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Mi primera vez

Hago mías las palabras de mi amigo, desde el dolor y la impotencia: ¿dónde están nuestros corazones, dónde ha ido a parar nuestra humanidad?
Juan Torres López
viernes, 1 de noviembre de 2024, 11:57 h (CET)

Llevo dando clases 45 años y creo poder afirmar que nunca he dado mi opinión política o personal a los estudiantes, ni he tratado de adoctrinarlos o de influir en su pensamiento. Aunque las asignaturas que he impartido hablan de política económica o incluso se han denominado economía política, tengo el convencimiento de que siempre he presentado las diferentes opciones y nunca me he pronunciado a favor de una u otra.


Esta mañana, sin embargo, he hecho una excepción. Les he dicho que este es mi último curso antes de jubilarme y que me iba a permitir algo para mí extraordinario como profesor: por primera vez en mi vida, les he dicho que me sentía en la obligación de darles mi opinión política y personal para decirle dos cosas.


La primera, que deben ser conscientes de la suerte que tienen al seguir viviendo cada mañana. Otros jóvenes como ellos, o quizá sus hermanos, hermanas, padres, madres, abuelos… murieron ayer en la Comunidad Valenciana, simplemente, por no estar casualmente en el sitio adecuado. Y que lo mismo ocurre con muchos otros miles de seres humanos que mueren cada día, de hambre, en guerras o por injusticias inhumanas.


Les he pedido que sientan alegría de seguir viviendo cada día y el dolor ajeno como propio. Pero, eso sí, no sólo el dolor por quienes son como ellos, de su mismo color de piel, ideología, ideario político, religión o condición social, sino por el de cualquier ser humano sin distinción. Y que sean generosos y hagan siempre lo que esté en su mano para evitarlo.


En segundo lugar, les he dado mi opinión y pedido un favor.


Les he dicho que me duele un país tan maravilloso como el nuestro que no es capaz de enterrar el odio y el enfrentamiento entre compatriotas ni siquiera en medio de una tragedia en la que mueren docenas de personas y cuando todavía se están buscando cadáveres entre los escombros para darles sepultura.


Les he dicho que son jóvenes, que pronto tendrán en sus manos las riendas de este país, quién sabe dónde, si en empresas o en la administración, donde sea. Y les he pedido que reflexionen y entiendan dos cosas fundamentales. La primera, que ninguna diferencia entre seres humanos justifica el odio, la agresión, la violencia o el enfrentamiento cainita. Que hagan todo lo posible por encontrar armonía y equilibrio, comprensión y respeto. Y, la segunda, que aprendan a hacer paréntesis y a dar prioridad a lo importante, que escuchen a sus corazones y entiendan que el mundo no puede seguir funcionando sobre la base del ataque constante de unos sobre otros. Que aprendan a aparcar sus diferencias, al menos, en medio de las tempestades y las desgracias y que entonces se ayuden olvidando las querellas y los resentimientos.


Les he terminado diciendo que, además, tampoco las economías pueden funcionar bien cuando ocurre lo que nos está ocurriendo. Les he pedido disculpas por esta primera vez en la que me he permitido dar en clase mi opinión personal sobre lo que nos ocurre y he comenzado entonces la lección sobre la demanda interna que tenía programada.


No sé si servirá de algo, como tampoco sé si sirve que siga escribiendo lo que escribo. Yo mismo sigo viviendo cada día como si nada pasara.


Ayer recibí un mensaje de whatsapp de un amigo de Valladolid, cuyo nombre no diré por si pudiera incomodarle. Entre otras cosas, decía lo siguiente.


«Llevamos un año en el que cuarenta mil personas sin desbordamientos de cauces de ríos sin Danas ni lluvias torrenciales han muerto por misiles, bombas , armas, drones, tanques…


Han muerto niños, jóvenes, mujeres embarazadas, abuelos, militares, periodistas… que lo mismo da!!!


No hablan nuestro idioma, no creen en nuestro Dios ni tienen la peluquería ni la tienda de ultramarinos en nuestro barrio.


Ellos no se merecen un minuto de silencio ni que nadie se preocupe de ellos.


La naturaleza es impredecible… a menudo no es posible mantener su fuerza ni adivinar su magnitud.
Pero sin embargo está en nuestra mano parar a los que envían bombas, torturan y agreden a los más humildes y les dejan sin techo, comida y asistencia.


A nosotros nos dan igual.


No son de los nuestros … no viven en nuestro país y que se maten entre ellos … allá cada cual con sus objetivos.


Os imagináis que todos los sacerdotes del mundo dijeran que se suspenden las misas hasta que no acabe la guerra de Israel en Gaza.


Os imagináis que todos los sindicatos del mundo dijeran que se para durante unas horas el trabajo en las empresas hasta que se diera un alto al fuego.


Os imagináis que los actores dijeran que no se rueda ninguna escena hasta que no pare la guerra.

Os imagináis que los deportistas del mundo se unieran a no entrar en ninguna cancha hasta que dejen de morir inocentes …».


Hago mías las palabras de mi amigo, desde el dolor y la impotencia: ¿dónde están nuestros corazones, dónde ha ido a parar nuestra humanidad?

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