Tal como si se tratara de una cebolla, los principios éticos que rigen al mundo son capas que envuelven al tallo. ¿Y qué es este? Simplemente las riquezas del mundo y las rutas por las que transitan. Lo de libertad, democracia, derechos humanos, etc. son hojas lenitivas para que creamos que el mundo es algo más que un negocio, muchas veces violento. Además, esos principios sí tienen validez si no se interponen en las rutas. No son teorías heterodoxas. Mackinder, quizás el más influyente estratega occidental moderno, mentor de los actuales, es muy sincero al respecto, no habla sino de rodear, acosar, derribar., Walter Raleigh, más claro, afirma: “quien domina el mar, controla el comercio; quien domina el comercio, gobierna el mundo” ¿Dominar buscando la ética? Más bien las riquezas y el aseguramiento de sus rutas. La realidad del tallo se oscurece gracias al arte de los muñidores culturales, que logran que esos principios filantrópicos aparezcan deslumbrantes. En esa persecución por el dominio, resulta dudoso que los geoestrategas se preocupen por la diversidad de género, por ejemplo. Se verá qué queremos decir. Mirando al pasado vemos que el mercader necesitaba conocimientos de geografía, astronomía, matemáticas, medicina, habilidades marciales, elocuencia. Y no era inusual que actuara como ladrón. Igual que su caravana podía ser asaltada, él, en compensación, podía asaltar la de otro. Por eso, Mercurio (Merx) y Hermes eran a la vez dioses de los comerciantes, de los ladrones y de los embusteros. Hay una sabiduría antigua que no perece. Quienes la desprecian se equivocan. Creemos en la dialéctica, pero a veces parece que el eterno retorno tiene cierta validez histórica. Quizás sea una dialéctica circular. Antes de proseguir recordemos que es Macron: presidente de Francia, uno de los principales países del llamado mundo libre y democrático; integrante de ese centro gelatinoso que no se define por sí mismo, sino como claroscuro de una extrema derecha que él (el centro) construye a capricho (unas cosas son gravísimas y otras, como bombardear colegios, carecen de atención); es máximo representante de un país con sillón en el Consejo de Seguridad; sin saber cómo, pretende ser heredero de Napoleón y cargar su pecho de medallas esteparias; es un decidido partidario de políticas sancionadoras que despejen las rutas, sobre todo si pasan por la África excolonial y respondona; es un aparente y olímpico defensor de lo transgénero; a pesar de los desastres electorales, pretende una hipotética presidencia de los Estados Unidos de Europa, en inteligencia, dicen, con Draghi, otro exbancario (Macron fue empleado de Rothschild) que quiere acabar con las molestas soberanías nacionales. Pues bien, este caballero toma decisiones que desdicen los principios de los que presume. Entre ellas la que deriva de manifestar oficialmente, en el 25 aniversario del reinado de Mohamed VI, que «considera que el presente y el futuro del Sáhara Occidental se enmarcan en la soberanía marroquí». Es decir, que Francia pasa a hermana y nosotros a primos de la referida monarquía. Nos ha echado a un lado sin considerar unas fronteras marítimas que serán conflictivas. ¿Carece este acto de relevancia diplomática? No, como mínimo, es un paso inconsecuente en el orden de los principios internacionales. George Washington decía (no podemos prescindir de los anglosajones) que el gobierno no es razón ni elocuencia, sino fuerza. Es decir, que las hojas son lo que embelesa y el tallo lo que interesa. ¿Por qué ese acto de Macron no es coherente con los principios éticos que proclama? En primer lugar porque Francia es, como hemos dicho, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU. Esto debería obligarle a respetar no sólo las resoluciones de la Asamblea General, sino promoverlas activamente. ¿Cómo compaginar dicho reconocimiento con el contenido de la resolución 690 de la Asamblea, que establece el derecho del pueblo saharaui a la libre determinación? Ya antes, la ONU había considerado nulos