Me vienen a la memoria algunas películas de jueces, cuyos nombres muchos de nosotros nos acordaremos en cuanto los he garabateado en esta carta al director: “Doce hombres sin piedad”, “Las dos caras de la verdad”, “Algunos hombres buenos”, “Coacción a un jurado” y una que veo de vez en cuando, “Los jueces de la ley”. Esta me cautivó por su enseñanza que, aunque tiene su amago de cine negro, abusivo e ilegal, me dejó un impacto muy grande. Y, conforme pasa el tiempo, cada vez que la veo, hay cositas nuevas para pensar.
Esta película, Los jueces de la ley, está protagonizada por artistas de primera categoría, entre ellos Michael Douglas haciendo de juez en la Corte Superior de Justicia en una ciudad importante de América. Este juez, desamparado e indefenso por tantas lagunas legales y tecnicismos jurídicos, decide con otros jueces, a espaldas de los organismos competentes, juzgar a los reos que quedaron libres por “enigmas” relacionados con las pruebas. Buscaron policías corruptos para ejecutar las decisiones tomadas por estos “jueces de la ley”, tomándose la justicia por su mano. Cosa que no se debe hacer nunca; para eso está la ley.
Parece ser que en esto de la justicia está todo claro y limpio como una patena. Por lo que vemos en estos tiempos, no es así. La señorita Justicia, harta de llevar los ojos vendados, se ha quitado ella solita la venda. Entre unas cosas y otras hay fuerzas gubernativas que, al amparo de su gobernanza, posiblemente —me parece— que entre la lluvia que le está cayendo y el desconcierto de tantas querellas, disputas y toda la anarquía que tenemos delante con los rifirrafes de los contendientes y el tiempo que llevamos con ello, podría pasar de todo, y, digo de todo.
Estos jueces, de esta gran película llamada Los jueces de la ley —así era el título de la película— buscaron policías corruptos para ejecutar las decisiones tomadas. Se tomaban la justicia por su mano. Creo que los delitos sólo se pueden juzgar y ejecutar por los tribunales competentes. Pero... ¿hasta dónde puede llevar a las personas a ejecutar tan abominables actuaciones? ¿Hasta qué límites debemos razonar? ¿Quién tiene la mente más diabólica? ¿Los que están a espaldas de la ley o los que hicieron el juramento de Hipócrates? Piensen un ratito. Adivina, adivinanza: ¿dónde está la ley?
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