Muchos cedieron y abrazaron el cristianismo pero otros, como Hipatia, se negaron con firmeza. Ni siquiera los consejos de Orestes, su antiguo alumno y prefecto de Egipto, lograron persuadirla, y eso que el cristianismo predicaba la paz entre los hombres. Bautizado en Constantinopla antes de asumir su cargo, Orestes era un hombre de dos mundos: cristiano por fe, pero profundamente vinculado a las tradiciones intelectuales de su maestra, que no tienen por qué contradecirse.
A pesar de su negativa a renegar de su paganismo, en el que se había educado y donde cada deidad respondía a algo en la naturaleza, Hipatia continuó gozando de la estima de las élites cristianas y de la protección de figuras influyentes.
Su influencia no se limitaba al aula sino que se movía por la ciudad vestida con el manto de los filósofos, explicando públicamente a Platón y Aristóteles a quien deseara escuchar. Magistrados y funcionarios de Alejandría acudían a ella en busca de consejo, confiando en su juicio para asuntos políticos y administrativos. Incluso 120 años después de su muerte, el historiador Sócrates Escolástico, cristiano y respetado por su imparcialidad, la describió como un "modelo de virtud". La Suda, compilación bizantina, reforzaría esa imagen, describiéndola como una mujer que combinaba erudición, sabiduría práctica y autoridad moral en una época de confusión.
Pero Alejandría era una ciudad feroz, donde el intelecto y la virtud podían ser insuficientes para sobrevivir. Las tensiones que se gestaban en su seno, avivadas por las pugnas entre Cirilo y Orestes, no tardaron en encontrar en Hipatia un chivo expiatorio. La civilización se cobra sus precios. Pero, a veces, para convertirse en mito y ser a posteriori reconocida, una persona ha de ser víctima de la injusticia, Dios escribe sobre renglones torcidos.
Su muerte no fue solo el fin de una mujer extraordinaria, sino el símbolo de una época en la que la razón comenzaba a ser superada por las pasiones y los fanatismos de diversas ideologías que inundaban el Mediterráneo.
En los tiempos del patriarca Teófilo, Alejandría era un hervidero de tensiones religiosas, políticas y sociales, como hemos dicho. Gobernar aquella ciudad, donde el polvo de los papiros se mezclaba con la sangre derramada en las calles, requería más que fe y erudición, hacía falta una mano de hierro y un espíritu implacable.
Teófilo era justo eso. Bajo su dirección (385-412), la Iglesia copta alcanzó un poder extraordinario, rivalizando incluso con los grandes señores de la ciudad y, entre ellos estaba Hipatia, cuyo prestigio entre las élites alejandrinas igualaba al del patriarca.
En el año 391, con el respaldo del emperador Teodosio y el Edicto que ordenaba la destrucción de los templos paganos, Teófilo llevó a cabo una de sus jugadas más audaces: la demolición del Serapeo y otros templos, incluido el Mitreo. Estos actos, que él presentaba como una victoria de la fe cristiana sobre el paganismo decadente, provocaron disturbios sangrientos que tiñeron las calles de Alejandría.
Aquella demolición no fue solo el fin de los templos, sino también el ocaso definitivo de la biblioteca del Serapeo, un fragmento de lo que había sido la legendaria Biblioteca de Alejandría. Los armarios, saqueados y vaciados, fueron vistos con tristeza por el teólogo hispanorromano Paulo Orosio años después. “Sus estanterías vacías son testimonio de nuestra época”, escribiría.
Hipatia, fiel a su carácter, más, filósofa, no política, evitó tomar parte activa en los enfrentamientos y no se alineó con los defensores del Serapeo ni buscó enfrentarse a Teófilo, pese a las diferencias obvias entre ambas cosmovisiones. Mientras él consolidaba su poder como patriarca, ella continuaba su labor en las aulas, instruyendo a cristianos y paganos por igual. Sin embargo, la neutralidad de Hipatia no la salvaría de quedar atrapada en el choque de fuerzas que desgarraba la ciudad.
Con la muerte de Teófilo en 412, la lucha por el control del patriarcado se intensificó. La disputa entre Timoteo, arcediano y favorito de las fuerzas imperiales; y Cirilo, sobrino de Teófilo, no fue un simple juego de sucesión religiosa.
