Sr. Director:
El término humanismo procede de la antigüedad clásica. La época renacentista supuso una actualización de la cultura greco-romana en el arte y en el pensamiento. La inquietud de los pensadores sobre la meditación del quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos ha sido siempre recurrente a través de los siglos, pero en la actualidad se ha desembocado en un individualismo aislante y procaz; podríamos afirmar que se ha llegado más bien a un des-humanismo.
La expresión humanismo cristiano fue acuñada a comienzos del siglo XX, precisamente para singularizarlo de otros humanismos con diversos aspectos u orientaciones que estaban dispersando los tres conceptos clásicos y tradicionales: amor, libertad y dignidad. Estos tres términos adquieren una nueva acepción o sentido cuando son, valga la expresión, bautizados y evangelizados por la predicación de Jesucristo y devueltos, ya refundados, a la sociedad cristiana, porque es en la familia, en la sociedad, en la nación, donde se ejercitan, se viven y desarrollan estos tres conceptos.
San Juan Pablo II dirigía a los profesores universitarios en el año 2000 estas palabras: “El humanismo que deseamos promueve una visión de la sociedad centrada en la persona humana y en sus derechos inalienables, en los valores de la justicia y de la paz, en una correcta relación entre personas, sociedad y Estado, y en la lógica de la solidaridad y de la subsidiaridad. Es un humanismo capaz de infundir un alma al mismo progreso económico, para “promover a todos los hombres y a todo hombre”.
La Iglesia quiso asumir y predicar desde siempre una doctrina que ya estaba presente en el Antiguo Testamento porque procede del mismo Dios. De ahí que esa meditación de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, tenga una respuesta esclarecedora en la revelación divina: somos creaturas de Dios, venimos de Dios y vamos a Dios.
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