Esta es una película paseada, se nota muchísimo: tanto, que si no corres con ella, no asoman las estrellas. Schnabel (pintor antes que cineasta) contempla la obra de Van Gogh y cada cuadro le interpela, le hace preguntarse por el misterio del arte y los artistas.
No quiere Schnabel contar la vida de Van Gogh, ni tan siquiera sus últimos días. Los cuadros que Vincent pinta a toda prisa son los protagonistas de un relato cautivador, que entra en resonancia con la locuacidad arrebatada del Vincent de las Cartas a Theo, salpicadas de cientos de opiniones sobre los pintores y los cuadros que le atraen, entre los que sobresalen Millet y Delacroix.
Van Gogh: a las puertas de la eternidad. Entre los momentos de belleza incandescente de esta película hay uno que se me ha clavado en el alma. Vincent llega aterido de frío a la habitación de una pensión. Se quita las botas, que quedan junto a la cama. No hay calefacción y el pintor coloca apoyado en el costado de la cama y sobre el suelo, un pequeño cuadro, una marina con el sol caldeando las olas. Se sienta enfrente del cuadro y acerca las manos como queriendo calentarse. A continuación, como si se le hubiera encendido un fuego dentro, Van Gogh, con una velocidad vertiginosa, dibuja primero y pinta después esas botas con las que ha recorrido tantos campos.
La película de Schnabel es una suerte de declaración de amor por la caminata, por la pintura como un ir en busca de sentido, por el trabajo que nos libra de nosotros mismos.
Los caminos que el pintor y cineasta Julian Schnabel (Nueva York, 1951) recorre y retrata en su película son los de un hombre a las puertas de la eternidad, los de una criatura que se encuentra con Dios en los campos sembrados o en barbechos, en los bosques y los olivares, en las llanadas y en los montes que las dominan. Un pintor-sembrador que trabaja de manera vertiginosa y urgente (80 cuadros pintados en sus 70 últimos días de vida), devorado por el afán de capturar con pintura del gesto las cosas que brillan y sus reverberaciones. All things shining viene diciendo audiovisualmente Malick desde hace casi 50 años.
Cada vez repito más que no es misión mía (o al menos renuevo el deseo de no asumirla) recomendar nada. Me siento más cómodo, más sincero, más honrado contando a quien le interese los motivos -a ser posible de manera sustantiva- por los que algo o alguien me interesa, me apasiona, me hace perder pie, me transforma en alguien un poco mejor o un tanto más sabio de lo que era antes de conocerlo, escucharlo y/o contemplarlo.
Schnabel incomoda audiovisualmente al espectador (la cámara en mano, los desenfoques parciales del plano dispuesto como un lienzo vivo que se lleva a la espalda) para transmitirle la agitación de un hombre enfermo, comido por el afán de llenarse de tierra, de agua, de aire, de luz, de gente. El montaje de Louise Kugelberg es inteligente, porque nos da esos borbotones, los arranques de un hombre que ha ido fracasando en casi todo lo que se propone y prefiere vivir al día con la ayuda de un hermano que le quiere y le sabe un gran pintor. Las aportaciones de Jean-Claude Carrière son más acertadas que las que hizo a esa película fallida de Trueba, El artista y la modelo, que planteaba tanta cosa interesante pero mal resuelta por no respetar la historia del arte.
Willem Dafoe y Oscar Isaac en Van Gogh, a las puertas de la eternidad
El cuarto largometraje de Schnabel (Basquiat, Antes que anochezca y La escafandra y la mariposa) llega poco antes de que el neoyorquino cumpla 70 años. Hay fervor contenido y pudoroso, pero fervor en su poética. Acierta en la elección y dirección de actores, con un Willem Dafoe magnífico que sabe duplicar los 37 años de Vincent, que murió joven de vivir viejo. Las pequeñas apariciones de grandes actores franceses ayudan a dar solidez al conjunto. El vestuario de Karen Muller Serreau y el diseño de producción de Stéphane Cressend ayudan mucho a asomarse a la vida cotidiana de un sembrador incansable que llena su pequeña habitación de cuadros y litografías, propias y ajenas, porque hace frío y es de noche en un mundo hermoso pero terrible, como esos cielos apasionadamente tormentosos.
