Suelo hacer ratos de oración ante el sagrario. La Fe nos dice que ahí está Dios, en forma de pan, pero no es pan, es Cristo con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Imagínate que Dios te concediera una audiencia, sin límite de preguntas, cuestiones, es decir, una entrevista no pactada. Te puedes enfadar porque no entiendes esto o aquello, porque tu hijo está enfermo, porque te han echado del trabajo, porque tienes una enfermedad grave, porque muchos niños se mueren de hambre. Sí, me puedes decir, pero no me contesta, no oigo nada.
Parece el silencio de Dios. Cierto que Dios no es una máquina de Cocacola, a la que al echar un euro te da una lata. ¿Me he portado bien y así me tratas?. Hoy estaba ante el sagrario, no había nadie cerca y empecé a hacer oración, trato de tú a tú con Dios, sin anónimos, cara a cara. Intenté hacer un discurso, a media voz. Jesús me contestó, con lo que dice en el evangelio: no me hagas un discurso de fariseo; te conozco mejor que tú a ti, te quiero más que tú a ti. Me callé.
Pero Dios contesta si sabemos oír y ver. Te contesta en la vida ordinaria, aquél que fue tan amable, aquel pirado ególatra, el amigo que lo está pasando mil veces peor que tú y sonríe. La oración es para pedir, of course, pero sobre todo para aceptarte y aceptarLE, conocerLe y conocerte. Bajo la mirada de Dios nos sentimos liberados del apremio de "ser los mejores, triunfadores"; y podemos vivir con el ánimo tranquilo, sin hacer denodados esfuerzos por mostrarnos encantadores, en el mejor de los días; ni gastar increíbles esfuerzos en aparentar lo que no somos, podemos, sencillamente ser como somos. No existe mejor relajación que ésta: apoyarnos como niños pequeños en la ternura de un Padre que nos quiere como somos, aunque haya que cambiar muchas cosas de nuestra vida, esforzarnos.
Y si no te atreves, acude al regazo de la Madre de Dios y Madre tuya (aclaración, esto puede ser para todos y todas, no soy un meapilas).
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