El patriarcado alejandrino controlaba la distribución de grano hacia la capital imperial y poseía una riqueza inmensa. Cirilo, haciendo gala de una astucia y dureza heredadas de su tío, logró imponerse gracias al apoyo de las masas y al recuerdo del legado de Teófilo, ahora santo en los círculos coptos. El patriarcado de Cirilo marcaría una continuidad respecto al de su predecesor, pero con un tinte aún más intransigente. Desde el principio, persiguió a los herejes novacianos, expropiando sus bienes y atacando a sus líderes.
La tensión aumentó cuando Cirilo dirigió su furia contra la comunidad judía de Alejandría. Tras una serie de disturbios violentos en los que murieron ciudadanos de ambas religiones, Cirilo logró expulsar a los judíos de la ciudad, permitiendo que sus bienes fueran saqueados por una turba enfervorecida.
En este clima de odio y desconfianza, el prefecto imperial Orestes, antiguo alumno de Hipatia y bautizado en Constantinopla, intentó mantener el equilibrio. Su relación con Cirilo era tirante, alimentada por la rivalidad entre el poder civil y el religioso. En un episodio especialmente crítico, Orestes fue atacado por monjes provenientes del desierto de Nitria, convocados por Cirilo para respaldar su posición. Durante el enfrentamiento, un monje llamado Amonio hirió al prefecto con una pedrada en la cabeza. Amonio fue ejecutado, pero Cirilo lo enterró como un mártir, exacerbando la hostilidad entre ambas figuras.
En ese caldo de cultivo de odios y tensiones, Hipatia se convirtió en un símbolo peligroso. Su cercanía a Orestes y su prestigio entre las élites hicieron de ella un blanco fácil para los seguidores de Cirilo, quienes veían en ella a una pagana, un obstáculo a sus ambiciones y una amenaza al orden que buscaban imponer. La confrontación entre poder civil y religioso sería el preludio de su trágico final, un destino escrito con sangre que ilustraría la intolerancia de una época en la que la razón era ahogada por el fanatismo. Tal como sucede en otras épocas y en la misma contemporaneidad.
En el convulso escenario de la Alejandría del siglo V, la figura de Hipatia se alzaba como un faro de sabiduría: números, neoplatonismo y razón; pero también como un símbolo incómodo para quienes aspiraban a imponer su dominio absoluto. La inteligencia y prestigio de Hipatía superaron las fronteras de su tiempo y, en el suyo, se convirtió en el blanco de rumores insidiosos. Se decía entre los cristianos que ella era la verdadera causante de la discordia entre Cirilo, el patriarca y Orestes, el prefecto imperial su alumno y también amigo. Su cercanía a este último, así como su posición crítica hacia los abusos de poder, la colocaron en el centro de una tormenta que culminaría en su trágico final.
Según Sócrates Escolástico, uno de los cronistas más cercanos a los hechos, el asesinato de Hipatia tuvo lugar en plena Cuaresma. Fue entonces cuando una turba de fanáticos, liderada por un lector llamado Pedro, interceptó a Hipatía mientras regresaba en su carruaje. Sin atender a su dignidad ni a su edad, que según algunas fuentes, rondaba ya los 60 años, la multitud la arrastró hasta el antiguo Cesáreo, un majestuoso templo reconvertido en catedral. Allí, la desnudaron y la golpearon con piedras y tejas hasta matarla. Luego, en una exhibición de brutalidad y desprecio, pasearon sus restos por la ciudad antes de incinerarlos en el Cinareo, el lugar destinado a las cremaciones.
La muerte de Hipatia fue el resultado de un odio visceral alimentado por múltiples intereses. Aunque algunos, como María Dzielska, sugieren que la tragedia tuvo más motivos políticos que religiosos, el caso es que el crimen manchó la reputación de Cirilo y de la Iglesia alejandrina. Sócrates Escolástico, conocido por su moderación, no escatimó palabras al señalar que aquel suceso trajo un profundo oprobio al patriarca y a su comunidad, calificando la acción como contraria al espíritu cristiano.
Otros historiadores, como el bizantino Juan Malalas, añadieron su condena, aunque no sin apuntar al carácter tumultuoso y violento de los alejandrinos como un factor que facilitó la tragedia. Las masas en efervescencia pueden causar los mayores desastres y desmanes, basta una arenga para que todo se descontrole. Los mismo que pasa contemporáneamente, el hombre es el mismo en todas las épocas.
