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Espíritu meditante, solidaridad en acción

Hay que volver a nuestros latidos místicos para revolverse a una sociedad que corre el riego de destruirse por sí misma, con modelos de comportamientos irracionales y de indiferencia hacia sus semejantes
Víctor Corcoba
jueves, 19 de diciembre de 2024, 08:53 h (CET)

Vivimos en una permanente vorágine, que nos impide reencontrarnos a nosotros mismos, reflexionar sobre nuestra existencia, en una dinámica verdaderamente desconcertante. El estrés cotidiano y el vacío que se esparce, nos deja las entretelas empedradas de maldades y el ánimo por los suelos. Tanto es así, que la depresión y la conducta suicida, constituye en buena parte del planeta, un problema de salud pública importante y en gran medida prevenible. Cuando menos esta palpable realidad, nos exige a todos hacer un alto en el camino, detenernos y respirar hondo. Poseemos una vida interior que no puede ser siempre pisoteada. Necesitamos cuidar y proteger esa dimensión humana, que es la que nos dona la paz interior, o el dominio de nuestro saber ser y estar.


Será bueno abandonar este espíritu alocado que nos sumerge en nuestra propia decadencia, para entrar en acción, ya sea afectiva, intelectual o emotiva; por tanto, de lo que se trata, es de avanzar en unidad, de corazón a corazón, y no de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los mecanismos de un mercado dominador, al que no le interesa nada más que el poderío del dinero y no el sentido de nuestra supervivencia. Precisamente, hace unos días, recibía el original de un libro que nos da vida, invitándome a prologarlo. En esta nueva obra de José Romero Peinado, todo es entusiasmo, hasta el extremo de que sale fuera de sí, para reencontrarse. Parece que no ve otro horizonte más que esta misión reflexiva, acorde con su fe, haciéndolo: “A solas con el Evangelio”.


Cuando la vida espiritual se clausura a los propios intereses mundanos, nos enfermamos de tristeza, ya no se escucha el silencio, tampoco se goza el vivo júbilo de hallarse, ni mucho menos el fervor por hacer el bien. Por tanto, nos conviene acercarnos a este abecedario de sintonías diversas, con testimonios que nos renuevan por dentro y por fuera, como en este caso que brota del Evangelio y que, José Romero Peinado, lo trenza de aclamación; porque el Señor ha consolado a su pueblo y de sus pobres se ha compadecido. Desde luego, si tuviera que resumir en unas pocas líneas este libro, diría que es un órgano penetrante, el que nos habla. En sus páginas, queda plasmado: “El Señor es nuestro alivio. Se hizo todo para todos sin ninguna pretensión de nada”.


Queramos o no, hay que volver a nuestros latidos místicos para revolverse a una sociedad que corre el riego de destruirse por sí misma, con modelos de comportamientos irracionales y de indiferencia hacia sus semejantes. No olvidemos que amándonos, la persona siente que sabe por qué y para qué vive. Precisamente, hoy más que nunca, se requiere el trabajo conjunto, porque nuestro futuro, en parte se basa en nuestra solidaridad. Precisamente, en este sentido, la ONU fue fundada en la premisa esencial de la unidad y la armonía entre sus miembros, expresada en el concepto de seguridad colectiva que se sustenta en la adhesión de sus miembros a unirse para mantener la concordia, la quietud entre moradores y también la seguridad internacional.


Sea como fuere, no hay mejor ciencia que meditar sobre el vivir, para darse cuenta que radica en el arte de la entrega de uno mismo a los demás; lo que nos demanda estar vigilantes, laborando siempre y profundizando en el hacer cotidiano, sin esperar otra recompensa que el trabajo bien servido. Estamos aquí realmente para acogernos y recogernos unos a otros. Al fin y al cabo, todos necesitamos del calor humano y del cobijo hogareño para poder sonreír y abrazar. Es el mejor estado de bienestar para sentirnos satisfechos, aprendiendo a canalizar nuestros propios sentimientos; ya que, sin ellos, seríamos prácticamente muebles. Asiente el sentir, pues; no seas simplemente una máquina más, de este endemoniado mundo. Sin duda, este tiempo es una oportunidad privilegiada.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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