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Catalina de Ribera y Mendoza. La encarnación femenina del humanismo renacentista

Representa el ideal del humanista en un cuerpo de mujer. Supo ocupar espacios de poder vedados a las mujeres en una época muy difícil
María del Carmen Calderón Berrocal
lunes, 14 de abril de 2025, 08:35 h (CET)

Catalina de Ribera y Mendoza es una figura destacada del estamento nobiliario en la transición entre los siglos XV y XVI. Nace en Sevilla, en lo que hoy conocemos como Calle San Luis, a mitad de 1400 y muere en 1505. Nace en su casa, lo que llamaban en la familia el Palacio Viejo, la casa de sus padres Per Afán II y María de Mendoza; y que heredara Francisco Enríquez de Ribera, primogénito de su marido; y su sobrino e hijastro, tras la muerte de su hermana mayor, Beatriz.


El Palacio Nuevo, serían las casas que el matrimonio formado por Catalina de Ribera y su primero cuñado y después esposo, Pedro Enríquez de Quiñones, compraran en la collación de San Esteban, unas casas que pertenecieron al ejecutor de la ciudad, al verdugo, procesado por la Inquisición cuyos bienes fueron incautados por el Estado por este motivo. Este palacio, que conocemos hoy como el Palacio de Medinaceli o Casa de Pilatos, lo heredaría su primogénito Fadrique.


Para que lo heredase su hijo segundogénito: Fernando Enríquez de Ribera, compraría lo que hoy conocemos como Casa de Dueñas, que incluso costó más cara que su propio “Palacio Nuevo”, llamada así por su proximidad al Convento de Dueñas.


Para igualar a sus dos hijos funda dos mayorazgos, aunque su primogénito muere sin descendencia legítima, sin descendencia “de buena mujer”, según decía Catalina; y heredaría el primogénito de su segundo hijo Fernando, que muere antes que Fadrique y que generaría abundante descendencia, pasa así la herencia en títulos y demás a Per Afán III Enríquez de Ribera.


Catalina de Ribera y Mendoza encarna la unión de dos de las casas más influyentes de la época: los Ribera, señores de gran peso en Andalucía, la casa de los adelantados mayores de Andalucía; y los Mendoza, uno de los linajes más poderosos de Castilla, mecenas y políticos de primer orden. Hija de Pedro Afán de Ribera, Pero Afán de Ribera o Per´Afán o Perafán de Ribera, Adelantado Mayor de Andalucía; y de María de Mendoza, hija del Marqués de Santillana, hermana del Cardenal Mendoza y tía de otro Cardenal Mendoza, con otros hermanos a cada cual más célebres.


La vida de Catalina transcurrió entre la alta política, el mecenazgo y las obras de caridad, como era la tradición familiar, que unía las armas, la política y las artes, en una Sevilla marcada por la efervescencia del Renacimiento temprano y las secuelas de la Reconquista, donde la Inquisición se hacía fuerte y quedan las posesiones de los reos a merced de las incautaciones y subastas del Estado. Así, por compra, se hace el matrimonio Enríquez de Ribera con la casa y terrenos de la collación de San Esteban donde se establecerían y que ha sido habitada por sus descendientes hasta nuestros días.


Catalina contrajo matrimonio en segundas nupcias con Pedro Enríquez de Quiñones, viudo de su hermana Beatriz, que fallece prontamente y, el adelantado, por matrimonio, conserva su título gracias al matrimonio con la segunda hija del que fuera adelantado mayor de Andalucía, su suegro, que ya hacía mucho tiempo que había fallecido.


Pedro Enríquez de Quiñones era de la casa de los almirantes de Castilla y tenía considerables posesiones y negocios, de los que a su fallecimiento se encargará Catalina asumiendo el papel de gran señora de la Casa Enríquez de Ribera, aunque el señor de la Casa realmente era su sobrino, primogénito de su hermana, fruto de su matrimonio con Pedro Enríquez de Quiñones en las primeras nupcias de éste-, sobrino e hijastro, Francisco Enríquez de Ribera, el mismo que debía heredar el título de Adelantado Mayor de Andalucía y ponerse también al frente de la obra pía hospitalaria que ella fundó en 1500. La Casa de Ribera tenía considerables negocios y posesiones en tierras y casas que alquilaba y que serían un fundamento esencial para el sostenimiento autárquico del Hospital.


