle los sentimientos y los pensamientos de varios personajes a medida que van experimentando las vueltas de la vida bajo el influjo de las circunstancias y de sus creencias, muchas veces atormentadas y autodestructivas, casi siempre cíclicas e inevitables. Aunque es una novela extensa, el lector la sigue con pasión, tratando de descifrar los comportamientos, de ver para dónde van las vidas de los personajes. Es una obra llena de consideraciones sobre el significado de la vida, sobre el bien y sobre el mal, sobre la justicia, el sufrimiento y la felicidad. Se trata de temas vitales, tratados de forma realista, por personajes que los experimentan a plenitud. Se puede decir que es una aproximación al estudio del alma humana, de largo alcance y creativa.


Desde el comienzo hasta el final, Wright ha concebido la película como una sucesión de preciosas imágenes que van fluyendo desde el escenario de un teatro, transformándose de forma sutil en escenas que transcurren en espacios abiertos o en interiores, pero sin que se pierda la conexión con el concepto de escenario teatral, que sirve de hilo conductor a las diversas historias, no importa que sean urbanas o rurales. Este concepto incluye aspectos tan teatrales como las tramoyas y los parapetos; las luces que bordean el escenario; telones que se cierran y se abren, ya sea como grandes telas o a modo de puertas ricamente decoradas; fastuosos telones de fondo; espacios para el público y actuaciones de artistas a modo de elenco acompañante, con gestos y acciones que se suspenden y se reinician para resaltar ideas y para destacar los movimientos de los protagonistas.


Cada una de las historias se entrelaza con estos conceptos teatrales y los protagonistas van ocupando los espacios dentro de este gran teatro que se extiende al mundo real de forma altamente simbólica, lográndose con ello una coherencia con las complejidades de la novela, en la cual los personajes oscilan entre dos ambientes: el de sus propios pensamientos, sus dudas, sus remordimientos, sus idealizaciones y el del mundo externo real, al cual llegan cuando salen del teatro de sus mentes y de sus tramoyas personales, para enfrentarse a la vida.


Los movimientos están repletos de danza, estructurados musicalmente. Obedecen a un cuidadoso diseño en el cual domina la coreografía. Aún los ruidos aparecen en crescendo, siempre deliberados, ricos en tonalidades profundas y en ritmo, hasta generar un clímax. La música, increíblemente fastuosa y bella, tiene una concepción altamente orgánica, en la cual se enlazan los momentos de danza con las actividades normales, de forma que estas también están orquestadas por sonidos armoniosos y apropiados, que no alteran el flujo de la historia, sino que le conceden una inquietante profundidad, como la de las ideas que fluyen en las mentes de los protagonistas.


Nada se ha escatimado en los vestuarios, en los decorados, en los escenarios. Se está describiendo una época curiosa, la del imperio zarista de finales del siglo diecinueve, en la cual la fastuosidad y las apariencias eran muy importantes. Ello se manifiesta en los diálogos, en las miradas, en los gestos, en los muebles, en los espacios en los cuales transcurrían las vidas de estos personajes. Tanto el filme, como la novela, describen en sus ambientes una mezcla entre la superficialidad banal y el egoísmo, por una parte, y una cierta cultura, una cierta inquietud social y comunitaria que tímidamente se asoma en las miradas, en frases sueltas y en ocasionales brotes de compasión y de amor, por otra. De nuevo, el vestuario y el decorado ayudan a sintonizar al espectador con la riqueza de sentimientos y de pensamientos que experimentan los personajes, apoyando las historias hasta un punto tal, que se podría decir que esta película se expresa más a través del diseño de los ambientes, que de las mismas palabras o de los gestos de los actores.


