Dando por supuesto que todo el mundo conoce lo que es un crespón negro y, también, lo que es el 8M, me será fácil escribir sobre los tristes acontecimientos del 8/3/2020. Vaya por delante que soy un gran defensor de la mujer y de sus derechos; no en vano siempre he estado rodeado de mujeres: mi madre, mi única hermana, mi esposa, mis tres hijas, mis tres sobrinas mis cuatro nietas, mis dos bisnietas y un montón de amigas. Por ello me sumo gustoso a sus reivindicaciones.
Pero, lo que ocurrió el 8 de marzo del 2020 en España, nada tuvo que ver con lo que yo defiendo. Aquello fue una maniobra orquestada por el sanchismo para instrumentalizar una política miserable. Tuvieron que esconder más de dos meses lo que ya conocía medio mundo sobre el covid. Incluso llegaron a decir, mintiendo descaradamente, que en España habría, si acaso, dos o tres infectados.
Y ocurrió lo que era lógico. Un fracaso total en la gestión de la pandemia; corrupción sin par en las mascarillas, políticas ilegales en el confinamiento y casi 150.000 fallecidos. ¿No merecen nuestros muertos que nos pongamos unos crespones negros?
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