Entrevistado por Lluís Alegret en una Contra de La vanguardia, Vicente Garrido, catedrático de Educación y Criminología, aporta un rayo de luz a la sicopatía. Define al sicópata: “Una configuración de personalidad caracterizada por el egocentrismo y narcicismo exagerado, una gran capacidad para la mentira y una incapacidad para percibir sentimientos morales”. El Diccionario de Estudios Catalanes la define así: “Desequilibrio síquico, especialmente trastorno caracterológico o de conducta, de carácter constitucional que no comporta ninguna anormalidad intelectual. Pienso que la definición que da Garrido se acerca más a la realidad porque reconoce unas características morales que son fruto del pecado. Cuando el periodista pregunta al entrevistado: “¿a qué sentimientos se refiere?”, responde. “A la empatía, al sentido de la justicia y a la compasión. Es una personalidad profundamente desconectada y sin motivación, es la busca del control y del poder”.
No todos los sicópatas tienen el mismo grado de sicopatía. La clasificación va “desde el sicópata asesino hasta el sicópata integrado, que es el que no ha sido identificado y tiene una vida convencional”. “Los sicópatas asesinos se manifiestan principalmente en política: Putin, Trump, Natanyahu” y en los cabecillas de las bandas criminales que no les tiembla el pulso a la hora de apretar el gatillo o a ordenar a alguno de sus secuaces que lo hagan por él. El sicópata integrado convive con nosotros y con sus brotes sicópatas nos fastidian la vida.
Lluís Amiguet le pregunta a Vicente Garrido: ¿Puede curarse la sicopatía? La respuesta que da el criminólogo es: “Es una patología que en los niños y jóvenes y con ayuda experta se dan buenas posibilidades, pero en adultos desconocemos como mejorar su trastorno principalmente se aprecian mucho más a ellos mismos de que aprecian en los otros”. ¿Quiere eso decir que los sicópatas asesinos no tienen la posibilidad de curarse? Con medicamentos tal vez no, pero para Dios el imposible no existe.
En el siglo I de nuestra era se desconocía la palabra sicópata. Sí existían los sicópatas. El Nuevo Testamento relata la historia de un sicópata asesino: Saulo de Tarso que más tarde se le conocería como el apóstol Pablo. En su época de fariseo extremista consintió en el asesinato de Esteban que encabezaría la lista de los mártires cristianos (Hechos 7: 54; 8: 1). El odio que Saulo sentía hacia los cristianos no se acaba con la lapidación de Esteban. La sed de sangre cristiana que tenía Saulo es espectacular. El texto bíblico lo describe así: “Saulo respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén” (Hechos 9: 1, 2).
Acercándose el perseguidor a Damasco, con ojos desencajados y sanguinolentos de odio, “de repente un resplandor más brillante que el sol le cubrió haciéndole caer del caballo y una voz le dijo: Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? Y dijo: ¿quién eres, Señor? Y el Señor le dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues, dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9: 3-6).
La conversión de Saulo fue muy espectacular pero no casual. Recordemos que Saulo fue testigo del asesinato de Esteban viendo como sus secuaces le apedreaban. Contempló desde la primera fila a Esteban invocando al Señor: “Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y arrodillándose, clamó a gran voz: Señor no les tomes en cuenta este pasado. Y habiendo dicho esto, murió” (Hechos 7: 59, 60).
La muerte de Esteban no fue una muerte normal. Lo normal es que la víctima de muerte violenta blasfeme el Nombre de Dios y a la madre de sus asesinos. No es normal que la víctima pida a Dios que perdone a sus verdugos. No puede descartarse que la muerte de Esteban tuviese algo que ver en la conversión de Saulo a Cristo. “Así que la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10: 17). “Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55: 11).
La fe cristiana no es para que se guarde polvorienta en el desván, sino para que resplandezca públicamente. Jesús lo dice claramente: “Vosotros sois la luz del mundo, una ciudad emplazada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que están en la casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que van vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5: 14-16).
Un resplandor celestial hizo caer a Saulo del caballo. Una luz invisible brota del testimonio cristiano que puede deslumbrar a los “sicópatas asesinos” y transformar el orgullo en humildad. Si esto ocurre, el “sicópata asesino”, caerá del pedestal en que se ha subido y una plegaria brotara de sus labios. “Dios, sé propicio a mí pecador” (Lucas 18: 13). Tal vez la sicopatía no desparezca al instante, pero, a medida que vaya caminando en novedad de vida se irá diluyendo hasta no quedar rastro de ella.
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