Pero no todos coincidieron en la crítica al asesinato de Hipatía. Juan de Nikiû, un obispo copto del siglo VIII, justificó la muerte de Hipatia, a quien veía como una bruja cuya influencia desestabilizaba la convivencia entre cristianos y judíos, además de interferir en la relación entre Orestes y Cirilo. Para él, el asesinato no fue solo inevitable, sino un acto casi legítimo frente a lo que consideraba una amenaza.
El trasfondo de esta tragedia revela una compleja red de motivaciones. Más allá del fervor religioso, el crimen también fue la culminación de una pugna por el control político de Alejandría. Cirilo, que luchaba por consolidar su autoridad frente al prefecto imperial, entendía que Hipatia, consejera de Orestes y símbolo de la ciencia y el pensamiento independientes, representaba un obstáculo. El asesinato de Hipatía no solo eliminó esa amenaza, sino que envió un mensaje claro sobre el tipo de poder que Cirilo pretendía ejercer. Fue un crimen ejemplarizante.
El destino de Hipatia, sin embargo, no fue un hecho aislado en Alejandría, ni tampoco en el resto del mundo a través del tiempo. Como recuerda la enciclopedia bizantina Suda, su muerte guarda inquietantes paralelismos con los crueles asesinatos de otros líderes que se cruzaron en el camino de los alejandrinos. El arriano Jorge de Capadocia fue uno de ellos, también el calcedonio Proterio, entre otros. Los ajusticiamientos públicos, llenos de violencia ritual, eran reflejo del carácter temperamental y levantisco de la ciudad. En Alejandría, los conflictos políticos y religiosos se resolvían, frecuentemente, en las calles, con derramamiento de sangre.
Hipatia, símbolo de la razón y el conocimiento, fue devorada por la barbarie y fanatismo de su tiempo. Su asesinato no solo marcó el fin de una era, sino que también dejó una herida en la memoria colectiva, quizás por ellos contemporáneamente se reivindica tanto su figura.
Aunque las causas exactas de su muerte sigan siendo objeto de debate, es indiscutible que su legado trasciende la tragedia y su vida, que dedicó a la enseñanza y a la búsqueda de la verdad, sigue siendo un recordatorio de lo frágil que puede ser la civilización frente al fanatismo y la intolerancia.
Sobre la motivación que Cirilo pudo haber tenido para ordenar o inducir la muerte de Hipatía, la historiografía apunta en varios sentidos:
- La intolerancia del obispo hacia el neoplatonismo y el paganismo, que tanto había influido en el herético arrianismo. - La amistad e influencia de Hipatía sobre Orestes y la clase alta de Alejandría. - Los deseos de venganza por la muerte del monje Amonio, que fue ordenada por Orestes, en lo que quizá fuese aconsejado por su maestra. - La hostilidad que sentía Hipatia hacia Teófilo y su sobrino, consecuencia de la responsabilidad de la destrucción del Serapeo y el saqueo de su biblioteca en el año 391, que pudo llevar a Hipatía a instigar el enfrentamiento entre el prefecto imperial, Orestes y el patriarca Cirilo. - El deseo de Cirilo de lanzar una advertencia seria a Orestes, mediante la muerte de alguien tan cercano y apreciado por él como lo era Hipatia.
La sombra de Cirilo se proyectó larga en el asesinato de Hipatía. Es difícil concebir que un estratega político tan hábil como Cirilo de Alejandría tomara la iniciativa directa en un acto tan brutal y, a la larga, perjudicial para los intereses del patriarcado que lideraba. Christopher Haas, destacado académico de la Universidad Johns Hopkins, señala la dificultad de atribuirle responsabilidad directa al patriarca ya que, con las fuentes disponibles, resulta imposible determinar si el ataque fue una orden suya o si, como en agresión anterior al prefecto Orestes, algunos fanáticos actuaron de manera unilateral para defender lo que creían los intereses de la Iglesia. Sin embargo, la historiadora María Dzielska no concede tanta indulgencia y para ella, incluso si Cirilo no dio la orden explícita, su papel como instigador de una campaña de desprestigio contra Hipatia lo hace, en buena medida, responsable del crimen. En su visión, la ofensiva del patriarca contra Hipatía no fue más que un movimiento calculado en el ajedrez político de Alejandría: un intento por debilitar al prefecto Orestes y a la facción imperial contraria a los excesos del poder de Cirilo.
