Los que tienen la deferencia de leerme (que sí, que sí, que ya sé que son pocos, pero bueno, como uno no es catedrático ni escritor, bastante son los “atrevidos”) se habrán percatado de mi afán por las frases célebres, y este escrito lo quiero empezar —ya veremos qué es lo que sale luego— con una frase de Cicerón que dice así: “Los hombres son como vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos”.
Hay miles de ejemplos de hombres “ilustres” que con la edad se han fermentado, caso de D. Felipe González Márquez y —iba a decir José María Aznar, “el muñeco Luciano”— pero ese “ilustre” narciso presumido ya estaba ázimo cuando era joven, como esos majaderos que lo acompañan en sus “necedades”, “embustes”, “hipocresías”, “falsedades”, “etc.”, “etc.”.
En la política —de todo el mundo— está eso de la exacerbación a la orden del día. Si no, miren a cualquier gerifalte, por ejemplo, a Josep Borrell, por citar solo a un español más. Y no digamos ya de mandamases franceses y alemanes, que están que echan espuma por la boca, en casos antes de tiempo (como “el muñeco Luciano”), y que solo piensan en esos 800.000 millones que les pueden proporcionar entre todos sus colegas de la UE con el visto bueno de “la Calviño” y alguna señora más (ya que se llevarán la mayor “tajada”), y en la consiguiente alegría yanqui, sobre todo de la empresa armamentística, que aceptará sin remilgos eso tan conocido de “¿qué hay de lo mío?”.
Bien. Vamos con el título, pues según parece los mandatarios de la Unión Europea (UE), franceses y alemanes especialmente (dada su ya inminente depresión de las actividades económicas, sus más que anunciadas recesiones), quieren que vayamos a Ucrania todos en una imitación calcada de la “guerra de Gila”. Porque ya me contarán qué pintamos los 27 de la UE en una guerra contra Rusia que, con total seguridad, nos aplastaría en un plis plas con su conocido potencial nuclear, por cierto, el mayor y más moderno del mundo.
De modo que, miren ustedes, jerarcas descompuestos: “Si hay que ir, se va; pero, ir por ir…” (como puso de moda el humorista José Mota) es una mayúscula estupidez que ni los jóvenes ni, por supuesto, los menos jóvenes y los mayores estamos dispuestos a consentir. Nos trae al fresco que Rusia pretenda invadir (cosa, por otra parte, poco probable) esos países fronterizos que se han militarizado gracias a esa “basura” armamentística llamada OTAN. ¡Allá ellos! En realidad, son solo cuatro “gatos” que a ninguna potencia mundial va a preocupar cuál es su situación, como no preocupó la invasión de Checoslovaquia en su día. Amén de que su geoestrategia no es nada importante para tenerlos en cuenta, ya que, si tienen “tierras raras” para explotarlas, habrá que quitar primero mucha nieve, más de la imaginable.
No obstante, si hay que ir, pienso que por qué no mandamos a esos millones de políticos (solo en España casi ¡500.000!) de todos los países de la UE y que soporten ellos las bombas y los drones rusos en Ucrania si tanto la quieren. Es muy fácil balbucir idioteces en la retaguardia, politiqueando entre ellos, todos ampliamente conocidos entre sí, pero sin asomar una oreja en el frente, mientras quienes mueren —unos a manos de otros que no se conocen— son los soldados de los dos bandos, a la par de muchos civiles indefensos, generalmente mujeres, niños y ancianos que no pueden expatriarse.
“Europa —así lo señala José Antequera— es lo que es: un selecto club de ricos y para ricos, mientras el ciudadano de a pie está muy lejos de sintonizar con la idea de la unión”. Y, ni que decir tiene, como así mismo también expone José Antequera, “ningún general en su sano juicio emprendería esa guerra de lobos contra corderos, aunque los animosos soldados de Von der Leyen vistan bonitos uniformes Hugo Boss, lleven la cartilla de Derechos Humanos en la guerrera, hagan sonar el Himno de la Alegría como fanfarria y ondeen una efímera bandera azul con estrellas en la que no cree nadie”.
En lo que respecta a España, si nos quieren sacar los de la UE (la Von der Leyen y Macron al frente) “la guita” para tratar de salvarse ellos de la que tienen encima, lo tienen crudo mientras no gobiernen los del PP y Vox, que, por el momento, no parece que esté cerca salvo algún “movimiento judicial” que precipite los acontecimientos. Los españoles no consentiremos poner un solo euro para algo —reitero— estúpido, que todos los políticos en su intimidad descartan y, presumiblemente, solo piensan en las “posibles” comisiones que les pueden caer de las empresas armamentísticas antes mencionadas: las americanas, las cinco más potentes del mundo, al parecer, sin contar, obviamente, a chinos, hindúes y a la propia Rusia, de los que desconocemos cuál es su potencial empresarial —que también lo tienen— para el belicismo. Y menos si con ello se resienten —más de lo que ya están, gracias a esos populares y a los fanáticos de Vox que gobiernan autonomías— la sanidad, la educación y los demás servicios sociales, como, por ejemplo, la dependencia.
Los españoles, si excluimos los gabachos de Napoleón (que dieron lugar a la guerra de la independencia), somos hijos de muchos pueblos: íberos, celtas y celtíberos, cartagineses, romanos, musulmanes (ocho siglos nada menos de estancia aquí), pero los mongoles (hoy rusos), que llegaron hasta las puertas de Roma, no vinieron a España. Por lo que está más que claro que los rusos no nos van a invadir ahora si no lo hicieron antes, cuando les hubiera sido más fácil.
Es una sencilla fake news, como se dice con la manía anglosajona reinante, lo de una invasión, no ya de España sino de toda la UE. Es un infundio, filfa o totote —lo que más les guste— que solo trata de meternos miedo para que nos resignemos a la pobreza que el rearme nos puede traer. Rusia nos ayudó en la República y dio la cara por Europa en la II Guerra Mundial con seis millones de muertos para que pudieran salir a flote todas las democracias occidentales. Así que, menos “lobos, Juan”: los rusos no son el diablo ni el peligro como nos quieren hacer ver. El peligro y la ruina vienen de Yanquilandia, lo diga quien lo diga, y ahora más con esos aranceles empobrecedores.
Por lo tanto, que quede claro: “Si hay que ir… ¡¡¡que vayan ellos!!!”
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