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La guerra de las dos rosas

La rosa blanca de Susana y la roja de Pedro
Juan López Benito
domingo, 2 de octubre de 2016, 11:54 h (CET)
Parafraseando a Galdós, aún retumba en mi entendimiento aquella declaración que alteró profundamente el panorama político español. Todo empezó cuando escuché una voz ejemplo de nuestras glorias parlamentarias, “emitida por una mujer sencilla, apacible, de ánimo sereno, talento claro, continente humilde, cordial y simpática”. Efectivamente, me estoy refiriendo a Verónica Pérez la secretaria general del PSOE de Sevilla cuando manifestó recientemente justo a la entrada de la sede nacional del PSOE lo siguiente: “en este momento la única autoridad del PSOE y la Presidenta del Comité Federal soy yo”. Quedaba entonces declarada formalmente la guerra civil en Ferraz. Dos bandos y un único propósito: el control del partido del puño y de la rosa.

Decía una popular plegaría en la Edad Media a propósito de las terribles razzias vikingas que asolaban Europa: “A furore normannorum libera nos domine” (de la furia de los hombres del norte líbranos Señor). Sin embargo, en Ferraz han trastocado esta ancestral imprecación por otra que corrige la procedencia geográfica de su amenaza: de la furia de la mujer del sur líbranos Señor.

Indudablemente, la expectativa que ha despertado en nuestro país todo lo que atañe al célebre Comité Federal socialista es tal, que va a dejar en anécdota a otra gran guerra protagonizada en nombre de una rosa… mejor dicho por dos: La Guerra de las Dos Rosas (1455-85) ¿Por qué dos rosas? Porque las dos casas que se discutían el trono inglés tenían por símbolo una rosa, blanca la familia de York y roja la de Láncaster.

El colofón a tres décadas de regios destierros, de fecundos y “eminentes” asesinatos como el regicidio de Enrique VI en la mítica Torre de Londres o a sangrientas batallas como la de Barnet en 1471, sería la boda de Enrique VII Tudor con Isabel de York, que facilitó la unión de las familias de York y Láncaster amén de la fundación de la nueva Dinastía Tudor, con la cual Inglaterra entraría de lleno en la Edad Moderna. Una lucha que por cierto, vino a consolidar tímidamente la primacía de la Cámara de los Comunes sobre la de los Lores en el gobierno del reino.

¿Dejará la conflagración que acontece en el PSOE empequeñecido el caos que vivió Inglaterra a mediados del siglo XV? Hagan sus apuestas. No será por falta de deseo dentro del partido.

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Inventamos a nuestros enemigos cuando procede, que suele ser casi siempre, tal vez porque ideamos asimismo todo lo referido a nuestras vidas. Ocurre ello a escala individual y subjetiva, pero también a escala colectiva, sea en el nivel familiar, grupal, tribal o político.

Dos rasgos peculiares han favorecido la gestión del comentario de hoy y su contenido. La relectura de un libro que mantengo entre mis preferidos y el acercamiento a la situación real de la presencia humana en el mundo. El libro es “El quinto día”, de Frank Schätzing; nos viene de perlas, para enlazar con una serie de consideraciones relacionadas con las andanzas de los seres vivos en mares y tierras, unas de lo más patentes y otras poco o nada conocidas.

Recuerdo aquellas noches, después de las sencillas cenas de un colegio religioso, cuando salíamos a los patios del Colegio, en realidad las partes traseras del edificio. No olvidaré los paseos en grupo, rodeando a alguno de nuestros profesores. Se hicieron famosos los que presidía un sencillo sacerdote venido de Japón.

 
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