Si los animales hablaran, nos dirían que nos quieren, que desean ser queridos y dar mucho amor. Que no los abandonemos porque ellos jamás nos dejarían a la intemperie ni a la sombra de una muerte cruel. Por ello y por dignidad, estamos contra la Zooamafia, a la que España tan encarecidamente se presta en sus protectoras y perreras, enviando sus tesoros a los que casi nadie aprecia debidamente, a laboratorios de Holanda y Alemania. Véanse artículos e informes de Internet sobre Zoomafia.
La tauromaquia es un bestial crimen contra el que ni siquiera hay castigo a medida y por encima, es llamado arte y se les paga bien a los asesinos toreros, que incluso se codean con las más altas esferas sociales, y no es de extrañar, cuánto más tienes parece que menos valor humano posees, que menos vales ante los ojos de Dios. Pobre de ti.
Convivir con gatos o perros, es mejor que con personas, más sencillo y rentable emocionalmente, más enriquecedor, mucho mejor. Yo lo he probado y soy testigo de esta hermosa realidad.
La convivencia se hace hermosa, se relajan tus nervios, se levantan tus ánimos y eres capaz de luchar contra cualquier tormenta o tsunami. No habrá rayo que te parta en dos ni en tres ni en cuatro ni en seis. Ni siquiera en miles y miles de pedazos.
Grandes amigos, verdaderos y hermosos, complacientes y relajantes. Gran virtud posee el que conoce esta realidad, por ello, los animalitos se merecen nuestros cuidados, nuestro gran respeto y buen amor.
Mi primera mascota estaba esperando en casa por mí cuando nací. Mi padre entró con una bebé en brazos y nuestro Bombay, un gato negro precioso se le acercó y le subió con sus patas por las piernas, estirando a todo dar su cuerpo y como queriendo verme la cara. Así me lo contó mi padre. Quería verme a mí, a su hermanita pequeña que acababa de nacer a los siete meses y por cesárea.
Bombay murió con doce años, tenía yo tres y hoy, apenas lo recuerdo. Mi madre me contó que dormía en los pies de mi cuna de color marrón y que era de mucha confianza, a su lado, no lloraba, creo que me atraían sus bigotes largos, como me relató mi tía aquel día en que nos sentamos a recordar las cosas buenas de la vida. Las que nos hicieron grandes y dichosas, felices y enriquecidas de gozo y paz.
Michie vino poco después, lo encontrara mi madrina Maruja en los pasillos de un edificio de la Avenida Libertador de Caracas, y lo transportó a nuestro piso para darle de comer y recuperarle un poco la salud. Era un gato blanco con pequeñas manchas negras y de color beige claro en la punta del rabo y tendría unos siete años. Lamentablemente, tan solo vivió diez, pero de Michie sí que me acuerdo, era un muy buen travieso y se escondía detrás de las cortinas rojas y gruesas de las ventanas y sacaba por debajo de ellas sus espesas patas dispuestas a todo, a ganar a quiénes le jugaran por debajo o le echaran la mano al espeso y robusto lomo de color blanco polar. Michie me robaba las barbies y siempre que yo comía, también quería comer él. Por eso comíamos juntos.
No fue sino hasta los dieciséis años que volvimos a tener otro precioso minino. Pero esta vez se trataba de Minio Gregorio Pedro Manuel, nada más ni nada menos, el gato de mi adolescencia, que estudió conmigo en el colegio y la UCM, al que debo mis buenas notas, sobresalientes, notables y matrículas de honor.
Él se ponía frente a mí en la mesa de escritorio cuándo estaba estudiando cualquier materia. Le encantaba revolcarse en el periódico que siempre dejaba mi madre en la vieja silla de la terraza, y escuchaba atentamente mis explicaciones, mis resúmenes de las lecciones. También me pedía tiernas caricias, con las que podía descansar al fin, de la pesada tarea de estudiar.
