Fritz Haber y Carl Bosch, encontraron una manera de utilizar el nitrógeno del aire para hacer amoníaco, con lo que se hacen los fertilizantes indispensables para la alta producción de cultivos. Y por ello, ambos recibieron el Premio Nobel. Más tarde se supo que la mayoría del nitrógeno se va al aire y al agua y eso crea varios problemas: cuando los compuestos de nitrógeno se filtran hacia ríos y mares, estimulan el crecimiento de unos organismos más que otros. El resultado incluye la creación de "zonas muertas" en los océanos, donde la proliferación de algas en la superficie bloquea la luz solar y mata a los peces debajo. Los compuestos como el óxido nitroso son fuertes gases que producen el efecto invernadero. También contaminan el agua potable, crean lluvia ácida que trastorna los ecosistemas y amenaza la biodiversidad. Se proyecta que la demanda de fertilizantes se duplicará en el transcurso de este siglo. Haber es considerado como el "padre de la guerra química" por su trabajo con el cloro y otros gases venenosos utilizados como armas devastadoras durante la Primera Guerra Mundial en la que le ascendieron a capitán. Sus críticos lo tildaron de “criminal de guerra”, una acusación también lanzada por su propia esposa -una destacada química y pacifista- que se suicidó poco después. El amoníaco, además de fertilizantes, también sirve para fabricar explosivos. Los científicos que trabajaban en su instituto desarrollaron la fórmula del gas de cianuro Zyklon A, el precursor del gas usado en los campos de concentración durante el Holocausto.
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