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Cuando “fingir demencia” disfraza en el habla indiferencia personal (y colectiva)

Argentina toda, a mi juicio, no puede darse más el “gustito” de fingir lo que no es, y su gente tendría que pensar, ver y devaluar todas las formas de la ignorancia y la soberbia
Paula Winkler
lunes, 30 de diciembre de 2024, 11:00 h (CET)

A menudo, se escucha en el habla porteña aquello disparatado e insolente de “fingir demencia”, es decir declamar que es sano hacer como que no se ve, que no te das cuenta… Alguna Filosofía contemporánea se ocupó bien de los adeptos a las estéticas del “Als ob” (al “como-si”).


Argentina es célebre por sus actores, directores de cine y dramaturgos; por sus poetas y narradores; juristas, médicos, economistas, profesionales y filósofos; artistas. Su pueblo, siempre dispuesto, pareciera a veces que lo está, solo para construir su malestar. Es cierto que el casi ya sintagma cristalizado “imaginario colectivo”, expresión atribuible al sociólogo Edgar Morin, ha recorrido camino y hecho de las suyas en algunos estudios sociales. También, que los argentinos nos hemos tragado unas cuantas expresiones inverosímiles del quehacer nacional, que algunos incorporaron a tal imaginario, gustosos de pensar en sempiterna metonimia.


Ejemplos: que nuestra economía era mejor que la alemana habida cuenta de nuestra tremenda actividad económica (subsidiada…), que la inflación galopante no era tal y en todo caso, que brillaba, contrapuesta, nuestra indiscutible justicia social.


Hoy, cual contrapunto en una nueva trama cultural que pretende objetividad y parece haberse olvidado del pasado pues interesa más el futuro, conforme un presente que “no rinde”, se oye de la mayoría que vamos bien, disminuyó la pobreza. Hasta el Ministerio de Capital Humano está analizando inventar un índice propio para medir la paupérrima vida de los otros. Pero familias enteras duermen en las esquinas de los barrios residenciales y más caros de Buenos aires… Todo ello no es novedoso, faltaba más.


Los viejos recordamos el discurso de aquel expresidente ético: la casa estaba en orden, pero se había pactado la continuidad republicana con vulnerabilidad, a tropiezos. Y derrotaríamos, durante uno de los gobiernos militares, al “principito” (británico), dispuestos nuestros valientes soldados a salvar las Islas Malvinas sin el armamento, la preparación, los aviones, ni la marina adecuados. (El diagnóstico se había basado en que los ingleses no se tomarían el trabajo de venir al fin del mundo, Argentina se encontraba lejos). Héroes de nuestra Aeronáutica volaban a ras de mar y tierra, esquivando ataques del enemigo, con temeridad encomiable. En paralelo, exaltados porteños jugaban a la batalla naval desde sus despachos o en confiterías barriales repitiendo como loros las noticias guionadas de la tele. Cuando se anunció la derrota definitiva, la Plaza de Mayo, colmada de fe poco tiempo antes, se vació, mientras los bares aledaños facturaban a sus parroquianos a lo loco: se jugaba un partido de fútbol.


Además del dulce de leche y del colectivo, inventamos la birome-bic, que se patentó enseguida con éxito. Y el peronismo, como tercera fuerza, superaría la lucha de clases teorizada por el marxismo. Seríamos por lo demás, una potencia. Luego, íbamos a lograr grandes negocios en el Mercosur, que nunca dejó de ser cuando menos para nosotros, una unión aduanera. Y veraneábamos en Brasil, nos reconocían en los grandes almacenes por el “deme 2, deme 6” (nuestra moneda, tan estable, provocó que un exministro de Economía nos aconsejara no apostar al dólar porque perderíamos).


Tampoco podemos negar que automóviles de primera marca (o no) salían disparados del buquebús que conduce a la otra orilla, donde destacan bellas playas uruguayas: incentivados por un rayo de soberbia, nos creíamos veloces, los mejores. Estas vacaciones volvemos a invadirlos, se derogó el impuesto país, lo que abarató el precio de la divisa. Maradona, santo popular, de la mano de Dios evitaría nuestras penas con su gloria y alcanzaríamos la felicidad para siempre. Y volvimos a ser campeones del mundo en el fútbol. El Obelisco, a pleno, reflejaba patriotismo y fervor.


Continúa la lista de estos ejemplos variados, pertenecientes a una retórica social, análoga al género literario de lo maravilloso, que nos ilumina todavía. (Si escribo en la primera del plural es porque soy argentina y elijo serlo; no se trata, pues, deningún tono pastoral o con soslayada pretensión didáctica).