Siempre dije que Minio sería periodista, pues sentía fascinación por el papel las plumas y los lápices. Cuando me gradué en Ciencias de la Información, para mí, también se graduó él. Minio duró trece años, veinte días y siete horas y murió un domingo 7 de marzo de 1989. Fue un trago amargo que me costó superar con creces. La madrugada de su muerte, cual fenómeno paranormal, la casa se iluminó toda con una luz sobrenatural. Supongo que es una señal de que Minio se fue al cielo y no repetiría vida, no se reencarnaría nuevamente. Sus acciones, familiaridad y amor le salvaran y más siendo gato. Y es que los gatos son mejores que las personas. Créanme. Por eso mi obra es para ellos, que no se la quite nadie.
Reconozco que mi Minio marcó positivamente mi vida dándole sentido para el resto de ella, la razón es que fue lo mejor de esas edades que me pasó y con él aprendí realmente el valor de tener animales a tu alrededor, como familia y terapia. Por eso le doy las gracias desde este espacio una vez más. Ahora le considero un santo que cuida incesantemente de mí, desde el Paraíso.
A los dos meses de morir Minio, llegaron Minia y Pochita. Y afortunadamente, porque en casa estábamos sumidos en una profunda e irreversible depresión.
Posteriormente, poco a poco mi casa se fue llenando de gatos porque en este país se trata un poco mal a los animales desde mi punto de vista. Los cogíamos en pésimo estado, los curábamos, y después de dos o tres meses con nosotros, ya eras incapaz de darlos. Pero debo decir que no solo aumentó mi familia gatuna, mi suerte y mi fortuna y la de mi familia, fue en aumento a la par que el incremento de los miembros de mi familia animal, que ahora, por mi edad, no llamo hermanos, sino hijos, descendencia peluda y divertida, de carne y hueso y con sentimientos.
Muchos michis, quince ahora: Lourdik, Simonetto, Pomponcita, Lourditas, Chitiko, Maggie, Tru, Yi, Xanty, Tom, Chicha, Bebé, Pedrito, Pochito y Neni. La mayor es esta última, tiene quince años y con muchas ganas de seguir dándole a la cola. Es un poco infantil y arisca, pero nos quiere, se ve en la forma en que nos mira.
Así pues, y con todo esto, sólo me quedan por dar unos consejos para atender tan numerosa familia y que sea feliz como se merece, y es que los animales precisan sus comodidades e higiene. Tenerlos es cuidarlos y tenerles en buen estado, para así, valga la redundancia, poder tenerles en condiciones y con felicidad. Estos consejos son:
- Debes tener un arenero por cada dos gatos. A ser posible, tapado, con su puerta para entrar, claro.
- Necesitan agua fresca todos los días.
- Báñalos una vez cada tres meses.
- Hay que peinarlos cada dos días.
- Permite que jueguen juntos y también, que coman en unión. Jamás por separado, a ser posible.
- Es preferible que coman lo que les guste y ponerles una bandeja con croquetas por gato, al menos.
- Medícalos si les hace falta con la ayuda de una inyectadora o preguntando a tu veterinario como hacerlo.
- Escuchar música, les gusta y los relaja. Llegarán a tener su canción preferida.
- Precisan camitas en las ventanas cuando haya sol, para que se acuesten en ellas sintiéndose la envidia de los vecinos.
-Intenta que duerman en la misma habitación que tú.
- Las golosinas les encantan.
- Vigila que beban a diario. El gato es mal bebedor.
- Mímalos para que sean felices.
- Cómprales unas buenas camas, sábanas y mantas.
-Siempre que puedas, ten más de uno, se hacen compañía.
Y así termino este artículo de gatos, siempre presentes en mi vida, desde la cuna, siempre ayudándome gratuitamente. Por eso sé que son terapia y familia, de la segura y buena, de la que no te abandona y te regala buenas ideas. Por eso mismo los recomiendo en tu vida, para que seas dichoso. Curarán tus enfermedades evitándote pastillas para los nervios y siempre estarán ahí, para ayudarte.
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