los Acuerdos de Madrid (1975), en cuanto España no podía transferir la soberanía a Marruecos y Mauritania. ¿España, no y Francia, sí? ¿Acaso ese territorio es suyo? Es decir, que un miembro del Consejo de Seguridad (un selecto club de sólo cinco países) actúa contra las normas que representa, con la agravante de reincidencia en cuanto reproduce lo que a otro se le prohibió en el pasado. Es más, olvidando la resolución 1514 (XV) de la Asamblea General, que insta a poner fin “rápida e incondicionalmente” al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones. Todo esto agravado por el hecho de que Marruecos está utilizando la fuerza contra el Sáhara Occidental. ¿Está Francia por encima del derecho internacional? Es evidente que ese Marruecos, en vías de Gran Marruecos, se está convirtiendo en el niño mimado de los poderes fácticos mundiales. Nosotros, por el contrario, camino de una pequeña España confederada. Lo que es tener una buena diplomacia. De repente, Macron, que quiere un “mundo basado en reglas” –quizás este es el quid de la cuestión-, olvida funciones importantes de dicho Consejo, como imponer embargos o sanciones económicas, o autorizar el uso de la fuerza para hacer cumplir los mandatos” (el del Sáhara Occidental lo es); investigar toda controversia o situación que pueda crear fricción internacional (por ejemplo, Marruecos contra una Argelia que en este caso si defiende los acuerdos de la ONU); determinar si existe una amenaza a la paz o un acto de agresión y recomendar qué medidas se deben adoptar (la guerra solapada contra el Polisario); la defensa de la paz mundial y de la seguridad internacional (una guerra entre Argelia y Marruecos incendiaría al Mediterráneo), etc. Lo de etcétera no es un cierre literario; hay más. Una promesa más a la palestina. En este caso, al alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, (al que se le ha olvidado que es español ante todo) no se le ha ocurrido incluir a Macron en la regañina a Orban por excederse –supuestamente-- en sus competencias. Se dirá: Francia tiene derecho a su política. Sí, como los demás países; y la obligación de respetar las resoluciones de la ONU como miembro que es de su máximo órgano. Se podrá añadir que quizás el asunto le interesa a la UE. Puede, pero no a España, la cual tiene derecho a esperar un mínimo de coherencia y de solidaridad entre sus socios comunitarios; que para eso nosotros sí nos sacrificamos (y no sin cierta burla ajena; un mercader que se niega a asaltar caravanas; aunque sí abandona alginas en medio del desierto). Saliendo del mundo de la legalidad, entremos en el de la ética, la cual siempre finge estar en la motivación de las leyes, y hagámonos varias preguntas. La primera: ¿quién es Macron para robar a los saharauies su derecho a la independencia? No han faltado artículos en los que se ha reconocido la ejemplaridad (esta sí) de ese pueblo, que en pleno desierto ha sabido organizarse y dar sanidad y escuela a sus habitantes. ¿De dónde surge esa prepotencia que utiliza a los pueblos caprichosamente, como si de vasallos se tratara? ¿Los imperios del XVIII y XIX casan con las enfatizadas proclamas actuales? Segunda: ¿qué tipo de países integran la UE, que cada dos por tres nos dan una puñalada por la espalda? Recordemos el asunto ETA. el asunto Gibraltar, el asunto Sáhara sobre el que estamos, el asunto de la protección de los territorios extrapeninsulares. Si se produjera un ataque de Marruecos a Canarias ¿sacaría pecho el sr. Macron? Tercero: ¿A qué UE pertenecemos en la que cada cual va por su lado, sin respeto a unas normas que parece sólo obligan a los más débiles? ¿Va a tener Marruecos más prerrogativas que España, a la que se puede puentear permanentemente e incluso advertir si no cumple? Cuarta: ¿qué tipo de democracia se defiende cuando se fortalece a verdaderas autocracias? ¿No es así? ¿Entonces por qué se excluyó a Marrueco de la famosa y estéril Cumbre por la democracia? ¿Cosa del sr. Biden? Si anteriormente hemos mencionado lo de