Ante la negativa de un cura de un pueblo de Segovia a dar la comunión a unos gays, las palabras de la ministra de Igualdad sobre la norma constitucional pueden dejar a muchos católicos en shock, tanto por lo que significan como ataque a la libertad religiosa, como por lo disparatado de mezclar cosas tan diferentes. Nuestra Constitución no es confesional, pero habla del respeto a la Iglesia Católica y de colaboración con ella. La Iglesia debe enseñar las verdades referentes a la fe y a la moral; el deber del Estado es velar por el orden público y la paz social.
La Sagrada Comunión es para todos los católicos que quieren recibir a Cristo con las debidas disposiciones, y estas son muy anteriores a 1978, fecha de nuestra Constitución. Las normas para recibir dignamente la Sagrada Comunión ni han discriminado ni discriminan a ningún fiel católico, por diferentes que sean. Esas normas son bien conocidas. Lo primero, además de estar bautizado, es saber a quién se recibe cuando se comulga (Cristo vivo presente en la Eucaristía). Lo segundo es estar, presumiblemente, en gracia de Dios; más claramente, no tener conciencia de pecado mortal (es aconsejable confesarse antes de comulgar, sobre todo aquellos que no comulgan ni confiesan con frecuencia). También, no causar escándalo público, que parece ser el caso.
Guardar el ayuno eucarístico: no tomar alimento desde una hora antes (no están obligados los enfermos, ancianos y quienes los cuidan). He escuchado a algunas personas recitar antes de comulgar: “Yo quisiera recibiros con aquella humildad y devoción con que os recibieron los santos”. Una canción eucarística dice: “Con pureza de conciencia, dignamente preparado, recibirás con frecuencia a Jesús sacramentado”.
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