“Matan a un toro a calambrazos en un pueblo de Albacete”. El pasado 26 de agosto, en Liétor (Albacete), una vez más en España, por diversión, se torturó a un animal hasta la muerte. No sabemos en nombre de qué conmemoración (nos da igual que fuera por la Patrona o por la Constitución; en esto caben pocas distinciones; hasta hay pacifistas y luchadores contra la violencia de género que acuden a actos semejantes).
En la prensa se decía que el toro, asustado y exhausto no avanzaba por lo que ensogado lo sometieron a una lenta agonía, golpeado con una vara electrificada para que terminara el recorrido. Según PACMA, en este festejo taurino "también habría participado el mismísimo alcalde" (nuestra fuete, La Razón). Encima, ese valor que se presume ante el animal indefenso, se evapora cuando hay que dar la cara. Pacma dice que no querían que las imágenes se hicieran virales. Tan horrible sería la cosa que uno de los participantes pedía que mataran ya al animal. Pero este no es un suceso aislado en un pueblo cualquiera. Esto se repite diariamente para festejar y no festejar lo que se quiera. Hay laboratorios que son verdaderas cámaras de los horrores. Como dijimos en un ensayo, los animales son pozos de dolor, No otro es su destino. Hasta tractores han introducido los sanos mozos para innovar (pura I+D). Luego dicen que no hay creatividad. La cuestión es la siguiente: qué cambio se puede esperar en el mundo cuando no somos capaces de salirnos de nosotros mismos y ser capaces de detectar lo que sólo es sadismo. Sólo: no añadamos nada más. Ni la Biblia, ni la necesidad, ni la fatalidad, ni la amígdala cerebral. Simple placer ante el sufrimiento ajeno. Con los animales porque no está prohibido. Luego nos sorprenden los campos de concentración, los bombardeos indiscriminados sobre ciudades, el napalm. Hace minutos en el reloj de la Historia traficábamos legalmente con seres humanos. ¿Imaginan a un cristiano, a un seguidor de Alá, a un lector de Confucio, amarrando eternamente a sus semejantes al duro banco de un galeote o lo que fuera? (comparan la vida de Shakespeare con la de Cervantes) ¿Hay indignación por ello? No. Las cosas eran así, se dice. Las cosas son así, decimos. Qué bien está el artículo de Larra. La jovencita en la plaza de toros se entusiasma ante la gallardía del torero: arrímate, pícale, banderílléale, estoquéale. No dominamos, ni lo deseamos, ese lenguaje. Luego llega a casa, se pone a bordar, y al pincharse y ver una gotita de su sangre, se desmaya. Este es el mundo. El del salvaje refinado. Jack el Destripador seguramente no estaba tan loco como se supone. Menos si fue para acabar con la hija indeseada del heredero de la corona. Jack el Destripador simplemente era malo. Puede que su corazón no sintiera nada al clavar el puñal, pero su cerebro sí sabía el dolor y los efectos que causaba al hacerlo en el vientre o en el corazón. No se sabe lo que no interesa. Esos que festejan tan zafiamente, ¿no saben lo que hacen o les importa un pepino? Sanos mozos corriendo delante de unos animales asustado, o aterrorizados, por verse rodeados por una masa vociferante. Sanos. Por supuesto, sentarlos ante un pupitre para explicarles la belleza del arte, de la naturaleza, de las matemáticas, de la gramática, etc. sería infructuoso, porque, ¿hay algo mejor que ver a un ser sensible sufriendo? Cuando vemos en una corrida de toros a esas famosas, con sus pamelas y gafas negras, que viven de contar banales y lacrimógenas historias sobre su vida, perdemos la esperanza sobre que esto pueda cambiar. No. Si es imposible hacer comprender que clavar todos esos hierros en la carne es dolorosísimo, ¿cómo podremos ponernos de acuerdo sobre si mas o menos estado? Conocíamos a un diputado provincial que chupaba gratis todas las entradas que podía para entrar en las corridas de toros. Afirmaba que los animales carecían de sistema nervioso. Menos mal que no había leído a Descartes (ni a Descartes ni a ninguno otro: llamaba cotas a las cuotas), quien afirmaba a su vez que los animales son robots de hojalata. Pienso, luego existo: entonces, una de dos, o las piedras piensan o no existen. ¿Y Liétor qué dice? Liétor dice: ¡Hasta el año que viene! ¿Se inmutarán los próceres de la nación ante su taza de café y su periódico, gemelo de los demás, fingiendo atisbar algo?
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