Realmente es importante tratar y estudiar el tema de la despoblación de España, sobre todo la España rural donde existen demasiados pueblos fantasmas o casi. Mientras tanto, buscando trabajo, mayor nivel de vida y comodidad se produce un éxodo rural que vierte la población del campo a determinadas ciudades que están siendo colapsadas y sufren escasez de viviendas, encarecimiento de precios, incremento del tráfico y polución, urbanización extrema en detrimento de la naturaleza, etc.
El caso está no en salir del pueblo sino en crear empleo en cada localidad suficiente para mantener y atraer población. En esto Extremadura es un ejemplo que habla solo, basta ver cómo pueblos preciosos, con solera e historia por doquier, llenan sus fachadas de carteles de “Se Vende” y un silencio atronador se adueña del pueblo.
Hay pueblos que solo tienen gente en las fiestas; otros, tienen poca población y se esmeran en crear atractivo que atraiga turismo para incrementar el poder adquisitivo de la población…pero…, es esto una línea correcta de actuación. Se ha descansado demasiado en el turismo desde que Manuel Fraga lo pusiera de moda y promocionara allá por los 60. El turismo beneficia a los bares y a las tiendas de recuerdos, pero el resto de la población no se beneficia, es más, sufre “de turismo”, porque para que unos pocos hagan caja, todos los demás se ven incomodados por la presencia excesiva de visitantes y ruido excesivo, entre otras cosas, los vecinos no pueden disfrutar tranquilamente de su localidad porque se ven saturados. En Sevilla, por ejemplo, una de las ciudades “enfermas de turismo” y sobrepoblación, hay vecinos naturales, nacidos y criados en la localidad que hace muchos años que no pisan el Real de la Feria de Sevilla y no salen a disfrutar de la Semana Santa ni de su devoción por las sagradas imágenes. Se tira un alfiler y no cae al suelo, el sevillano necesita paz, tranquilidad, espacio para moverse, estar en su casa y su casa es Sevilla. Hay un refrán español que se puede aplicar perfectamente al problema que provoca el turismo: “de fuera vendrá quien de mi casa me echará”, ahí está, este es el quid de la cuestión.
Extremadura, la tierra vacía y el desafío de las casas sin alma
Por los caminos polvorientos y las calles empedradas de los pueblos extremeños, -ya muchas menos porque el asfalto se ha ido apoderando progresivamente del suelo-, el silencio es un habitante más y el más poderoso. Más del 40% de las viviendas rurales en esta región permanecen vacías, hecho que se hace endémico en las zonas rurales, siendo este un testimonio desolador del éxodo que ha despoblado la zona rural de España y donde los jóvenes marcharon y los viejos quedaron en esta dimensión o… en la otra.
Extremadura, con sus cielos y horizontes infinitos, se encuentra entre las comunidades más afectadas por esta diáspora doméstica, con un muy lago 20% de su parque habitacional sin vida. Lo peor ocurre en los pequeños municipios, donde en algunos casos es el 90% de las viviendas las que están deshabitadas, muchos pueblos languidecen como esqueletos que recuerdan el cuerpo atlético que antaño fueron en un pasado más próspero.
Las cifras hablan claro. Mérida, capital administrativa, Badajoz y Cáceres albergan apenas un 20% del total, pero los pueblos más pequeños soportan el peso de esta tragedia demográfica. En muchos municipios son casi la mitad del total, las casas que están cerradas a cal y canto siendo una metáfora, mejor dicho, un epíteto del abandono, con aldeas que cuentan más viviendas sin dueño o dueño ausente que vecinos dispuestos a habitarlas o habitándolas. Y, desgraciadamente, hay pueblos despoblados, pueblos “fantasmas” como suele llamárselos porque en ellos no queda más que las almas de los que un día los habitaron.
La doble herida: la urbe y el campo
En las ciudades, la situación es menos dramática, Badajoz, la mayor urbe de la región, parece también ser la más poblada siguiéndole Cáceres, alejándonos de las urbes y adentrándonos en el medio rural, va creciendo la despoblación tanto más cuanto menos se ha invertido en tejido productivo en los pueblos. No se puede vivir del turismo, es más, del turismo no se vive, es una ilusión, una falacia; o lo que es peor, es una depredación. La despoblación no es una cifra sino el eco de puertas cerradas y ventanas rotas.
Hace años había en televisión un anuncio cuyo eslogan era “Déjate adoptar por un pueblito bueno”, pues sí, buena idea, pero en el pueblo quienes realmente deben estar son los naturales, los nacidos allí o empadronados allí, puede ser que algunos tengan empadronamiento por nacimiento en otra zona, pero raíces en el pueblo en cuestión, lógico es que tengan segunda vivienda. Pero el “déjate adoptar por un pueblito bueno” abre las puertas a la pérdida de identidad porque entra gente distinta con vivencias y tradiciones distintas que no son las del lugar, donde se instalan personas que van a aportar valor, quizás, pero a riesgo de la pérdida de identidad de los naturales de la zona en su conjunto, como el pueblo que un día fue. Tiene su peligro, reivindiquemos la vuelta de los que se fueron.