Hay que resaltar lo pictórico. Todo lo relacionado con el color, con la luz, con las imágenes y la fotografía. Cada cuadro, cada imagen han sido tratados con la belleza como objetivo. Naturalmente contribuye el grupo de actores que se ha escogido, es notable Keira Knightley. Pero es evidente que se ha hecho un trabajo de diseño consciente para lograr imágenes estéticas, armoniosas, ricas y hermosas. Puede ser, incluso, difícil apreciar la constante profusión de cuadros valiosos, quizás como sucede cuando se visita un museo repleto de obras maestras; pero en este caso hay dos grandes aliados que ayudan a no perderse el espectáculo: la música que entretiene y que contribuye a mantener la atención centrada en la belleza, sin que se fatigue la atención; y el diseño, a base de escenarios teatrales que se abren y se cierran, a modo de actos que culminan y que vuelven a empezar.


Pero no se trata solamente de belleza, de música, de vestuario. Anna Karenina es también una fábula, una historia siempre actual, siempre inquietante que nos enfrenta a cuestiones que tienen fondo e importancia: ¿De qué está tapizado el camino hacia la felicidad?, ¿cuál es el sentido del amor verdadero y cómo se logra?, ¿cuál es el verdadero objetivo que tienen los bienes y la cultura que las personas poseen?, ¿hasta qué punto vale la pena orientar los pensamientos hacia la trascendencia o hacia la mera supervivencia, sea esta fastuosa o humilde? Son cuestiones que vale la pena recorrer en medio de estos escenarios de belleza, de la mano danzante de su música preciosa.


Ficha técnica:

Anna Karenina, Reino Unido, 2012

Dirección: Joe Wright

Guion: Tom Stoppard, basado en la novela Anna Karenina de León Tolstoi

Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Paul Webster

Fotografía: Seamus McGarvey

Música: Darío Marianelli

Reparto: Keira Knightley, Aaron Johnson, Jude Law, Kelly Macdonald, Alicia Vikander, Ruth Wilson, Matthew Macfadyen, Domhnall Gleeson.


CONSIDERACIONES FINALES:


Anna Karenina constituye un film inspirado en la novela de León Tolstoi del mismo nombre que remasteriza los escenarios, los ambientes, la situación y las condiciones de la Rusia zarista. A pesar de tener las camisas de fuerza y los corsés de la moral feudal y religión ortodoxa, Anna, una princesa avasallada por el costumbrismo y el convencionalismo social de las cortes, vivió un matrimonio con uno de los príncipes del régimen zarista, que le impedía alcanzar la felicidad plena, que luego alcanzara con un amante procedente del ejército ruso, viviendo en plenitud su amor, aunque luego el marido oficial aceptara la separación ella volvió con su amante, aunque viviera las tribulaciones de sus enfermedades derivadas de sus turbulentos y accidentados partos, a la postre y por su fragilidad Anna fue derrotada por la muerte, pero su vocación amorosa trascendió más allá de la fatalidad.

Esta novela de León Tolstoi se inscribe no solo en las contradicciones de las reformas liberales del Emperador Alejandro II de Rusia sino también como el puente entre el realismo y el modernismo, entre la realidad y la ficción, entre la fantasía imperial y la verdad de las debilidades humanas, el protagonismo de Anna Karenina podría considerarse como un antecedente del feminismo crítico sin sesgos militantes en el siglo XIX, proyectado hacia el siglo XX y remasterizado en el siglo XXI, se han filmado varias películas inspiradas en esta novela, entre ellas una de ellas en plena época soviética dirigida por Vladimir Gardìn y otras con el sello ‘hollywoodesco’, la historia de Anna Karenina no es solo un cuento de hadas saturados por Reyes y palacios, más bien es una historia de una mujer que desafió y sacudió con su necesidad infinita del amar a las buenas conciencias de la cortes Zaristas, algo similar como lo hiciera a finales del siglo XX: Lady D. Spencer ” la princesa del Pueblo” ante la milenaria monarquía británica, rompiendo y eclipsando los paradigmas de la felicidad y el status quo de la realeza y la nobleza del Reino Unido.

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