Fabiola de Roma. Una mujer con nombre de nobleza y manos curtidas por su labor en favor de los humildes. Su vida, arranca en el privilegio de una de las familias más encumbradas de la gens Fabia, lo que la llevó a transitar caminos insospechados que desembocaron en la entrega absoluta a los desposeídos y enfermos de su tiempo. Nacida en una Roma que empezaba a tambalearse bajo el peso de sus contradicciones, su existencia es una novela que mezcla lujo, pecado, redención y, sobre todo, determinación.
Una vida de pasiones y pecados
Fabiola, aunque la Iglesia la elevara a los altares, no fue una santa desde la cuna. Su juventud estuvo marcada por un matrimonio tormentoso del que se libró mediante un divorcio escandaloso, algo que la sociedad romana no miraba con buenos ojos.
Más tarde, un segundo esposo pareció calmar sus inquietudes, pero al enviudar, decidió romper con todo lo que había sido hasta entonces.
Conoció a Marcela y Paula de Roma, mujeres cristianas que dedicaban su vida a las Escrituras y a la pobreza y algo en Fabiola cambió. Quizá fue la firmeza de los sermones de Jerónimo de Estridón o quizá fue la propia insatisfacción de quien lo había tenido todo y seguía sintiéndose vacía.
Un Sábado Santo, en el momento más solemne del año, Fabiola apareció ante el papa Siricio en la Archibasílica de San Juan de Letrán, vestida con un cilicio y pidiendo perdón públicamente por sus pecados y sella selló su conversión al cristianismo en un acto teatral, casi político.
La santa y su obra
Fabiola no se contentó con gestos simbólicos. Vendió sus bienes, repartió su fortuna entre los pobres y se lanzó a una misión que cambiaría la historia: fundar el primer hospital conocido en Roma.
No era un lugar cualquiera; allí no se hacía distinción entre ricos y pobres, entre ciudadanos y esclavos. Todo enfermo tenía un lugar, aunque estuviera cubierto de llagas o devorado por gusanos y Fabiola no delegaba: curaba, lavaba, alimentaba y cuidaba con sus propias manos a quienes el mundo prefería ignorar.
En compañía de Pamaquio, un senador convertido al cristianismo, amplió su obra y estableció otro hospital en Ostia, cerca del puerto. Estos centros no eran solo de asistencia médica; eran también refugios donde los ancianos sin familia encontraban un hogar, los viajeros una posada y los desempleados una nueva vida. Fabiola, con su gesto, fundó más que un hospital: dio origen a lo que hoy podríamos llamar medicina social.
El encuentro con Jerónimo
Fabiola no fue solo una mujer de acción sino también una pensadora y una discípula apasionada de las Escrituras. En 394, viajó a Palestina, donde se unió a Jerónimo, quien ya por entonces era un venerable anciano con fama de santo y sabio. Allí, en la soledad de Belén, Fabiola estudió y meditó, buscando en los textos sagrados la respuesta a las preguntas que la atormentaban.
Nos estamos refiriendo a Eusebio Hierónimo, comúnmente conocido como San Jerónimo, pero también como Jerónimo de Estridón, santo cristiano y uno de los padres de la Iglesia, que tradujo la Biblia del hebreo y del griego al latín por encargo del papa Dámaso I. La traducción al latín de la Biblia hecha por san Jerónimo fue llamada la Vulgata. En su camino de perfección evangélica se incluía el abandono de las vanidades del mundo y la caridad; y su forma de oración y penitencia fue golpearse en el pecho con una piedra.
Jerónimo, impresionado por la inteligencia y fervor de Fabiola, le dedicó varias de sus epístolas, cartas cargadas de afecto y admiración, testimonios de la profunda conexión espiritual entre ambos.
Una muerte rodeada de gloria
De regreso en Roma, Fabiola continuó con su labor hasta su muerte en el año 399. Su funeral fue un acontecimiento multitudinario. Las calles se llenaron de gente que cantaba salmos y aleluyas. Jerónimo, con su pluma mordaz y poética, describió las exequias como un canto de triunfo, un homenaje a una vida que había transformado la forma en que los cristianos entendían la caridad.
El legado de Fabiola
Fabiola no fue solo una mujer adelantada a su tiempo, fue una pionera. Su hospital en Roma y su dedicación a los más vulnerables marcaron un antes y un después en la historia de la atención a los enfermos.
La Iglesia la Iglesia la canoniza y la nombra patrona de los divorciados y de quienes enfrentan matrimonios difíciles. Teniendo en cuenta que los expedientes de divorcio en los archivos episcopales contienen procesos de separaciones, no divorcios tal y como hoy los entendemos. La forma más parecida al divorcio civil que se conoce contemporáneamente era la nulidad eclesiástica, pero en realidad lo que se hace no es separar definitivamente a los cónyuges, lo que se hace por parte de la Iglesia, llegado el caso, es reconocer que nunca hubo matrimonio verdadero, que nunca los que se estaban considerando cónyuges estuvieron casados.
Su festividad se celebra el día 27 de Diciembre y recuerda, no solo a una santa, sino a una mujer que, con sus contradicciones y su valentía, encarnó la esencia del cristianismo más auténtico: ese que no se limita a predicar, sino que baja al barro para sanar heridas y devolver la dignidad a los olvidados.
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