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Si una nación no tiene Dios, ¿quién es su Dios? Pues su presidente

Jaime Fomperosa Aparicio, Santander
Lectores
sábado, 4 de enero de 2025, 12:41 h (CET)

Hagamos un poco de historia. Nací el 09-09-1936, la guerra había estallado el 18-07-1936. Vivíamos en Noja (Cantabria). Mi madre cuando iba a tener un hijo, iba a casa de su madre, en Osorno (Palencia), pues no había los medios que hoy tienen para ser madres. En la casa de Noja estaba bien equipada. Cuando volvimos a Noja yo era un crío muy pequeño, pero sí me contaron que en la casa de mis padres habían hecho la "casa del pueblo". Robaron todo y solo quedó un trozo de la bandera republicana. Pasan los años, de la guerra ya nadie habla, con Franco había paz, libertad y orden. España era una Nación Católica y próspera. Muere Franco y con la aprobación de la jerarquía Católica, se estableció el sistema que padecemos, laico y sin Dios, al cual ni se le nombra. Hay que destacar que en el año 1975 que muere Franco, España era católica y con la nueva situación política y la Nueva Iglesia, España se convirtió en una nación pagana. ¿Qué catolicismo teníamos? De saldo. ¿Para qué murieron miles de ciudadanos, obispos, sacerdotes y religiosos? Se nos tenía que caer la cara de vergüenza y en primer lugar a la jerarquía Católica con la situación que padecemos. Hay muchas organizaciones seglares que trabajan para que España vuelva a ser católica, pero no así en muchos ambientes de la Iglesia Católica, "Perros que no ladran" (frase de un cardenal Sahrad). Por tanto, el presidente que tenemos en España es el fruto de este "maravilloso sistema democrático". Las ovejas sin pastores no podrán salir de esta encerrona cuidadosamente preparada por Satanás y sus secuaces, muchos de ellos infiltrados en la Iglesia Católica.

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Y seguimos sin establecer una oficina ad hoc para su debido tratamiento coordinado ya que los tres grandes contenciosos están encardinados, tan estrechamente interconectados como en una madeja sin cuerda, donde al tirar del hilo de uno para desenlazarlo, surgen, automáticamente, inevitablemente, los otros dos.

En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.

 
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