Se están tomando medidas muy peligrosas sin que se cuente para nada con los sujetos que habrán de padecerlas. Si no véanse muchas de las decisiones de la UE, que pueden recortar o acabar con la protección social de sus estados. Recuérdese el nefasto TTIP. El derecho comunitario impera sobre las constituciones nacionales; una paradoja jurídica dado el menor grado de legitimidad de aquel.
En unos pocos años el pensamiento unilateralista, que ya se daba, se ha agudizado. La coherencia y la matización prácticamente han desaparecido, sustituidas por una incongruencia y confusión aparentes. Es como si a un vehículo le bloquearan la dirección y le pisaran el acelerador simultáneamente, indiferentes a la línea de la carretera.
¿Por qué decimos aparentes? Porque antes un ideario implicaba un sistema coherente en sí. Se quisiera o no, ese sistema era una limitación racional, un impedimento a contradicciones internas injustificadas. Hoy no se quiere esto. Mediante la confusión, se impera incluso sobre la razón. No es difícil encontrar opiniones que juegan con nuestra candidez: lo que en un momento se defiende para unos, acto seguido se anatematiza para otros. Por ejemplo, Marruecos, convertida en democracia responsable, mientras se ataca constante e injustificadamente lo que no se critica en otros peores.
¿Queda opción?
¿Qué podemos hacer ante tal panorama? Nada con efectos tangibles, dados el monopolio del pensamiento y la destrucción y autodestrucción de las posturas alternativas (lo cual significa la carencia de interlocutores válidos en momentos de necesidad). Por lo tanto, posiblemente sólo quede una acción cultural que nos libere del unipensamiento y del no pensamiento.
Las ideas más revolucionarias negaban la posibilidad de cambiar el mundo mediante la cultura; para ellas sólo la transformación de las estructuras económicas y sociales eran efectivas; pero a la vez reconocían el poderoso efecto cohesionador de la cultura sobre tales estructuras.
En definitiva, podemos optar por el partido de la felicidad, basado en la inconsciencia, o asumir la realidad, aunque duela. Ningún pueblo prosperó huyendo. Tan mal están las cosas, que si antes se hablaba de la construcción del “hombre nuevo”, hoy habría que reconstruirlo, a falta de otro modelo, sobre la base de un “hombre pretérito”. Un da Vinci no sería un modelo anacrónico.
Tres vectores
Cuando los problemas se agolpan es necesario establecer un orden de prioridades. Hay tres asuntos primordiales que vigilar. Uno es nuestro descenso como nación. La reconversión industrial, según los designios de la CEE, nos convertía en país semiperiférico. Desaparecída la industria pesada quedábamos como nación “apta únicamente para el desarrollo de industrias auxiliares y subsidiarias de las multinacionales” (Martín Lozano). ¿Volverá a ocurrir algo similar? Esto no hay que olvidarlo (como el austericidio griego) y obstruir las medidas que puedan empeorar nuestra situación.
El segundo (y relacionado con el anterior) es el de la soberanía responsable, una forma eufónica de denominar a la soberanía injerenciable. Escuchemos a Javier Solana (exsecretario general de la OTAN, exministro de exteriores de la UE, exjefe de la EUFOR, etc.). Solana decía: “Qué pasaría en un país donde el Estado no se hiciera cargo de sus ciudadanos… Hablo de lo que se aprobó en Naciones Unidas que en cierto modo es el derecho de injerencia; la responsabilidad de proteger a aquellos que no son protegidos. También es una limitación de la soberanía…Nosotros fuimos quienes lo pusimos en la aprobación de la última Asamblea General que presidió Kofi Annan… Sólo hubo reforma en estas ideas… muy difíciles de entender para algunos países… Piensan que esto no es más que una coartada del mundo occidental para volver o entrar en un proceso de neocolonialismo por la puerta de atrás…”. Es decir, una vertical entre países centrales, semiperiféricos y periféricos donde la soberanía desaparece progresivamente. Las uniones regionales son necesarias para fortalecer a sus integrantes, no para debilitarlos.
El tercero, basándonos en un lenguaje de la Guerra fría, el peligro de la locura + 1. Es decir, evitar las escaladas bélicas. Si tú me hundes un barco, yo dos. Eso sólo lleva al límite de la destrucción: la guerra nuclear. Pretender que un pueblo desaparca en un + 1 es, al final de la escala, la desaparición total. He aquí lo malo de eliminar o compartimentar la Historia y desconectar las causas. Nos han hecho olvidar demasiadas cosas. Por tanto hemos de procurar que Europa sea Europa, y no la sombra de otro.
