Por mucho que consigamos regular nuestra vida, encauzarla dentro de unos horarios, y defendernos así del desorden que nos acosa por doquier, pasamos los años, los meses y los días, sin acabar de familiarizarnos con ese transcurrir del tiempo, la medida de los acontecimientos entre un "antes" y un "después".
Y no sólo al hombre occidental, europeo y americano, crecido de alguna manera al margen de los ritmos de la naturaleza, de los ritmos del sol y de la luna, de las lluvias y de los vientos, le cuesta convivir con el tiempo. Cualquier otro hombre, de civilizaciones más diversas, tampoco consigue acoplar del todo su vida, los movimientos de su cuerpo, de su corazón, de su espíritu, en el ámbito del tiempo.
Aun en la necesidad de hacer depender su vida de las agujas del reloj, el hombre se resiste a que el transcurrir de su existencia pueda ser medido en horas y en minutos. "El Profeta", de Kahlil Gibran, responde así a la pregunta del astrónomo sobre el tiempo: "Queréis medir el tiempo que no tiene medida, y no podéis medirlo...Lo que es eterno en vosotros, sabe que la vida es eterna".
El tiempo no marcha en un movimiento siempre igual, uniforme. No vuelve nunca atrás, es cierto. Su andar hacia adelante parece en ocasiones cansino, a veces es tan veloz que apenas le podemos seguir, y siempre se nos antoja fugaz. En días claros, sentimos que el tiempo nos falta, que la vida no nos cabe en veinticuatro horas; y en días opacos, hasta media hora puesta a nuestra completa disposición se nos antoja un espacio que no se puede ocupar íntegramente. Son contados los días de nuestra existencia que transcurren al unísono con el caminar del tiempo, sin sentir a nuestro lado el paso minúsculo del reloj de arena.
Hechos, creados como estamos para la eternidad, nos encontramos de alguna manera extraños en el "tiempo que pasa". ¡Cuántas veces habremos deseado que el tiempo se parase, o que aligerase su andar, en la esperanza de no sufrir el ansia del futuro! Y, qué distinto es el tiempo en las avenidas de una gran ciudad, en un coche con aire acondicionado, del que se vive en las horas cercanas a un desierto.
Menos preocupados del transcurrir del tiempo los más jóvenes, en las primeras sensaciones de un tiempo ilimitado, que acompañan al riesgo necesario para lanzarse a vivir. Más conscientes del pasar de las horas, del sucederse de las estaciones, quienes han saboreado de alguna manera el sufrimiento de la cárcel del tiempo, sin descubrir en la angostura de los años el paso obligado para la eternidad.
|