Un franciscano americano, decía que al salir del gimnasio, vestido de sacerdote, una madre protegió a sus hijos como si pasara un demonio. Y el franciscano ofreció esa pequeña humillación. Si ya de por sí el camino que lleva al cielo es estrecho, aunque para Dios nada hay imposible, los ataques a la Iglesia y sus sacerdotes para muchos son como un tranquilizador de conciencia: "ya te decía yo, que son unos mangantes".
Craso error; puede que a través de todo esto te esté llamando Dios para que seas mejor, santo. Ese franciscano decía que le movió a ser sacerdote, el mal ejemplo de algún sacerdote que trataba con descuido a Dios en la Eucaristía; podía haber quitado el hombro, pero se dijo voy a ser sacerdote y darle a Dios el amor que veo le falta a éste o al otro. ¿Estamos desolados? Puede ser, pero la única respuesta es tomar la cruz como el cirineo y procurar ser mejor. San Josemaria Escrivá lo dijo y sigue resonando: “estas crisis mundiales son crisis de santos”. Empecemos por cada uno de nosotros.
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