Se acerca el final del verano en medio planeta y comienzan las clases escolares. A los gastos en libros, materiales, uniformes y de inscripción se suma el “estrés” de la vuelta al trabajo de muchos padres, de la vuelta a la rutina. Pero ese supuesto estrés esconde el alivio de padres y madres que no se atreven a reconocer su incapacidad para saber qué hacer en unas largas vacaciones con unos niños que, según ciertos mandatos sociales y pedagógico, hay que tener estimulados, entretenidos y divertidos las 24 horas del día.
También se suman los gastos de actividades extraescolares: gimnasia artística, ballet, pintura, fútbol, natación, karate y muchas otras. En muchos casos, se utilizan estas actividades para rellenar los ratos libres de los menores. Sin embargo, en realidad representen una de las más grandes oportunidades para complementar su desarrollo físico, intelectual y emocional. Se ejercitan la disciplina, el trabajo en equipo, la capacidad de levantarse tras las pequeñas derrotas, la capacidad a resistir y sobreponerse a la adversidad, a tolerar la frustración, pero también la creatividad y otras zonas de grandeza del alma humana.
Para lo demás queda la tarea de los colegios y vuelve un viejo debate: ¿conviene o no prolongar el trabajo de horas dedicadas a las matemáticas, a la biología, la física, la química, la historia y la geografía?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) se suma a la OCDE en desaconsejar las tareas. Centró uno de sus análisis en España, donde el porcentaje de estudiantes que sufren estrés por culpa de los deberes es de los más altos de Europa. De hasta el 70% en las jóvenes de 15 años.
Esta presión se traduce en dolores de cabeza, dolores de espalda, malestar abdominal y mareos, que somatizan tristeza, tensión, y nervios, y que en muchos casos se juntan con casos de abuso y acoso.
Las secuelas en la salud física y mental aumentan a medida que los alumnos crecen, informa la OMS en su última encuesta realizada a jóvenes en edad escolar, en la que han participado más de 11.000 estudiantes. A los 15 años, cuando ya están terminando la educación obligatoria, un 70% de las chicas dicen sentirse angustiadas por los deberes frente al 60% de los chicos. Eso coloca a los españoles, que según la OCDE dedican una media semanal de seis horas y media a hacer trabajos escolares fuera del horario del colegio.
Pueden parecer exageradas las consecuencias de las tareas en determinados contextos. Además, la forma de organizar el tiempo escolar y extraescolar va de la mano de factores culturales y geográficos. Pero las advertencias de la OMS y de la OCDE pueden servir para reabrir un necesario debate no sólo sobre la mejor manera de compaginar escuela con otro tipo de actividades, sino también de cambiar la forma de entender el tiempo libre dentro de las familias. En el centro del debate debe estar el derecho de los menores a una educación integral para el desarrollo de sus capacidades. Educcere, sacar lo mejor que tienen.
Aumenta la presión publicitaria y de la sociedad para tener a los niños entretenidos todo el tiempo, de que no se aburran, cuando precisamente el silencio e incluso el aburrimiento pueden convertirse en combustible para la creatividad. En los ’80 y ’90 existía cierta alarma por el abuso de los Atari, los Game Boy, los Nintendo o los Sega. Pero la proliferación de tablets, de ipads y de una gama de nuevos aparatos con acceso a videos, a programas de mensajería y a centenares de posibilidades para comunicarse y para jugar ha complicado la ecuación. Se dispara la dependencia a los aparatos para divertirse y se advierten nuevas consecuencias, como los accidentes provocados por un mal uso de las tecnologías, o la multiplicación de casos de acoso por las redes sociales.
No se trata de llenar “huecos” en las tardes, sino de hacer tiempo para desarrollar aquellas actividades que contribuyan al bienestar de los menores y que les ayude a convertirse en personas más íntegras, más sensibles a la cultura y al arte, y mejores deportistas no sólo por ganar, sino también por saber hacerlo, por saber perder y por saber producirse como buenos compañeros de equipo.
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