Quien experimenta el amor de Jesús, escribe el Papa Francisco, está en disposición de “tejer lazos fraternos con los demás”. Para Francisco, la fraternidad es una necesidad acuciante para el mundo de hoy, desgarrado por las guerras y por estilos de vida consumistas e impersonales, que cada vez dejan menos espacio a lo realmente humano. El mundo, se lee en la última encíclica, parece “haber perdido el corazón”. Los propios católicos han asumido a menudo formas descarnadas de religiosidad. La vuelta a lo esencial del Evangelio, característica de los últimos pontificados, tiene que ver con una vivencia integral de la fe que refleje la “compasión” y la “ternura” de Dios. La renovación de “la devoción al Sagrado Corazón” que pide el Papa es, a la vez, una toma de conciencia de que el amor es el mayor gesto que podemos ofrecer al mundo, y el único fundamento para una verdadera civilización.
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