Los comedores escolares deberían ser espacios seguros donde los niños reciban una alimentación saludable y equilibrada. Sin embargo, la realidad dista mucho de esta idealización. A lo largo de los años, los comedores de los colegios, tanto públicos como concertados, han sido el epicentro de innumerables escándalos que rara vez salen a la luz. Malas prácticas, comida de baja calidad, falta de control sanitario y una gestión opaca son solo algunos de los problemas que afectan a miles de estudiantes cada día.

Uno de los problemas más alarmantes en los comedores escolares es la calidad de los alimentos. Empresas externas, encargadas de proveer la comida, priorizan la rentabilidad por encima del bienestar de los alumnos.
El problema no radica únicamente en la calidad de los productos, sino en la falta de supervisión. Las administraciones educativas externalizan el servicio a empresas privadas, que a su vez subcontratan a otras compañías, diluyendo la responsabilidad hasta que los verdaderos culpables desaparecen tras un muro de burocracia.
Cuando surgen problemas en los comedores escolares, la norma parece ser encubrirlos en lugar de solucionarlos. Muchas veces, los colegios minimizan las quejas de los alumnos y sus familias, argumentando que se trata de incidentes aislados. Incluso cuando los problemas salen a la luz, las sanciones suelen ser mínimas o inexistentes.
Si una empresa comete negligencias, ¿quién la fiscaliza? ¿Quién protege a los niños que dependen de estos servicios para su alimentación diaria? La respuesta es alarmante: prácticamente nadie.
El tratamiento informativo de estos problemas también deja mucho que desear. Si un incidente grave ocurre en un colegio público, los titulares no tardan en estallar, generando indignación y forzando respuestas institucionales. Pero si el problema sucede en un centro concertado o privado, el silencio mediático es ensordecedor. La diferencia en el enfoque revela un sesgo preocupante que impide que ciertos colegios sean sometidos al mismo nivel de escrutinio.
El silencio ante estas irregularidades no es casualidad, sino una estrategia para evitar escándalos y proteger intereses económicos. Mientras sigamos permitiéndolo, los niños seguirán siendo los grandes perjudicados. Es hora de romper el pacto de silencio y exigir que los comedores escolares sean lo que deberían ser: un espacio seguro donde se garantice el derecho a una alimentación digna.
El pasado 4 de marzo, en el segundo turno del comedor del Colegio Compañía de María de Zaragoza, se sirvieron hamburguesas cocinadas sin retirar el papel plástico que las envolvía. Ante las quejas de los alumnos, el personal del centro procedió a retirar el envoltorio en el momento, pero algunos estudiantes, comprensiblemente aprensivos, rechazaron consumirlas. La respuesta institucional fue tajante: no se les ofreció ninguna alternativa alimentaria, dejándolos sin comer. 
Carta del Colegio Compañía de María
Este incidente revela una cadena de negligencias que no puede pasarse por alto. La preparación de alimentos con materiales plásticos incumple las normativas básicas de seguridad alimentaria, poniendo en riesgo la salud de los menores. La Guía de Comedores Escolares de Aragón establece que los centros deben garantizar la seguridad y calidad de los alimentos servidos.
Además, la negativa a proporcionar una alternativa alimentaria vulnera el derecho fundamental de los niños a una alimentación adecuada durante la jornada escolar.
Resulta alarmante la falta de repercusión mediática de este suceso. Si hubiera ocurrido en un centro público, es probable que hubiera sido noticia regional o incluso nacional, generando debates sobre la calidad y seguridad en los comedores escolares. Sin embargo, al tratarse de un colegio concertado, parece que se ha optado por silenciar el incidente, evitando el escrutinio público y las posibles sanciones.
Este silencio mediático y la gestión interna del problema reflejan una preocupante falta de transparencia y responsabilidad. Es imperativo que las autoridades educativas y sanitarias investiguen lo sucedido, establezcan las responsabilidades correspondientes y aseguren que se implementen medidas para evitar que situaciones similares se repitan en el futuro, no sólo en este colegio.
Este año ya llevamos algunos casos más. El pasado viernes 14 de febrero, un niño encontró en su plato de judías verdes un tornillo en el CPI Hilarión Gimeno de Zaragoza. El menor avisó a las responsables del comedor, que comunicaron el incidente a la dirección del centro y a los padres. El día de enero al menos tres colegios tuvieron que retirar un primer plato de arroz con tomate por encontrarse en mal estado. Quizás el caso de la Compañía de María haya sido la gota de agua que ha revasado el vaso de agua y haya que poner pies en pared y tomar medidas de prevención que impidan que pase casos similares.
La salud y el bienestar de nuestros niños no pueden quedar a merced de negligencias y ocultamientos. Esto es una clara muestra de ese «silencio cómplice» que es una oscura realidad de los comedores escolares.
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