Cuando votamos en España nuestra entrada o no en la Unión Europea, todo parecía fantástico, y sí, yo voté afirmativamente. Transcurridos los años, mi pensamiento es que la Unión Europea ha perdido su esencia del principio. Creo que la UE debería ser una comunidad de naciones libres que cooperen y aúnen esfuerzos en aquellos ámbitos en los que de forma inequívoca se puedan lograr objetivos comunes de forma más rápida, justa y eficaz que por separado: esto implicaría el respeto a la soberanía de cada nación con límites definidos sobre las competencias, pero estos límites se sobrepasan. El globalismo pretende convertir a la Unión Europea en un enorme aparato burocrático alejado de los intereses y necesidades de los Estados miembros, y que traiciona la historia, tradición e identidad cristiana de Europa. La UE de hoy día actúa al margen de las naciones que la conforman. Es de carácter urgente impulsar un nuevo tratado europeo que devuelva a los Estados miembros el protagonismo frente a la burocracia de la Comisión Europea. Con respecto al Derecho español, deben primar las leyes nacionales, y no lo que dictan en primera instancia los Tribunales europeos, es decir, las sentencias deben dictarse bajo el ordenamiento jurídico español antes que el europeo.
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