Es importante conservar las raíces, las tradiciones, en el buen sentido de la palabra. Lo nocivo hay que descartarlo siempre. Fiestas cruentas NO. También era tradición quemar a las brujas y empalar gente como castigo por su condición de homosexual y esa tradición pereció, pues lógicamente habrán de erradicarse tradiciones o costumbres, -mejor dicho-, que eduquen en la violencia a la población, que los insensibilice frente a la naturaleza y los animales no humanos. Hay que procurar siempre una sociedad mejor y esto no se hace promocionando actividades cruentas desde la infancia de los ciudadanos, después se convierten en asesinos y en maltratadores; y vienen los lamentos y el “crujir de dientes”.
Hay que conservar oficios, calendarios agrícolas, litúrgicos, festivos, porque también es importante cultivar la espiritualidad y la religiosidad popular que identifica a un pueblo frente a “los otros”. Se trata de promocionar el valor de los pueblos evitando desvalores, conservar lo que la localidad aporta al conjunto nacional e incluso internacional como algo propio y singular que le impide confundirse con el “todo”, con la “masa”, algo que lo identifica y lo hace singular, valioso y lo distingue sobre el resto.
El dilema de los precios y las políticas
La despoblación sucede en un contexto donde la tensión en el mercado inmobiliario no cede. A pesar del aumento de pisos turísticos y la escasez de alquileres, el gobierno se resiste a declarar áreas tensionadas. El costo de la vivienda sube, pero los incentivos al alquiler o a la compra se quedan cortos, en zonas superpobladas; y, en zonas críticas de despoblación, se está frente al problema de fondo: la falta de personas dispuestas a quedarse.
El gobierno, cuanto más impuestos por transacciones económicas reciba, mejor para el político que parece soldado a la poltrona, para que mantenga su cohorte de asesores, para que mantengan sus astronómicos sueldos y pensiones ilógicas.
Hay que tomar conciencia y solidarizarse desde abajo, desde las bases, porque todo el que no esté en la cima del poder, constituye la base, aquí la situación real se ha planteado de forma maniquea: o eres de los que pagan o eres de los que “trincan” y esto hay que evitarlo. La inflación en los precios de las viviendas no hace sino favorecer al Estado, no al Estado, sino al Gobierno, que es quien administra el dinero y el Estado, que lo constituimos todos, realmente lo que hace es padecer lo que el Gobierno no sabe resolver.
¿No les da vergüenza a los mismos comerciantes seguir la política que los hace percibir menos y, para compensar, se suben al carro y deciden duplicar los precios?, ¿es que no les da vergüenza esta insolidaridad que invita a los de arriba a apretar las tuercas más y más?. ¡No señor¡, no siga usted la corriente a los opresores -nacionales o internacionales- y pruebe a bajar los precios o a mantenerlos en su justa medida, verá como vende más.
La Junta de Extremadura ha tratado de mover ficha proponiendo un paquete de medidas fiscales que promete deducciones de hasta el 30% en el IRPF para quienes alquilen viviendas vacías durante tres años. En los municipios más pequeños, además, se ofrecen bonificaciones para quienes rehabiliten viviendas con fines de arrendamiento. Son medidas que suenan bien en los despachos, pero que, en muchos casos, no alcanzan a tocar las raíces de la crisis.
Una tierra que grita en silencio
El problema de fondo no es solo económico sino cultural, demográfico, social. Extremadura es una tierra rica en historia y belleza, pero su pulso se debilita cuando sus pueblos se quedan sin gente. Una casa vacía no es solo un inmueble, es una vida que no se vive, una chimenea que no calienta, una mesa sin pan ni vino, sin un futuro.
El reto está en devolverle el latido a estas tierras. En atraer o, al menos retener, a quienes quieran plantar raíces. Y eso no se logra solo con incentivos fiscales o promesas políticas. Hace falta una apuesta decidida por revitalizar el entorno rural, por dotar de servicios, oportunidades y futuro a esos pueblos que, hoy por hoy, parecen condenados a la melancolía. De este modo se evita también la sobrepoblación de zonas puntuales como Madrid o Sevilla.
Extremadura necesita algo más que estadísticas para volver a ser lo que fue, aquel corazón de donde partió el futuro de la Nación, de la mano de la Orden de Santiago, reconquistando lo que era nuestro por derecho, no por derecho de conquista, sino por derecho, por nacimiento, por propiedad frente a los invasores. Necesita Extremadura que el eco de las casas vacías se transforme en risas, que las sombras se transformen en luz y en candela en las chimeneas, en vida, en esperanza. Y eso, es algo que no se compra ni se decreta, se construye día a día. Y esto vale para el resto de España.
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