El arte anamórfico, muy popular en los siglos XVI y XVII, permitía jugar a ver como una imagen que a primera vista parecía distorsionada o incluso irreconocible, se convertía en una imagen perfectamente proporcionada cuando se la contemplaba desde la perspectiva adecuada.
Salt and fire, la última propuesta de Werner Herzog, que integra en su película ejemplos de trampantojos como el citado, convierte la técnica de la perspectiva en metáfora del punto de vista como elemento transformador de la realidad que habitamos. Según desde el lugar desde el que vemos las cosas, así las sentimos, y las comprendemos.
Eso es lo que le ocurre a la Dra. Laura Sommerfeld, investigadora de la ONU, cuyo punto de vista analítico se ve puesto en crisis al ser secuestrada, junto con su equipo, nada más llegar a Bolivia, donde acude para estudiar el desastre ecológico del Diablo Blanco, un desierto de sal (rodado en el auténtico Salar de Uyuni) que se expande a velocidad incalculada destrozando lo que encuentra a su paso . A través del diálogo teórico con su captor (Michael Shannon) y de la confrontación con el paisaje y con sus habitantes (los hermanos ciegos Huáscar y Atahualpa, así nombrados por los hermanos competidores al trono inca en el siglo XVII), Herzog plantea la distancia que separa la codificación del paisaje como compendio de cifras y curvas numéricas, de su integración como territorio vivencial, como experiencia humana reveladora.
Por lo menos, eso es lo que se intuye bajo un metraje que se esfuerza en colocar elementos insólitos para convocar mediante su alianza una trascendencia que nunca llega. En parte por una no del todo inspirada actriz protagonista (Veronica Ferres), en parte por una dirección que resulta inusitadamente torpe y facilona, sobre todo si consideramos que la firma el mismo que ha retratado la complejidad del ser humano y su difícil vínculo con la naturaleza en tantas ocasiones. A pesar de los movimientos de cámara que tratan de imprimir dinamismo, la sensación es de un constante desencaje en la puesta en escena, en la relación entre imágenes y música y, en general, entre intenciones y resultados.
De una forma un tanto perversa, la perspectiva por la que la película aboga, vuelve en forma de boomerang para cuestionar qué lugar ocupa este film dentro de la filmografía de Herzog, cómo, colocando a su lado películas como Grizzly Man, Aguirre, la cólera de Dios o La cueva de los sueños olvidados, Salt and fire resulta una mera caricatura del cine de Herzog, firmada por el propio Herzog, y descafeinada de la carga de locura, devastación y misterio que poseen algunas de sus películas míticas.
La distorsión de su propio cine, solo se “corrige” -en términos de anamorfismo- al contemplar la película desde sus escasos hallazgos, condensados en el último tercio de la película, en donde la relación entre el personaje de Veronica Ferres y los hermanos a punto de quedarse completamente ciegos, bascula hacia una propuesta casi documental, en donde el espectador percibe el contraste, extracinematográfico, entre la actriz de ficción y los personajes reales, y de esa tensión surge algo estimulante, aunque escaso.
Desde otro punto de visto, Salt and fire, como ejercicio fallido y con regusto apresurado, aviva la percepción de la figura de Herzog como creador todoterreno que no tiene miedo al fracaso, que prefiere equivocarse antes que dejar de hacer y que antepone la aventura de filmar -lo que le da la gana y le divierte- al resultado de lo filmado.
Cabe preguntarse si Salt and fire, que no es exactamente de género fantástico, estaría programada en el Festival de Sitges si no la firmara Werner Herzog, aunque también conviene reflexionar acerca de si no es parte de la función de los festivales mostrar lo que van gestando, además de los nuevos talentos, los maestros, incluso en sus horas bajas. Cada filmografía refleja una búsqueda a través de los años que deja translucir la lucha, la fe, el inconformismo o la complacencia de cada creador en relación a su cine.
Desde luego que alguien de la inteligencia, el carisma y la capacidad fílmica de Werner Herzog, puede -¿debe?- ofrecer mucho más.
|