Las acciones violentas e ilegales que Israel ha venido realizando contra el pueblo palestino durante décadas alcanzaron un nivel nunca visto al dar respuesta al ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre del año pasado. Desde entonces, se viene comportando, en palabras del Alto Comisionado de la Unión Europea, José Borrell, «como un grupo terrorista» y comete un genocidio continuado al que ninguna potencia occidental parece desear ponerle freno. Basta ver la timidez de sus respuestas y la doble moral que aplican en relación con la invasión rusa de Ucrania.
La responsabilidad de estas potencias y en particular la de Estados Unidos va más allá del dejar hacer a Israel. Sin el armamento y la financiación que se le proporciona Israel no podría llevar a cabo los crímenes y barbaridades que comete contra la población civil y al margen de cualquier mínimo respeto al derecho internacional y humanitario.
Un informe de la Universidad de Brown que acaba de publicarse muestra que Estados Unidos ha enviado a Israel 17.900 millones de dólares en asistencia militar en este último año, la cantidad más elevada desde que comenzó a hacerlo en 1959. Una cifra que no refleja, sin embargo, la totalidad de la ayuda militar. El diario The Wall Street Journal afirma que se han enviado «decenas de miles de armas, incluidas bombas y municiones guiadas de precisión, a Israel desde los ataques de Hamas del 7 de octubre, utilizando procedimientos que han enmascarado en gran medida la escala del apoyo militar de la administración». Se hace, dice este diario, a través de más de 100 envíos de armas cuyo valor está por debajo del umbral establecido para que sea obligada su notificación. Y esta financiación ya de por sí extraordinaria no va a quedarse ahí. La administración Biden está preparando un acuerdo adicional para nuevos envíos de armamento a Israel por valor de 20.300 millones de dólares con Israel.
Nada de esto es de extrañar. El genocidio que lleva a cabo Israel es, en realidad, una pieza más del orden imperial que impone Estados Unidos. Si esta potencia no quisiera que se produjera la barbarie que contemplamos día a día en Oriente Medio, lo mismo que si no hubiera querido que se llegara a la situación infernal que se vive en Ucrania, nada de lo que nos hace sufrir de dolor e indignación se estaría produciendo, ni se perderían las miles de vidas humanas que se están perdiendo.
En el reciente debate entre candidatos a vicepresidente de Estados Unidos, el republicano Tim Waltz lo dijo claramente: «la expansión de Israel y sus aliados es una necesidad absoluta y fundamental para que Estados Unidos tenga un liderazgo firme allí». Una idea que de ninguna manera corrigió o matizó el demócrata J. D. Vance. Es un punto de partida y común de la política exterior de Estados Unidos desde hace décadas.
No se puede seguir así. Es un imperativo pedir que pare ya tanta barbarie y denunciar la realidad de los hechos. Nuestro planeta no puede seguir siendo pasto de la avaricia y del poder inmenso de unos pocos. Porque, como suele ser habitual en estos casos, la financiación de Estados Unidos beneficia no sólo a sus objetivos geoestratégicos de dominio imperial, sino en particular a empresas armamentísticas, como ahora Boeing y General Dynamics que, según señala el informe mencionado, desarrollan los aviones de combate y las bombas que Israel ha estado utilizando para bombardear Gaza, Líbano y Cisjordania ocupada.
La paz es el camino y no podemos dejar de decirlo y de reivindicarla.
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