Recuperar la verdadera cultura
Decía Marx que la historia se manifiesta primero como tragedia y después como farsa. A veces ocurre al revés: comienza como farsa y termina en tragedia. Ya Hugo Grocio (1583-1645) teorizó sobre el asunto, defendiendo la posibilidad de "castigar la injuria y proteger a los inocentes". Un antecedente de la soberanía responsable. Abundaron en la idea Pufendorf, Kant, Stuart Mill, entre otros, defensores del uso de la fuerza contra quienes "hubiesen maltratado a sus súbditos más allá de lo que parece aceptable". ¿Quién sería el maltratador? Seguramente el Imperio español. ¿Quién los protectores? Seguramente esos países que no tenían esclavos ni reyes ni inquisidores ni guerras ni tortura ni miseria. ¿Para quién hablaban? No para sus propios países. No se les habría permitido. Mucho después hemos tenido injerencias humanitarias y salvíficas en Yugoslavia, Libia, Irak, Siria, Yemen, Costa de Marfil, por mencionar algunas de carácter contemporáneo. Así como su negativo: Gaza, Líbano, Cisjordania, por ejemplo, donde nadie injiere humanitariamente (salvo suministrando armas).
¿Todo esto afecta a España? Por supuesto. No es cierto que la UE sea una comunidad igualitarista y solidaria. Innumerables veces ha demostrado ser una pirámide de egoísmos donde los países del sur llevan la peor parte y donde frecuentemente las injerencias han sido perjudiciales. Sobre todo las de carácter financiero. Primero nos han desarmado (el peso de todo lo más importante y lucrativo ha basculado hacia el norte) y después, provocadas las causas, nos han despreciado. La primera vez que se nos llamó PIGS no se respondió adecuadamente. Sólo recordamos la reacción virulenta de Portugal. Por cierto, atención a las maniobras franco marroquíes, con submarino nuclear incluido. Qué oportuno era aquel proyecto Islero (otra injerencia humanitaria, como la de la operación Lolita), abortado por nuestros generosos aliados. Sintomáticos son los debilitamientos de la filosofía (desracionalización), de la Historia (descontextualización) y del idioma (desespiritualizacion). Recuérdese (The Crown) cómo insistía el futuro rey de Inglaterra en la protección del idioma; aquí, por el contrario, los anglicismos innecesarios pueblan nuestro mundo de simples.
Cambio de pensamiento
Más arriba decíamos que se reconoce que la cultura es un elemento importante a pesar de su etereidad. Que es la argamasa de cualquier sociedad. No de otra forma pensaba el Kissinger que aconsejaba a sus colaboradores utilizar la cultura y la educación como instrumentos fundamentales para potenciar el poder del país. Quizás sea esta la única opción que le quede al ciudadano para protegerse: luchar por la verdadera cultura, no la ferial que impera. Dudamos que se pueda ser feliz en la inopia.
La cuestión es que Europa ha desatendido una de sus fortalezas principales, el pensamiento, y lo ha cambiado por el de una América materialista y de fórmulas extrañas (¿no es extraño que no haya película sin pistola ni botella?). Si no véase su sistema electoral de compromisarios libérrimos y de minorías licuadas, por no decir liquidadas. Fórmulas que comienzan a copiarse en Europa. Por ejemplo, no entendemos por qué a 188 diputados populares europeos les corresponden 13 comisarios y a 136 socialdemócratas, 4, cualquiera que sea el sistema electoral. Por una regla de tres sabemos que a 136 le corresponde 9,40, es decir, 9 o 10 comisarios. Menos entendemos que el Banco Central Europeo sea la única institución bancaria del mundo que no rinde cuentas a nadie (Samir Amin).
No cabe duda de que el lucro estaba presente en las raíces del pensamiento europeo, pero sin eliminar el análisis y la crítica racionalista que lo atemperaba. ¿Hipocresía? La hipocresía es un homenaje a la honradez. El templo ha pasado de la academia al centro comercial.
Contra esto, ¿cabe hacer algo? No lo sabemos, pero no podemos dejar que nos aturdan y hagan huir de la realidad. La asunción de los problemas es una obligación no sólo cultural, sino también dignificante. Se es más feliz enfrentando los problemas que rehuyéndolos. Se puede ser feliz cuando se puede, no cuando se quiere. Lo contrario son borracheras con terribles resacas.
Mayores niveles de conciencia
Teilhard de Chardin sostenía que “no sólo la vida, sino la materia y el pensamiento están también involucrados en el proceso de la evolución. De ahí que es necesario atribuirle a dicho proceso un sentido… (el) logro de mayores niveles de conciencia”.
Esta es la más importante derrota de Europa: dejarse llevar a una nueva conquista del Oeste, o de la selva, indiferente al universo de ideas humanistas creado. La sospecha de estar ante un intento de recolonización no late sólo en los países periféricos. El Nuevo Orden Mundial no termina de convencer.
Permutar ese universo por un gráfico de la bolsa, en el que sólo figuran los altibajos gananciales, es una de las mayores estupideces realizadas (no cabe otro nombre). Esta ha sido la más grave dejación cultural que se ha hecho en mucho tiempo. Los hombres de negro son armazones sin contenido constructivo. Promover en los ciudadanos la búsqueda vacía de la felicidad puede significar el aumento de la infelicidad. Insistimos, en estos tiempos tres ideas principales deben presidir nuestro pensamiento: periferia, injerencismo, locura bélica. Clara o subrepticiamente, pero recordándolas constantemente, si es que no queremos lo peor.
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