Fuese un acto deliberado o el resultado del fervor descontrolado de sus seguidores, el asesinato de Hipatia dejó una marca indeleble en la figura de Cirilo. En los libros de historia, el patriarca aparece como un personaje contradictorio, capaz de consolidar la autoridad de su sede en Alejandría y expandir el poder de la Iglesia, pero también como un hombre cuya intransigencia y ambición política desembocaron en episodios tan oscuros como el brutal fin de Hipatía.
El debate sobre su implicación directa continúa, pero una cosa está clara: Cirilo, que sería canonizado como santo por la Iglesia, arrastra tras de sí el peso de aquella tragedia. Su nombre quedó vinculado para siempre al asesinato de una mujer que representaba la razón y la sabiduría en una época en la que la intolerancia y la violencia parecían imponerse en cada rincón de la urbe alejandrina. Como tantos hombres de poder en la Historia, lo que no pudo manchar su ingenio lo ensombreció su ambición.
EL LEGADO A LA MUERTE DE HIPATÍA, REACCIONES E IMPACTO EN LA FILOSOFÍA ALEJANDRINA
Aunque Bertrand Russell afirmó en Historia de la filosofía occidental que tras la muerte de Hipatia "Alejandría ya no fue turbada por los filósofos", esta aseveración no se sostiene del todo. A pesar del brutal asesinato de Hipatía, figuras como Proclo, Simplicio y Juan Filópono continuaron desarrollando el pensamiento filosófico en el mundo helénico, el que ella difundía. Incluso, tras su muerte, el neoplatonismo ecléctico encontró un nuevo impulso en Alejandría con Hierocles El Filósofo, reflejo de que ni la religiosidad helénica ni la herencia matemática y filosófica griega sucumbieron completamente a la muerte de Hipatia. En este contexto, también emergieron santos del neoplatonismo, lo que evidencia una peculiar simbiosis entre corrientes filosóficas, numerología y religión en la región.
El asesinato de Hipatia no solo conmocionó a la ciudad sino que resonó hasta en la corte imperial. Orestes, prefecto imperial de Egipto, reportó los hechos a Constantinopla e instó a una intervención. Según la Suda, el emperador Teodosio II, en un primer momento, quiso sancionar a Cirilo por el crimen, posiblemente influido por su esposa Eudocia, una filósofa ateniense y defensora de las enseñanzas filosóficas. Sin embargo, las acciones imperiales se limitaron a una medida simbólica: el retiro temporal de los 500 parabolanos, los monjes que actuaban como guardaespaldas del patriarca y que algunos historiadores señalan como responsables directos del asesinato. Esta decisión, aunque severa en apariencia, fue revocada poco después e, incluso, se permitió que el número de parabolanos se incrementara a 600.
El favor imperial hacia Cirilo se explica, en gran parte, por la influencia de Pulqueria, la hermana del emperador, una cristiana devota con gran ascendiente sobre Teodosio II. Esta protección permitió a Cirilo salir relativamente indemne del escándalo y consolidar su poder político y religioso. Sin embargo, el asesinato de Hipatia dejó una sombra sobre su figura y sobre la Iglesia alejandrina, que perdió influencia política frente a la corte de Constantinopla.
Aunque el patriarcado sobrevivió, el crimen fue un golpe para su prestigio, reconocido incluso por algunos de sus contemporáneos como un acto que deshonraba los principios del cristianismo. A pesar del impacto del asesinato, la Escuela de Alejandría continuó activa hasta el siglo VII, incluso tras el cierre de la Academia de Atenas por Justiniano en el año 529. Este dato refuta la idea de que la filosofía en Alejandría desapareció con Hipatia. Más bien, su legado sobrevivió, aunque su figura se convirtió en un símbolo de la tensión entre razón y fanatismo, entre el viejo mundo helénico y el orden cristiano emergente.
Hoy, las investigaciones contemporáneas cuestionan las interpretaciones tradicionales sobre la oposición de Hipatia al cristianismo, sugiriendo que su muerte podría entenderse mejor como el resultado de las tensiones políticas y sociales de una Alejandría convulsa, atrapada en la caída del Imperio Romano. Lejos de ser simplemente una mártir de la razón, Hipatia encarna un capítulo complejo de la historia, donde la filosofía y la ciencia de una parte; y el poder, de otra, chocaron con consecuencias fatales.
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