«Mauve me echa en cara el haber dicho “yo soy un artista”, pero no me echo atrás, porque resulta claro que esta palabra lleva implícita la significación de buscar siempre sin encontrar jamás la perfección. Se contrapone a la afirmación de: “ya lo sé, ya lo he encontrado”. Esa frase significa, por lo tanto, que yo sepa: “yo busco, yo persigo, y lo hago con todo mi corazón”». Unas palabras que Vincent escribe a Theo en abril de 1882 desde La Haya, respondiendo a los reproches de su primo Anton Mauve, acuarelista.
La película de Schnabel busca y persigue con corazón. Yo se lo agradezco. Hace falta mucho corazón y bastante cabeza, amén de amor por la verdad, para colocar el cuadro El buen samaritano en un momento clave de la película, recién muerto el pintor. Van Gogh lo pinta copiando un grabado de Delacroix tras abandonar el que sería su último ingreso por un año en el psiquiátrico instalado en el antiguo monasterio de Saint-Paul-de-Mausole, de Saint-Rémy-de-Provence (que aún funciona y donde se han rodado esas escenas de la película. Pablo y Vincent, hermosa conexión…).
Vincent comunica por carta a Theo el 3 de mayo de 1890 que ya lo ha pintado, ocho meses después de haberle dicho que quería hacerlo, muy probablemente por el intenso sentido autobiográfico de la escena que pinta y por el reconocimiento lleno de agradecimiento al cariño constante de Theo por su hermano mayor. El gesto de desprecio de una posible compradora del cuadro, en una siniestra exposición-almoneda que te encoge el alma, es un potentísimo revés de Schnabel a la posmodernidad que se cree con derecho a patear la verdad, o lo que es peor, a cambiarla mintiendo sin reparo. Yo se lo agradezco.
Ficha técnica:
Dirección: Julian Schnabel Guion: Jean-Claude Carrière, Julian Schnabel, Louise Kugelberg Intérpretes: Willem Dafoe, Niels Arestrup, Mads Mikkelsen, Oscar Isaac, Anne Consigny, Rupert Friend, Emmanuelle Seigner, Mathieu Amalric, Stella Schnabel, Amira Casar Fotografía: Benoît Delhomme Montaje: Louise Kugelberg, Julian Schnabel Música: Tatiana Lisovkaia Diseño de producción: Stéphane Cressend Vestuario: Karen Muller Serreau Duración: 110 min. Calificación: +16 años Producción: Suiza, Irlanda, Reino Unido, Francia, EE.UU. (At Eternity’s Gate), 2018 Distribuidora: Diamond Estreno en España: 1.3.2019
Consideraciones finales Van Gogh: a las puertas de la eternidad es una cinta que nos da cuenta de la biografía de un célebre pintor neerlandés, Vincent Van Gogh, que con el genio, el talento y la capacidad de visualizar y leer la naturaleza desde la pintura impresionista, demostró que, más allá del común de la gente y/o de la masa, plasmó en obras de arte una visión adelantada a su tiempo y a los espacios de la cotidianeidad.
En sí mismo, rompió los estereotipos de la normalidad asfixiantes de las buenas conciencias y del imperio de las costumbres, que lo tacharon de loco e inadaptado. Sin embargo, ese impresionismo vio más allá de sus contemporáneos. Incomprendido, su único mecenas fue su hermano Theo, quien, con su generosidad y amor, permitió que Van Gogh ofrendara una oreja a una prostituta de la época.
A pesar de haber sido baleado por unos jóvenes lacras, no quiso denunciarlos, y esas heridas en el abdomen terminaron por causarle la muerte a una edad que no alcanzaba las cuatro décadas. Van Gogh no pintaba para hacerse millonario, sino para dar un mensaje encriptado en sus pinturas a la humanidad de esa época.
Generaciones posteriores trataron de reinterpretar sus obras, poco a poco rescatándolo y recuperándolo. Por no decir, regenerándolo hasta llegar a comprender su grandeza espiritual y su genio artístico. Este marcó un hito en la historia del arte y la cultura, no solo del siglo XIX, sino también del siglo XX y del XXI.
*Fuente consultada: https://filasiete.com/critica-pelicula/van-gogh-las-puertas-la-eternidad/
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