De revolucionario a dictador, de nacionalista cubano a marxista-leninista, Fidel Castro, con seguidores y enemigos, no deja a nadie, y menos a los presidentes de los Estados Unidos de América, impávido.
Derrocó al dictador Batista y, con el paso del tiempo, cogió la misma batuta que su antecesor aunque con la mano izquierda. Tuvo a medio mundo en vilo cuando el asunto de los misiles soviéticos, pero es justo reconocer que Fidel fijó sus prismáticos en la URSS cuando los EEUU, mejor dicho, sus mandamases programaron su muerte en la Bahía de los Cochinos.
Procede de padres gallegos por lo que tiene, o tuvo, algo de Franco, Fraga, Rajoy y Feijoó; hasta con Fraga ha jugado más de una partida de dominó y jamás se ha sabido quien de ellos supo ahorcar el seis doble del otro; tal vez por esa ascendencia gallega se lo rifaron los Jefes de Estado de los tres estados más importantes del mundo, a saber, EEUU, URSS y El Vaticano.
Todo lo que se escriba de él es poco, pero eso poquillo que se cuente será censurado por unos y aplaudido por otros; lo malo es que si se hace un tratado extenso, y mira que los hay, siempre se hablará de un solo partido, una sola teoría, un solo pensamiento y un solo comandante en jefe, y eso es malo, creo, aunque quizás gobernar la Isla necesite de una mano férrea.
Si se dice que Cuba, gracias a la revolución castrista, ha conseguido tener el menor índice de mortandad infantil de todas las Américas, incluya usted a Canadá, estamos dando un dato objetivo; sin embargo, no es creíble, o no quiere ser creído, por muchos.
Unos han llorado su muerte, al tiempo que otros han descorchado botellas de champán; y unos y otros son cubanos, y tal vez, no sé, ambos colectivos puedan tener razón en su fuero interno.
No comulgo sus ideas totalitarias, pero ahí está su historia para el que desee conocerla; pero un servidor, esclavo de la maldita actualidad, no podía dejar pasar el día sin hacer referencia a un personaje realmente histórico: Fidel Castro.
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