En uno de los más brillantes ensayos sobre el problema del Sahara, el Premio Cervantes de Literatura Juan Goytisolo advertía hace casi cuatro décadas, que la única victoria posible para el Frente Polisario era la propagandística. A medida que pasa el tiempo, el acierto del hoy laureado escritor puede discernirse con mayor claridad.
Mientras en los últimos años, unos 46 países han retirado su reconocimiento a la imaginaria RASD montada por Argelia, tras advertir el engaño de la proclamación de una entidad fantasma, impulsada por los verdaderos amos que dirigen esta escenificación teatral: las autoridades argelinas.
Sin embargo, el extravagante aparato de propaganda del Polisario pretende que el mundo crea que en sus divagues, como que tiene “un aplastante apoyo” en la comunidad internacional y que es Marruecos quien se encuentra aislado. Sin esta versión, sería difícil recaudar la ayuda “humanitaria” internacional cuya gigantesca malversación ya ha sido documentada por organismos de la Unión Europea.
La realidad es muy diferente al imaginario de los separatistas: Ninguna gran capital del mundo ha reconocido jamás a la RASD y menos aún considera viable una república habitada por unas decenas de miles de habitantes, en medio de un desierto y un contexto regional amenazado por la violencia. Nadie podría considerar legítima una entidad que no posee gobierno, dado que en la práctica es Argelia quien toma las decisiones por ella, y además, le cede gentilmente su territorio para vivir su fantasía. Tampoco puede considerarse que tengan población establecida, dado que los presuntos “saharauis” viven en condición de secuestrados en Tinduf.
Es lo que terminó dictaminando Suecia, quien tras un enredo comercial, terminó retirando su apoyo a la causa del “Sahara Occidental” a principios de año. En los últimos meses se sumaron países como Zambia, Surinam y más recientemente Jamaica.
Hace pocas semanas veintiocho países africanos (más de la mitad) solicitaron la suspensión de la RASD en el seno de la Unión Africana, de tal suerte a facilitar el retorno de Marruecos al bloque regional.
En Latinoamérica, los países con peso internacional ven en el conflicto del Sahara un resabio de la guerra fría, y un subproducto de la rivalidad argelino-marroquí. Ni Brasil, ni Chile ni Argentina reconocieron nunca la entidad fantasma.
Quien medianamente conoce el tema, sabe que sin pasaportes y apoyo brindados por la diplomacia argelina, incluidos pasajes en líneas aéreas de ese país, los dirigentes del frente separatista serían incapaces de organizar reuniones en distintos puntos del mundo, o de contar con tantos delegados parásitos.
Si la “ayuda humanitaria” internacional no fuera un negocio que mueve montañas de dinero, no existiría un extendido coro de ONG glorificando la “lucha” saharaui y endiosando a la corrupta dirigencia del Polisario.
Argelia, que destina una importante fracción de sus ingresos petroleros a sostener esta ficción, se ha mostrado impotente para frenar el permanente declive de su creación.
La intención de Argelia aparece hoy, con este escenario, más clara que nunca: Subvencionar al Polisario para que siga siendo una pequeña piedra en el zapato de la diplomacia marroquí y tratar de sostener todo lo que se pueda en el tiempo este conflicto, del cual el mismo presidente argelino Boudiaf dijera que no tiene pista donde aterrizar.
Lo advertía un sabio pensador, más que involucrar un pasado al que se quiere volver, la decadencia implica una condena al presente. El sufrimiento al que Argelia y el Polisario pretenden condenar a los pueblos del Sahara, en su afán de dañar a Marruecos, es una muestra de ello.
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