Catalina fortaleció aún más el poderío de su familia en la región, ejerciendo una notable influencia tanto en los asuntos de su casa como en el gobierno y la cultura local. Viuda desde 1492, pues su esposo muere camino de regreso de la Guerra de Granada, en tierras de Antequera, tras la conquista de Granada a los moros y toma de posesión por los Reyes Católicos, sus sobrinos. En este campo de batalla sus hijos Francisco, Fadrique y Fernando habrían sido armados caballeros. Ella había aprendido de su madre a gobernar la casa en ausencia de marido difunto, había aprendido a ser mecenas, a gobernar casa y hacienda.


Catalina tomó las riendas de la administración de sus bienes y del futuro de sus hijos, pero no solo destacó por sus lazos familiares o su papel de matriarca, sino que su legado más visible sería su gran obra pía: el Hospital de las Cinco Llagas en Sevilla, que fundó y dotó con grandes recursos siendo engrandecido fuertemente cuando se pone al frente su hijo Fadrique Enríquez de Ribera, primogénito de las segundas nupcias de Pedro Enríquez de Quiñones con Catalina de Ribera y Mendoza. Esta institución sería ejemplo de beneficencia y espíritu asistencial, tanto de las grandes casas nobiliarias del siglo XVI, como de la asistencia en general y acabaría por convertirse, en referente en temas médicos, farmacéuticos, sociales, etc.; y, siglos más tarde, se reconvertiría para acoger y ser sede del Parlamento de Andalucía.


La iniciativa de Catalina respondía tanto a una convicción religiosa como a una clara voluntad de intervenir activamente en la vida pública de su ciudad en cuanto a labores benéficas, eligiendo para ello al sector poblacional más débil: la mujer pobre y enferma.


Mujer culta y de carácter firme, Catalina de Ribera y Mendoza representa el tipo de noble castellana que, lejos de los estereotipos pasivos, supo ocupar espacios de poder, tejer alianzas, ejercer influencia y legar instituciones duraderas. Su posición como mujer en la sociedad renacentista, aun siendo poderosa la dejaba en un segundo plano, pero ella supo manejar los hilos necesarios para mover voluntades y poder; y conseguir del mismo Papa todo lo que expresara en Roma por medio de su representante, el obispo auxiliar de Tiberia o Tiberíades, el dominico fray Reginaldo Romero.


Catalina de Ribera y Mendoza representa realmente el ideal del humanista en un cuerpo de mujer, que supo ocupar espacios de poder vedados a las mujeres en una época muy difícil, siendo un fuerte ejemplo para las mujeres, en lo sucesivo, hasta nuestros días.


Su figura permanece como una muestra del papel que las mujeres de la alta nobleza jugaron en el tejido político, social y cultural de la España a caballo entre la Edad Media y la Moderna, se proyectó tanto al futuro que contemporáneamente sigue siendo un ejemplo.


Si partió de ella o de fray Reginaldo la idea, queda entre ambos, pero podemos advertir que el afán del hombre del Renacimiento era el de ser recordado por sus obras, trascenderse en el tiempo. Por otra parte, las obras piadosas servían para ganarse un buen lugar en la Gloria, para estar un poco más cerca del Padre Eterno, así que cualquier cosa que hubiese que purgar, se intentaba trascender mediante obras benéficas o piadosas que sirvieran para agradar a Dios en la persona del prójimo más necesitado.


Fray Reginaldo, incluso, vivía en casa de Catalina de Ribera, así que no podemos negar su grandísima influencia en esta magna empresa, ya había influido antes en otros temas como por ejemplo en la hermandad de médicos y su hospital, el de San Cosme y San Damián. El obispo auxiliar habría llevado todo el tema jurídico, que a Catalina lógicamente debía escapársele y las Constituciones del Hospital, sin duda, llevaban su sello, acatando todos los píos deseos de la benefactora Catalina de Ribera.


Reginaldo fue el promotor de la idea en la corte papal y de hacer que absolutamente todos los deseos de Catalina en cuanto a su piadosa obra hospitalaria, se cumplieran uno por uno y obtuvieran beneplácito que quedó expresado en la bula de Alejandro VI de fundación del Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla de 1500.


La iniciativa de Catalina respondía tanto a una convicción religiosa como a una clara voluntad de intervenir activamente en la vida pública de su ciudad. Fue la persona que dio vida a lo que hoy se denomina Trabajo Social, sin duda alguna.


