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Cualquiera puede ser presidente del Gobierno

Los verdaderos líderes anteponen siempre el bienestar y la seguridad de la población por encima de su interés político
César Valdeolmillos
lunes, 11 de noviembre de 2024, 10:41 h (CET)

“Las elecciones pertenecen al pueblo. Es su decisión. Si deciden darle la espalda al fuego y quemarse, entonces tendrán que sentarse sobre sus ampollas”, Abraham Lincoln.


El 16 de noviembre de 2014, en el programa de televisión 'Salvados', José Luis Rodríguez Zapatero le dijo a Jordi Évole: “Cualquiera puede ser presidente del Gobierno”. Y, de hecho, los españoles hemos comprobado la evidencia de esta afirmación en los momentos más críticos y de mayor riesgo. Hemos sido testigos de la gestión que Sánchez hizo del COVID-19, la borrasca Filomena, la erupción del volcán en la isla de La Palma, y ahora, el drama que están sufriendo los miles de afectados recientemente por la gota fría.


Presidente del Gobierno, puede ser… ¡Un cualquiera! Pero hay una gran diferencia entre ser… a ocupar el cargo de presidente.


Ser presidente del Gobierno de una nación, no solo implica asumir responsabilidades muy graves y complejas, sino que requiere una sólida capacidad de liderazgo y una lúcida visión estratégica. Además, es esencial contar con un profundo conocimiento de la Historia y una clara visión de futuro para afrontar los desafíos que implica dirigir un país.


Henry Ford decía: “El fracaso es simplemente la oportunidad de comenzar de nuevo, esta vez de manera más inteligente.” Un ejemplo de ello se vivió en Valencia en 1957. Ese año, tras sufrir una gran riada con efectos devastadores, muy similares a los actuales, las autoridades de entonces, demostrando un gran sentido de la responsabilidad, tomaron la decisión de desviar el cauce del río Turia. Esta medida se adoptó para ofrecer la máxima seguridad, salvar vidas, y proteger la ciudad contra futuras inundaciones. El proyecto, iniciado en 1957, se culminó en 1969.


Gracias a aquella lección aprendida, que llevó a cambios importantes en la gestión del río y la planificación urbana, en esta ocasión, la capital valenciana no ha visto cómo se repetía su Historia.

Lo cierto es que resulta muy difícil aceptar impasiblemente lo que en España está ocurriendo desde hace dos semanas.


Ni me corresponde, ni deseo, entrar a analizar quien es el responsable de lo que está sucediendo en las zonas castigadas por la gota fría, porque tal y como reza el proverbio: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. Tiempo habrá para investigar la deuda contraída por cada uno de los que han tenido competencias en este desastre. No obstante, es un hecho que en cualquier entidad de relevancia, existe siempre un supremo responsable encargado de estudiar, analizar, coordinar y tomar decisiones. En momentos de adversidad extrema, sobre él recae la máxima responsabilidad, siendo imperativo que asuma plenamente sus obligaciones, sin que éticamente sea admitido que trate de transferir su responsabilidad a personas o instituciones de menor jerarquía.


Ante la actuación del Gobierno en relación con el desastre, ¿Cabría conjeturar que el presidente vio una oportunidad de oro para desacreditar al PP y presentarlo como el único responsable de la catástrofe que estaba ocurriendo en Valencia? ¿Y podría ser que, al igual que Zapatero le dijo en su día a Gabilondo: “Nos conviene que haya tensión”, decidiera repetir la estrategia?


Conociendo las maniobras políticas del PSOE, ¿Sería de extrañar que en esta ocasión hubiesen decidido dejar que se agravase la situación, y en vez de abordar de inmediato el problema en la sesión de control al Gobierno, decidiesen obviarlo y centrar su atención en el asalto a RTVE para que toda la gravedad del desastre recayese sobre su adversario político?


El PSOE se proclama defensor de los más vulnerables. Pero, en medio de una tragedia con más de 50 muertos y un número aún indeterminado de desaparecidos ¿Qué estaban haciendo los diputados del PSOE de Valencia y Castilla-La Mancha en el Congreso de los Diputados? En lugar de ocuparse de la suerte de aquellos que confiaron en ellos para guiar su futuro, se centraron en asegurar sus escaños siguiendo las órdenes del amo, cuya principal preocupación en ese momento no fueron las víctimas de la tragedia, sino lograr el control de RTVE.


Los verdaderos líderes —no los aventureros oportunistas que han logrado el poder apoyándose en aquellos que están empeñados en destruir España— anteponen siempre el bienestar y la seguridad de la población por encima de su interés político.


¿Ha supeditado Pedro Sánchez su hoja de ruta al propósito de humillar al PP dejando que Mazón se ahogue en el lodo de la devastación de Valencia?


En España lo mejor son los españoles. Siempre ha sido así. En los trances más críticos, los políticos recurren a invocar ampulosos principios de solidaridad, igualdad, justicia social o el bien común del pueblo, mientras lo utilizan en su propio beneficio y lo prostituyen. En tiempos de aflicción, con un cubo y una pala, el español, los hace realidad.


Cuando España toda llora con las víctimas; cuando los cadáveres flotaban por las calles o los barrancos; cuando un padre de familia ve arruinado el esfuerzo de toda una vida; cuando una madre no tiene que darle de comer a su hijo, o cuando un niño vaga aterrorizado por la calle buscando amparo, es desgarrador comprobar que quien tiene la capacidad del poder, y el deber de aliviar tanta miseria, exhibe una frialdad tan despiadada, tan exenta de toda humanidad, que se atreve a decir: “Si necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”


En ese momento, y por conmiseración, solo cabe pensar que la medicina no le está haciendo efecto.

