En estos tiempos modernos, en los que la justicia social alumbra con la lámpara del empoderamiento femenino las relaciones humanas, en los que, gracias a nuestro “Señor Progresismo” y con la intercesión de nuestra “Señora del Feminismo LGTBIQ+” y advocaciones afines—dos de los pilares, junto con San Despotismo Ignorante y Santa Secesión Extractiva, del panteón de la nueva religión del Estado—, por fin, lo que antaño era galantería se ha convertido en un alarde de machismo en distintos grados —que va desde el micromachismo hasta el acoso—, en los que no cabe el humorismo en el que alguna mujer o persona no heterosexual estén implicadas, si el “humorista” es varón heterosexual, en los que la grosería verbal es violencia sexual, de género o ambas y en el que, por mor de la verdadera igualdad igualitaria, la palabra de la mujer (original o autoelectiva) tiene prevalencia sobre la del hombre, como es de justicia justiciera, parécenos que es extremadamente conveniente redactar aquí un opúsculo con algunas indicaciones para evitar la perdición de los varones —y, con ella, el agravio a las mujeres—, tendentes todos ellos, como es sabido, a la dispersión y a numeroso tipo de desvaríos y pecados de palabra y de obra (intolerables perversiones sociales, entiéndase, contrarias a la humanidad, que han de ser perseguidas como se merece, con saña; pues las de antaño, las de orden moral, los pecados religiosos, solo forman parte del recuerdo, de la memoria histórica, y ya fueron abolidos, no recuerdo en qué disposición transitoria de qué ley; quizá en una de regulación de la ganadería ovina extensiva durante el confinamiento).
Asimismo, resúltanos oportuno, a la par que provechoso, para no llevar a equívoco, y a modo de norma de general aplicación para cualquier varón —lento, por naturaleza, a la percepción de las transformaciones sociales—, aclarar que, de las trasnochadas infracciones religiosas de pensamiento y omisión, solo ha sido traspuesta al código penal progresista la primera. La práctica ostensiva del pensamiento ya se decretó, de facto, prohibida y sustituida por el sentimiento: se ha de sentir, como mandan los cánones del espíritu del legislador progresista, en ningún caso pensar, so pena de prisión incondicional en celda de aislamiento hasta la expulsión a los “Cúmulos Globulares Fachosféricos” (redescubiertos hace unos años por el selecto grupo de reputados astrólogos monclovitas), situados en los suburbios a la derecha del brazo izquierdo de “Orión”, en la “Vía Láctea de Soja”, y envueltos en el “Cinturón de Asteroides Casposos”. En cuanto a la omisión, en el caso del varón, es contemplada ahora como una virtud social, asociada a la mansedumbre, la aceptación y la sumisión a la nueva confesión liberadora.
En todo caso, con la finalidad de dar pautas efectivas concretas —siendo conscientes de que son, apenas, un esbozo de las conductas que al presente ciclo histórico convienen— para la civilización del hombre, para su liberación del violador en potencia que lleva dentro, para la domesticación de la brutal fiera corrupia que, a menudo, lo domina, valgan las siguientes recomendaciones:
1. En situaciones que exigen proximidad o contacto entre mujer y hombre:
a) Para el saludo, el varón habrá de extender lo máximo posible su brazo derecho con la mano abierta a fin de marcar con la mujer la máxima distancia posible. El apretón de manos deberá ser breve y ligero: un exceso de tiempo o demasiada presión podrían ser interpretadas como deseos lascivos por parte del hombre. Si hubiera sudoración en las manos, se recomienda el saludo con inclinación de cabeza o elevando ligeramente el brazo, pero siempre manteniendo la distancia, que no deberá ser inferior a 1,5 metros.
En caso de actitud micromachista por parte de la mujer, con el correspondiente abalanzamiento hacia el hombre girando el rostro, invitando al beso, dar los pasos atrás que fuesen necesarios extendiendo el brazo como se indicó antes: más vale ser tachado de antipático o descortés que de manoseador.
La interacción verbal por parte del varón ha de ser breve, ciñéndose a un escueto saludo y a responder a los posibles requerimientos verbales de la mujer, sin aportar al intercambio ni más ni menos de lo que este precisa (ser demasiado prolijo se puede entender como flirteo).
