Sí, hay que dignificar a la mujer. Ella no descompone nada, pero personas malévolas, perversas, endiosadas, se sirven de ellas para medrar ellos. Vemos cómo, en el paraíso terrenal, la serpiente tentó primero a ella por ser el ser más maravilloso creado por Dios, destinado a ser la madre de su divino Hijo.
La mujer es un ser único, sufrido, callado, paciente, lleno de ternura, que da la vida por sus hijos, pero a la vez es la más vulnerable. Todos recordamos a nuestras madres: ¡lo que trabajaron y sufrieron en aquellos tiempos en los que no existían los medios que ahora tenemos! Ni una palabra de queja, qué paciencia, qué sacrificio, qué abnegación.
Vemos en el Evangelio el contraste abismal entre la mujer y el hombre. María Magdalena, una pecadora pública, se convirtió y con sus lágrimas lavaba los pies del Señor y con su melena los secaba. Cuando Cristo está clavado en la cruz, abandonado por sus propios discípulos, la Virgen está al pie de la cruz, y junto a ella, María Magdalena. Sin embargo, Judas, que traicionó al Señor, se ahorcó.
¿Qué sería de esta sociedad si no hubiera madres que sufren por sus hijos, misericordiosas y pacientes con los ancianos, los enfermos, etcétera? Hay que dignificar a la mujer; sin ella, esta sociedad se haría invivible.
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