Marlaska rechazó la ayuda ofrecida por Francia; los policías, guardiaciviles y militares que por humanidad querían ayudar, tuvieron que hacerlo anónimamente y vestidos de paisanos porque no tenían permiso para auxiliar a sus conciudadanos; los bomberos franceses que vinieron por su cuenta, no podían creer que no hubiera siquiera un policía municipal en aquellas zonas en las que se solo podía contemplarse la acción destructora de los elementos.


La oportunidad para batir al presidente de la comunidad valenciana, había que aprovecharla al precio que fuese.


Con el COVID, 150.000 muertos y negocios no aclarados con las mascarillas. Con la DANA, lo que haga falta. Como en la guerra, la muerte, la desgracia y la desesperación de muchos, es siempre buen negocio para unos pocos.


Ante el abandono y falta de las iniciativas necesarias para paliar los efectos del desastre, el Rey no tuvo otro medio de alzar su voz, que ofrecer a las víctimas a sus escoltas y miembros de la Guardia Real, que desde el miércoles 31 están ayudando en las tareas de rescate y apoyo en las zonas afectadas.


En cuanto se conoció la magnitud del desastre, los jefes militares de nuestro ejército —que pertenece a todos los españoles, no al Gobierno— ofrecieron su ayuda a los afectados por la devastación natural. Sin embargo, el Gobierno no envió la asistencia que las circunstancias requerían, argumentando que debía ser la Generalidad valenciana quien la solicitara. “Si necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”


Como resultado, los efectivos militares permanecieron en sus cuarteles, y ni la Policía Nacional, ni la Guardia Civil, pudieron actuar en los momentos más críticos de la catástrofe.


En contraste, miembros de la Reserva de la Guardia Civil Española tomaron la iniciativa de organizarse voluntariamente y coordinarse con los ayuntamientos para distribuir asistencia eficazmente desde el inicio.


Las tareas de rescate y recuperación habrían sido mucho más eficaces y diligentes si el Gobierno español, haciendo uso de sus atribuciones, hubiese puesto al mando a nuestro ejército desde las primeras horas. Este cuenta con un regimiento de transmisiones que tiene capacidad para ofrecer comunicación vía satélite y montar nodos de comunicación, lo cual habría sido crucial en las zonas que quedaron incomunicadas.


Además, dispone de un regimiento de Caballería con dispositivos capaces de acceder a cualquier lugar, apartar vehículos y despejar vías, lo que habría facilitado enormemente las labores de salvamento.


El batallón de Policía Militar, por su parte, posee la capacidad adecuada para realizar labores de seguridad ciudadana, gestión de tráfico y patrullajes, misión esencial para evitar los saqueos que se han estado produciendo. También cuenta con aljibes potabilizados que podrían haber suministrado agua a la población desabastecida, un recurso vital especialmente en los primeros días de la catástrofe.


Desde el primer momento, miles de soldados han estado deseosos y dispuestos a ayudar y ser útiles a sus compatriotas, demostrando que el ejército es una fuerza preparada, no solo para la defensa, sino también para ser un pilar de apoyo en los momentos críticos.


El encauzamiento y drenaje del barranco del Poyo —que hubiera podido evitar la tragedia— lleva 20 años dando vueltas por los despachos.


El 18 de junio de 2004, el gobierno de Zapatero derogó el Plan Hidrológico Nacional propuesto por José María Aznar, que incluía la construcción de la presa de Cheste, diseñada para controlar los caudales de las cuencas altas de los barrancos de El Poyo, La Caleta y el Pozalet, reduciendo así el riesgo de inundaciones durante lluvias intensas. La derogación, influenciada por las presiones políticas de los nacionalistas catalanes y el sectarismo socialista, eliminó una medida preventiva clave contra desastres naturales.


Por su parte, la Confederación Hidrográfica del Júcar redactó el Plan Sur, que proponía desviar el barranco del Poyo hacia el nuevo cauce del Turia para evitar futuras catástrofes. Este proyecto, con un presupuesto de solo 211 millones de euros, también fue detenido debido a la oposición de los socialistas y Compromís.


¿Más de 200 muertos y cerca de un centenar de desaparecidos, han de quedar congelados en la frialdad de los números de una estadística? Cada cifra representa una vida humana, un mundo en sí mismo, con sus propias esperanzas, sueños y proyectos. Son más que meros datos; son historias no contadas de vidas rotas para siempre.


Imaginar el rostro detrás de cada número nos obliga a sentir el verdadero drama del desastre. Detrás de cada estadística hay un ser humano cuya vida ha sido abruptamente rota, dejando tras de sí el vacío los proyectos que ya no se culminarán; de las risas que no resonarán jamás, y los sueños que se han desvanecido como el eco en la distancia.


Tras los muertos y desaparecidos solo queda el silencio. Un silencia que rasga el alma cuando se escucha: “Si necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”.


Ya no la necesitan. Solo queda el abrumador recuerdo que hace que nuestros ojos se nublen de lágrimas y nuestro corazón se encoja de angustia al pensar en el alcance del sufrimiento y el dolor que se ha causado. Un recuerdo que solo se ha visto aliviado por las imágenes de los miles de voluntarios, que con lo que tenían a la mano, se lanzaron a los caminos de barro para ayudar a quienes solo les quedaba el cielo por techo.


Mientras la herramienta de los voluntarios era una pala o un cubo para achicar agua, la de Pedro Sánchez al aterrizar el helicóptero que lo llevó al escenario del dolor, era una cámara de TV para difundir su magnánimo gesto.


Cualquiera… no puede ser Presidente del Gobierno.


Después de lo visto y escuchado, solo cabe pensar que lo peor queda por venir.

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