la transfilia era para subrayar la hipocresía del asunto (las hojas envolventes). En Marruecos la homosexualidad está penada con tres años de cárcel. Añadamos pobreza, desigualdad social y económica, desigualdad en la mujer, amenazas y chantajes a otros regímenes y políticos (algo pendiente tiene el Parlamento Europeo), detenciones arbitrarias, presos políticos, asalto a fronteras extranjeras (las nuestras), con muertos y heridos, escuchas ilegales (caso Pegasus). Quinta: ¿qué política exterior tiene la UE (¡Sr. Borrell!) que no arbitra estas cosas y permite el asalto a caravanas impunemente. Hablamos de la pérdida del gas argelino en beneficio de Italia. Culpa nuestra, sí, pero no en el tramo de las causas, sino en de los efectos. Todo esto es el resultado de una presión histórica exterior en contra de España a favor de Marruecos. ¿Quién apoyó activamente la Marcha Verde? ¿Quién obligó a desminar la frontera? Sexta: ¿Qué derechos de los pueblos son estos que se defraudan a conveniencia para, punto seguido, darles lecciones de honradez, libertad, democracia, derecho internacional, monsergas sancionadoras? Séptima: A este paso, ¿en qué rincón, en qué aislamiento queda España? Enfrentados a Argelia, chantajeados por Marruecos, robados por Francia, suplantados por Italia (gas), ¿nadie reacciona? Aún recordamos a periodistas premiadas por sus novelas de amor riéndose de las “irrelevantes” amenazas de Argelia, cuyo gas se ha desviado de España a Italia. ¿Nuestro Parlamento? una caja de ruidos que impiden pensar. ¿Qué paripé hacen la extremísima derecha dócil, la derecha de centro gelatinoso sin identidad, la izquierda abducida por el centro, el centro abducido por la derecha, la extrema izquierda en pasarela de modelos confederales, la extrema-extrema izquierda pontificando sobre la perfección, la irrealidad y la confederación? Octava: ¿Qué tipo de políticos tenemos, qué tipo de moral, que entregamos a nuestros hermanos (en su tiempo el Sáhara era la 53 provincia de España) a una autocracia que de repente la geoestrategia ha convertido en ejemplar, sin que tenga que cambiar ni una coma de sus inmoralidades? Novena: A los pueblos no se les puede tratar como a insignificantes monigotes. ¿No tenemos ya bastante con una Palestina? Cuando mañana se multipliquen los Mar Rojo, ¿tendremos que pagar los ciudadanos la incompetencia de nuestros políticos nacionales, europeos y extraeuropeos? ¿Nos llevará el suboficial Macron de la trinchera a la lancha torpedera? ¿Y ellos, multimillonarios, en casa? Este es el tallo. Lo demás es declamación. Cuando abortaron nuestro derecho a poseer una industria nuclear (Carrero Blanco) se abortó nuestra soberanía nacional. Lamentablemente, va a ser (es) lo que decía George Washington: no cabe razón ni elocuencia. Está claro que la legitimidad que impera es la de las rutas terrestres o marítimas, la zancadilla a los derechos del aliado para robárselos, la asfixia de otro u otros territorios, las cañoneras. Tres países de Latinoamérica reúnen el 60 por ciento del litio. Otro, las mayores reservas de petróleo. Otro más, de África, el 80 por ciento mundial del coltán. ¿Podrá haber riqueza con paz? Gibraltar y las Malvinas son, entre otros muchos más, puntos estratégicos para defender la moral de las rutas. ¿Quién va a ser tan mal pensado diciendo que separaron Panamá de Colombia para abaratar el costo de las rutas marítimas? Dibujémoslas en un mapa mundi, señalemos los puntos de protección, apoyo y avance y comprenderemos por qué las hojas se marchitan tan pronto. Pero dicho esto, no podemos seguir en una somnolencia fatalista. Se abusa hasta que se dice basta. Que, por cierto, no hay teorías absolutas. En ellas hay contradicciones. Nosotros, por ejemplo, tenemos tierras vacías y buenas sin que nadie las ambicione. ¿O están incluidas ya en alguna “ruta” impensable? ¿Irán a sembrarlas de molinos de viento como en Holanda? Otros que necesitan una sesión parlamentaria a lo Scholtz.
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