Apenas medio mes ha transcurrido desde de su regreso a la Casa Blanca y la administración Trump ya ha empezado a mover ficha, y los mercados han tomado buena nota. La rapidez en la aplicación de algunas de sus promesas, como la imposición de nuevos aranceles, confirma la urgencia con la que el presidente quiere marcar su impronta antes de las elecciones de mitad de mandato en 2026.
Desde un punto de vista económico, la gran incógnita sigue siendo cómo gestionar una expansión fiscal sin desatar nuevas presiones inflacionistas. La imposición de aranceles, aunque dirigida a proteger la industria nacional, supone un factor adicional de tensión en los precios. La experiencia reciente muestra que este tipo de medidas pueden acabar trasladándose al consumidor final, encareciendo productos y afectando al poder adquisitivo. No es casualidad que las curvas de deuda ya reflejen cierta inquietud, por lo que la Reserva Federal se inclina por una postura más restrictiva de lo esperado.
A nivel geopolítico, los primeros gestos de la administración han reforzado su alineamiento con Israel, mientras que el enfoque sobre Ucrania sigue en una fase de redefinición. La posibilidad de un acuerdo negociado con Rusia, promovida desde Washington, genera incertidumbre entre los aliados europeos, que podrían verse obligados a asumir un mayor protagonismo en el conflicto. En paralelo, las tensiones con China no han tardado en escalar: la reactivación del discurso proteccionista y la sombra de un mayor control sobre las inversiones chinas en EE.UU. añaden nuevas capas de incertidumbre al comercio global.
Los mercados, por ahora, han reaccionado con volatilidad ante las primeras decisiones del nuevo mandato. La combinación de estímulos fiscales, proteccionismo y un contexto inflacionista incierto hace que los inversores mantengan una actitud prudente. En este entorno, los bancos centrales observan con atención, sabedores de que las decisiones tomadas en Washington pueden alterar significativamente el equilibrio económico global.
La “era Trump 2.0” ha comenzado con la intensidad esperada. Ahora la pregunta clave es si las medidas adoptadas lograrán cumplir sus objetivos sin desatar efectos secundarios no deseados. Los mercados seguirán atentos. Y la Reserva Federal, también.
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