Aun recuerdo mis tiempos escolares en los que, al pasar lista, se contestaba con la exclamación: ¡Servidor! O aquél latiguillo que utilizaba López Vázquez: “un esclavo… un servidor”. Este sustantivo se ha dejado vinculado solamente a los distribuidores de Internet. Podemos observar como la mayoría de los dirigentes de cualquier tipo de empresa, actividad política o grupo ideológico, basan sus objetivos en medrar, en servirse de los demás, no servirles. Todos llegan al puesto en cuestión con una actitud modesta y un noble propósito. Pero cuando se sientan en el sillón se agarran a él y ponen en vigor las instrucciones de Maquiavelo recogidas en “el Príncipe”: “la verdad es una gran cosa, pero la experiencia demuestra que en ocasiones no resulta conveniente”, “el gobernante debe desprenderse de sus prejuicios morales para ejercitar el poder”, etc. Estas premisas son asumidas por muchos de los dirigentes de todo tipo, que ansían el poder, el dinero o el prestigio. Trocan sus promesas de servir, por las de servirse y hacen honor al refrán que dice: “si quieres conocer a Juanillo, dale un carguillo”. La buena noticia de hoy la recoge el Evangelio que proclamamos este domingo en nuestras Eucaristías. Dice entre otras cosas: “quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”.
No se puede decir más con menos palabras. Un mensaje con 2.000 años de antigüedad que entre todos procuramos olvidar, porque nos conviene. El evangelio transmite un sistema de vida que se contrapone totalmente con los “consejos” de Maquiavelo. El amigo Nicolás decía: “Quien quiera comportarse como un hombre bueno, acabará sucumbiendo ante los que no lo son”. Ahora se nos plantea la alternativa. ¿Qué actitud nos hace más felices a nosotros y a cuantos nos rodean? Aquí tenemos un tema para pensar entre tanto futbol, series y noticias falsas. ¿Servimos a los demás o hacemos uso del “servilismo” interesado ante el poderoso? ¿Mantenemos un criterio propio o adoptamos el de que se nos expone en el “argumentario” de cada día?
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