Evitar por todos los medios cualquier intervención que pueda ser interpretada por la mujer como “machirulismo”; a saber, actitudes de prevalencia, altanería o soberbia por razón de género, que, en el caso del hombre, en los tiempos que corren, vienen a ser todas. Por este motivo, se desaconseja al varón tomar la iniciativa de la conversación: lo más apropiado es dar libertad comunicativa a la mujer y apoyar incondicionalmente sus valoraciones y aseveraciones, si bien con mesura, pues, de lo contrario, esto podría intuirse como paternalismo o condescendencia, dos de las más abominables manifestaciones de un talante “machirulero”.
b) En espacios cerrados, tales como despachos, ascensores, medios de transporte públicos etc., se recomienda encarecidamente evitar la cohabitación. Si fuera inevitable, en despachos, frente a la mujer, siendo el hombre el convocante, puerta abierta (si la convocante fuera la mujer y pidiera al convocado que cerrara la puerta, se aconseja alegar claustrofobia) y mirada baja del varón, centrada en los brazos de la silla en los que esté sentado, si los hubiere, o, en su defecto, en el borde de la mesa más alejado de la mujer. No orientar nunca la mirada, ni siquiera fugazmente, al rostro, al tórax o a las extremidades de la mujer, pues puede sentirse incomodada por presunto escudriñamiento lujurioso. En caso de que la mujer se encuentre de espaldas, la mirada del varón debe dirigirse inequívocamente al pavimento, pues un giro inesperado de esta podría hacerla suponer que se le estaban contemplando los glúteos con interés.
Por lo que respecta a ascensores y otros medios de transporte, lo recomendable es evitar cogerlos e ir a pie (con la mirada hacia el suelo, recordemos), que es mucho más sano. Si no hubiera otro remedio, nuevamente, mirada al suelo o, si acaso, al techo y brazos pegados al cuerpo, para que, si, por cualquier circunstancia del movimiento propio de estos artefactos, se produjera un contacto inesperado, este no implique fricción con las manos.
Análogamente a lo manifestado en el punto a), más vale caerse en el autobús que agarrarse a la pasajera próxima. A este mismo punto nos remitimos por lo que se refiere a la interacción verbal.
c) En caso de encuentros íntimos entre hombre y mujer, sugerimos vivamente un consentimiento explícito y pormenorizado por parte de la mujer en medio físico o telemático, en el que se expliciten todos los extremos que rodean el acercamiento; algo así, salvando las distancias, como el parte amistoso en caso de colisión de dos vehículos, que, como es sabido, requiere del relato de los pormenores previos, simultáneos y posteriores al incidente.
En este sentido, consideramos que resultaría harto provechoso que —al igual que en el caso del tráfico, en el que un atestado policial aporta más seguridad jurídica a los implicados— el Ministerio de Igualdad en colaboración con el de Justicia promovieran la creación de un cuerpo de notarios de guardia, que, a requerimiento de cualquiera de las partes, sancionaran el documento de consentimiento y, si fuera menester, por petición unánime de ambas, hicieran un seguimiento de su cumplimiento.
No se recomienda, bajo ningún concepto, proceder al encuentro sin las garantías arriba señaladas.
2. En caso de no precisarse proximidad o contacto entre mujer y hombre:
a) En espacios abiertos, como calles o parques, se aconseja al varón mirada alta (no altiva: esto es, indudablemente, machismo “machirulero”, como referíamos anteriormente), disfrutando distraídamente de la naturaleza o del paisaje arquitectónico urbano, o dirigida al suelo. Nuevamente, más vale un golpe con una papelera o una joroba prematura, que correr el riesgo de estar jorobado bajo el peso de la sospecha o, vaya usted a saber, de la denuncia de alguien que se ha sentido espacialmente acosado por observación indebida.
b) En espacios cerrados, tales como comercios, cines, teatros, museos, etc., no se aconseja tampoco mirar al frente, con el fin de evitar divisar, si fuera el caso, a la de enfrente. A esta sugerencia se le ha de aplicar la lógica excepción de la asistencia a los espectáculos públicos, donde, generalmente, la pantalla o el escenario se encuentran delante y la mujer, de estar próxima, en los flancos; por tanto, en esta situación el hombre no ha de curiosear a los lados ni ocupar, si son compartidos, ninguno de los dos apoyabrazos de las butacas contiguas: un roce de manos, incluso casual, puede ser entendido como tocamiento y, por tanto, como acoso sexual. Como decíamos, más valen unas piernas y unos brazos entumecidos, que ser paralizado por alguna recriminación de género.
Somos conscientes, como es obvio, de que esta insinuación de artículo no va más allá de unas pocas sugerencias grotescas y extravagantes, si bien no alejadas en su concepción del carácter igualmente estrafalario de lo que las provoca. No obstante, esperamos que esta desmesura humorístico-sarcástica sirva para espabilar a los incautos, para que, siguiendo a Cipolla, dejen de serlo y aprendan a detectar no solo a los malvados, sino, sobre todo, a los estúpidos, máxime si nos gobiernan, amén de reconducir a los fanáticos, que vienen a ser lo mismo. Si no es así, bueno; al menos, ha sido divertido.
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