Hoy sobrevive el comentario “voy a fingir demencia”. Como si “no verla”, “no ver” (que es más básico que “no querer saber”) no fuera lo que es: una neurosis generalizada que, vaya a saberse el porqué, se transformó con el correr de los años en auténtica virtud ciudadana. Total, mientras hay vida, hay esperanza… Lamento informar a esos cuentacuentos que a fin de que en una nación funcionen las instituciones no basta con que el ciudadano de a pie conserve un trabajo mal remunerado o deba desempeñarse como un saltimbanqui en tres a la vez. Tampoco que a algunos más privilegiados nos aplaudan en encuentros profesionales o artísticos, que hijos y nietos continúen yendo al mismo colegio, luego se comprometan, se casen o se vayan a comer perdices. Es insuficiente que las mujeres nos empoderemos y que empedernidas, nos ocupemos únicamente de lo nuestro, por más esplendoroso, sereno, difícil y loable que sea lo femenino. En los países en los que se consagraron matriarcados, las mujeres lideran y no se limitan a celebrar los días de la publicidad como adolescentes entre amigas, en boliches que aceptan y festejan su presencia estelar. (En el siglo IX, vbgr., las vikingas peleaban por sus territorios a la par del hombre y en el resto de Europa, después de los estragos de las guerras, muchas mujeres, viudas, solteras quedaron a cargo de sus familias y de los negocios dejados por sus maridos, padres, novios, obligados a luchar en el frente).



La Historia universal de las ideas y la Historia argentina nos piden a todos un esfuerzo adicional: pensar, que no es poco. Intentar cuando menos una buena vecindad, ayudar al otro aun cuando su dignidad no nos ponga en situación de “tener que dar” (no todo es demanda y respuesta, hay que saber colocarse en el lugar de los demás); informarse sobre los hechos y respetar la ley vigente (ya que la jurídica se presume conocida por todos), no limitarnos a consumir por consumir y no quedar atrapados en “fake news” en tanto la “postverdad” no existe más que en las redes. Sobre todo, sugiero, no estaría mal creer en algo más allá de lo que ven nuestras limitadas narices. 


Desde luego hay que quererse y si crecimos, autoabastecerse. En alguna oportunidad llegamos a ser adultos y prescindimos de nuestros padres; no de su cariño. Sin embargo, no todo el mundo tiene la bendición de ser “sustentable”, “exitoso”, citado y aplaudido. Aun cuando haya sido buen alumno y transitado en universidades con becas (o a puro pulmón doméstico), se observan graduados choferes o sin trabajo. (También algunos mediocres descuellan, tienen suerte). Por lo que lo menos que se les puede pedir a los que tan gratamente se solazan de “fingir demencia” es empatía y sobriedad.


Mentirosos, incumplidores y corruptos los hay en todas partes. Muchas naciones han sufrido guerras mundiales o guerras civiles; invasiones culturales y de territorios; catástrofes climáticas mortales; hambrunas, exterminios masivos diáspora y desastres familiares. Los argentinos, los porteños y bonaerenses, también. Pero solemos dramatizar. El tango, nuestro emblemático y magnífico tono orillero... Más de una vez confundimos, así, desgracia con tragedia. Da la impresión de que nos gusta saborear fracasos (aunque alguien dijo alguna vez que estábamos condenados al éxito). De todo esto y más, sin embargo, no solamente son responsables los gobiernos. Nosotros, para bien o para mal, elegimos creerles en democracia, y la garantía a la libertad de expresión continúa vigente en nuestra Norma Fundamental. Como decía Domingo Faustino Sarmiento, la mayoría de los problemas dependen de la educación.


Lo que entristece, sí, es que haya ciudadanos de a pie dementes que fingen una sobrada salud mental (y social) de la que carecen. Pregunto: repetir una y otra vez los mismos errores históricos; fingir demencia u olvido pues no se quiere ver ni saber, ¿constituyen actitudes exentas de patología? Mi declarada esperanza para el año venidero es que dejemos de fingir (demencia o salud, según el caso). Seamos serios alguna vez, volvamos a nuestras cosas. No deleguemos toda la responsabilidad de nuestras desgracias a los gobiernos como si se trataran de extraterrestres que no fueron elegidos libremente en las urnas por nosotros.


Ninguna sociedad se hunde porque sí. Somos también lo que construimos y deconstruimos. Hay que tratar de superar berrinches infantiles y el odio: las sombras compulsivas e incontrolables son inconducentes; las grietas las aprovechan unos pocos. Argentina toda, a mi juicio, no puede darse más el “gustito” de fingir lo que no es y su gente, tendría que pensar, ver y devaluar todas las formas de la ignorancia y la soberbia. El bienestar se trabaja también internamente, no hay que exigir a lo público aquello de lo que lo subjetivo carece.

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