Tarde en Basilea. Una parte de la ciudad se sienta en ambas orillas del Rin. Cada uno toma su refrigerio. Hora de pasarlo bien. Es lo que toca. No estamos preparados para ir a la guerra. Para disparar a otras personas sin saber por qué. Para lanzar misiles a tierra incógnita. No estamos preparados para la guerra. En Europa no. No nos han educado con fines bélicos. No hemos vivido situaciones de asedio. No parecía haber enemigos exteriores que quisieran invadir Europa. El Golfo y los Balcanes eran otro mundo. Perejil fue cosa de España y Marruecos. No tenemos por costumbre usar un arma de fuego en nuestra vida cotidiana. No es necesario en Europa. Europa llegó al convencimiento de que la guerra es inútil. No sabremos cómo conquistar Maine, Dakota, Carolina, Misisipi o Nueva York cuando nos lancen en paracaídas. Solo sabemos utilizar un dron para las fotos de una boda. No sabemos dónde están los misiles rusos que nos apuntan. Y no se desconectan con alicates caseros. No tenemos mucha idea de qué hacer con una mochila de supervivencia de 72 horas. Solo sabemos que la democracia es cuando te llaman a las cinco de la mañana a la puerta de tu casa y no hay un arma al otro lado. No sabemos ni queremos ir a una guerra inútil.
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