Hay personas que se podrían haber quedado en su casa hace bastante tiempo. Tiempo en que esta, adulterada y falsa ministra, siempre que habla, saca su desvergonzada, picarona y atrevida lengüecita, mordiéndosela en sus incipientes labios. No ha sido una, sino muchas veces. Ya me lo dijo un amigo que, cuando hablaba en el Parlamento Andaluz, estaban todos locos de contentos, y, a su vez, también atolondrados por sus variopintas y mezcladas palabras, donde su atolondramiento y ligereza verbal les dejaban a todos acalorados y reanimados, haciendo olvidar sus mordiscos en sus incipientes labios en el Parlamento Andaluz.
El Supremo acepta la demanda por derecho al honor del novio de Ayuso contra la ministra Montero. Cabe recordar que la vicepresidenta del Gobierno aseguró durante una sesión de control al Gobierno en el Senado que Díaz Ayuso “está viviendo en un piso que pagó con fraude a la Hacienda Pública”, en alusión a la investigación por fraude fiscal que la institución mantiene abierta sobre las cuentas empresariales de su pareja.
Casi toda España conoce esta rocambolesca historia. Toda España conoce a esta pintoresca ministra que, cuando habla, mueve los cimientos del Congreso; cualquier día sus aplanadas manos le pueden acarrear ligeros traumatismos, tanto en sus manos como en los omoplatos, por las comunales demostraciones de sus miembros con palmadas a su jefe al viento en el hemiciclo.
Esta adulterada ministra, la señora Montero, con sus patochás —como se dice en mi tierra— podría haberse quedado en el Palacio de San Telmo, aunque, a decir verdad, lugar predilecto, donde acampaba a sus anchas, dueña y señora con un despacho esplendoroso y muy ostentoso para un partido socialista. No lo digo por decir, aunque, a decir verdad, en el Gobierno de España hace lo que le dicen; allí hacía, según me cuenta mi amigo sevillano, lo que le daba la gana y le salía a voluntad propia. “Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.” ¡Pues eso!
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