Al poner su fundación hospitalaria en manos de tres priores dependientes exclusivamente de Roma, como excelencia de personas en quienes confiar la gestión de su gran obra pía, dejó en manos del Estado Vaticano un territorio al que se concedió jurisdicción vere nullius, es decir, exento de la jurisdicción de cualquier príncipe religioso o civil y sujeto directamente a Roma, al papado y, con ello, la gestión en manos de un Estado, el Vaticano, como último responsable, encargado de una labor social y asistencial nunca antes imaginada. Si es necesario que se establezca una relación entre el Estado y la beneficencia social, para considerar que se da trabajo social, en este caso, sin duda alguna, la hubo; si se considera que debe mediar legislación o estatutos, también los hubo puesto que la fundación hospitalaria respetaba unas Constituciones que se modificaron para adaptarlas a tiempos nuevos cuando fue preciso, siendo esto así hasta que el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla pasa a estar bajo el mando de la Diputación Provincial.


Desde el Hospital de las Cinco Llagas se cuidaba a la mujer en su enfermedad y espiritualidad, se la acompañaba e instruía frente a la posible muerte, pero también se la preparaba para la vida, se la formaba, se la preparaba para la toma de hábitos o para el matrimonio, se la becaba para su formación, se le daba trabajo, etc. El trabajo Social no nace en el siglo XIX como equivocadamente afirma la historiorafía de Sociología y Trabajo Social, ya estaba presente en la Sevilla de 1500 y siguientes siglos hasta su cierre en la segunda mitad del siglo XX. Nació en Sevilla de la mano de Catalina de Ribera y Mendoza.


Catalina de Ribera y Mendoza fundó en 1500 uno de los hospitales más paradigmáticos que se conocen en el mundo, para orgullo imperecedero de la ciudad hispalense: El Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla. Pero no solo eso, su fundación piadosa tenía el objetivo de ayudar a las mujeres más débiles socialmente, pero mujeres siempre libres porque las esclavas tenían, al menos, la protección de su dueño.


Pocas personas han hecho tanto por la mujer como esta señora renacentista sevillana, que entendía la igualdad en su más extenso sentido, sin restar las connotaciones que su época imprime en ella y que son inherentes a su ser por su condición de mujer y por la época en la que vivió. Hay que mirar la Historia con ojos del pasado no con ojos contemporáneos.


Catalina de Ribera y el Hospital de las Cinco Llagas, representan el paso en Sevilla de la beneficencia en manos privadas a la institucionalización de los servicios al ciudadano por parte del Estado, en el caso que nos ocupa el Estado Vaticano, responsable último de la institución, cuya gestión pertenecía a los tres priores monacales de Santa María de las Cuevas, San Jerónimo de Buenavista y San Isidoro del Campo; y al frente del cual estaba un cura capellán administrador, que era quién tenía la cura de almas y que podía delegar parcialmente en otros sacerdotes para la administración de sacramentos.

Catalina de Ribera se determinó por la fundación de esta casa piadosa, -su Hospital de las Cinco llagas- y no por cualquier otra labor benéfica con una razón especial. Funda el Hospital (en su primera sede, ella no conocería otra) en la collación de Santa Catalina, donde convivían ricos y pobres, con gran carga de población en penosas condiciones que vivía cerca o en la indigencia; habitado por un numeroso colectivo de mujeres y específicamente de mujeres viudas, para las que el libro de la vida parecía haberse cerrado dando un fuerte portazo con sus duras pastas. España estaba en aquellos tiempos imbuida en guerras, sufría epidemias, inundaciones, etc. y había una parte de la población que era la que más sufría: la mujer pobre y enferma, frecuentemente soltera o viuda.


La influencia de Catalina de Ribera en la condición de la mujerno sólo se percibe como aquel elemento en el que ella pensara por ser el más débil socialmente, sino que trata también de promocionarlas social, laboral y docente o culturalmente, da trabajo a las mujeres y las promociona para tomar estado. La obra pía de Catalina, el Hospital de las Cinco Llagas, andando en el tiempo, se situaría a la vanguardia de la docencia en enfermería, medicina y cirugía, en farmacia y asistencia social, pues su farmacia expendía específicos a los pobres siempre que probaran serlo.


Catalina reivindicó el papel de la mujer en la sociedad para que siguiera su ejemplo y procediera a hacerse hueco en un mundo absolutamente pensado para el hombre en el que la mujer era un mero objeto.


El Hospital tendría toda una plantilla femenina, además de los curas y otros oficios desempeñados por hombres tradicionalmente. Pero es fundamental el conocimiento de la labor e identidad de aquellas “madres” e “hijas”, religiosas y mujeres laicas, que se forman y que trabajan en el Hospital, desde el mismo origen. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Santa Isabel de Hungría, habría trabajado sirviendo a las enfermas pobres que se atendían en su hospital. Después serían las monjas de la Encarnación hasta que, más modernamente, son las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul las que regentaron, con excelencia, la institución entre los siglos XIX y XX.

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