«Podría ponerme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería ni un votante». Quizá esta frase sea la que mejor retrata la manera de pensar de un individuo que está por encima de la ley y de unos votantes cautivos cuya única pretensión es adorar a un líder mesiánico y por supuesto peligroso, tal y como suelen ser todos los iluminados.
Foto de Carlos Herrero
La ansiada intención de Trump era llegar al poder a toda costa, no ya para hacer a América grande de nuevo, sino para, principalmente detener todos y cada uno de los casos legales que hay en su contra. La llegada de Trump al poder, como ha ocurrido, servirá para evitar el castigo legal por sus delitos, tanto contra la Constitución por el asalto al Capitolio el 6 de enero, como por los fraudes cometidos en su vida privada.
Dice León Krauze, periodista del Washington Post, que Trump es un ladrón. Era un ladrón como hombre de negocios y ha sido un ladrón como presidente. Por poner un ejemplo, comenta el periodista que, cuando dignatarios extranjeros venían a verlo, la primera pregunta que les hacía es si se habían alojado en su hotel. Si no lo habían hecho no los escuchaba. Si lo habían hecho, sí. Lo importante no era lo que se viniera a tratar sino si previamente, junto con su séquito, se habían gastado el cuarto de millón de dólares reservando habitaciones en el hotel de Trump o en el Mar-a-Lago.
Al fin y al cabo, esto no deja de ser una pequeña anécdota de la personalidad avarienta de alguien que busca su beneficio personal más que el de sus ciudadanos. Pero lo curioso en el partido que fue creado por Lincoln, desde la llegada de Donald Trump, no es ya el programa electoral sino, por encima de todo el culto a un líder venerable. Un individuo ignorante que es capaz de decir aseveraciones tales como que el COVID-19 se cura inyectando lejía o tomándote un chupito de desinfectante; que los emigrantes se comen los gatos y los perros, y que, sobre todo, ha sido tocado por los dioses para una nueva misión.
No importan sus limitaciones cognitivas e intelectuales, cuya mayor cercanía es coquetear con actrices porno, sino que lo que importa es que él es el elegido para salvar a la nueva y grande América. Él es el tipo que se salvó de un disparo que alcanzó solo a su oreja porque así lo había designado Dios. El pecador al que Jesús ama y al que sus seguidores alaban bajo cánticos de salvación religiosa. Trump tiene ese toque de cínico embrutecido que se sube a un atril y se siente con la potestad de insultar a todo a quien se precie. Un personaje magnánimo al estilo de Mussolini, pero con la salvedad de que, en lugar de vestir traje militar, baila contoneando su traje diplomático de corbata roja y gorra de béisbol del mismo color, tan americano.
Bien, y ahora nos preguntaremos ¿cómo puede haber ganado un tipo así en lugar de Kamala Harris?Abogada en Derecho y doctorada por la Universidad de California. Una mujer que ha estado siempre a la sombra de Joe Biden, el tipo que confundía a Zelenski con Putin, o que al terminar un discurso soltaba algo así como «no sé ustedes, pero yo me voy a dormir» o que incluso se quedaba perdido en el limbo mirando hacia el cielo a la espera de que la primera ministra Meloni se acercara a él para recolocarlo y salir en la foto.
Pero por encima de todo ese previo desgobierno, anterior a coger las riendas Kamala Harris, lo que más daño ha hecho al gobierno demócrata en estas elecciones es haber vivido de espaldas al ciudadano de clase baja y/o media-baja. Haber deambulado por su mundo de nebulosa elitista y wokismo. Un mundo de izquierda exquisita que, ya en su momento fuera fielmente ridiculizado por Tom Wolfe o por Truman Capote y su nuevo periodismo.
Foto de Michael Anthony
Los problemas del ciudadano no se solucionan con una sonrisa iluminadora y una pléyade de artistas cantando las alabanzas del flowerpower a ritmo de la música de Taylor Swift, de Beyoncé o Bad Bunny. Ellos no tienen problema con los créditos disparados ni con los precios abusivos a consecuencia de la inflación. Ellos forman parte de esa América de colchón rosado que niega la industrialización y el sector manufacturero.
Y ante esta situación, en la que esa izquierda elitista no quiere ver los problemas del ciudadano de clase media y baja, que ni por asomo pretende mancharse «los tenis» con la mierda de vaca y el estiércol con la que tratan los granjeros del medio oeste; y que da la espalda a la creación de puestos de trabajo por no ensuciar el medio ambiente mientras ellos se desplazan en sus lujosos coches y aviones presidenciales sin importar, en este caso, lo más mínimo la contaminación… ante esta situación, el voto indeciso ha virado hacia ese tipo que tras un disparo se tapa la oreja y levanta el puño, en lugar de hacia la estridente sonrisa de una elegante mujer que no se ha dado cuenta de que la situación en EE.UU no es proclive a la risa.
Puede que ahora, desde nuestra vieja Europa, hay quién se lleve las manos a la cabeza, por esa idea del desprecio trumpista hacia los engreídos descendientes de los colonialistas europeos y puede que otro déspota como Putin, comience a frotarse las manos. Lo que no soy capaz de intuir es la sensación de abandono que puede sentir Zelenski después de haber llevado a su país a la destrucción y a la hambruna frente a la invasión soviética. No soy capaz de vislumbrar en que quedará convertida la Franja de Gaza, incluso, quizá, el sur del Líbano.
Comienza una nueva partida de ajedrez, con peones en manos de iluminados.
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