El día 3 de enero se sentó a mi lado un artista de La Coruña. Mientras volábamos desde El Cairo a Madrid, estuvimos hablando de lo humano y lo divino que nos aconteció en nuestro periplo por Egipto. Cuando llegó el turno de diseccionar a los guías respectivos, él me dijo que había tenido mucha suerte. Me comentó que su guía era profesor, poliglota, traductor de libros, interprete de una personalidad en sus viajes al extranjero. Se le notaba que disfrutaba con la docencia porque explicaba de maravilla. A lo largo de la visita a los restos arqueológicos, no les abandonaba en ningún momento y que de sus ilustrativas explicaciones, surgían nuevas preguntas que él, gustosamente, despejaba. Al llegar mi turno, le dije que conmigo estaban diez minutos y después se iban al bar, o se sentaban a la sombra y me daban media o tres cuartos de hora para dar una vuelta por el monumento para hacer las pertinentes fotografías. Eso sí, me abrían la puerta del coche, me llevaban la maleta y me trataban de usted en todo momento. La verdad es que la función más importante de los guías, las explicaciones, no le ponían el mismo esmero que en el trato al viajero. De esta falla pude darme cuenta cuando mi compañero de viaje me explicó su experiencia con su guía. Hasta entonces pensé que ese mínimo esfuerzo de mis guías era lo habitual. Pero ya vi que esa forma de actuar de mis guías y de otros, es el resultado de la degradación. a la cual contribuimos premiando con nuestras propinas. A mi entender, la propina es una huella más de nuestro miedo a la libertad.
|