Tras mi primer articulo en este Diario la semana pasada, pedí a mis amigos que lo leyeran y me lo criticaran.
Una buena amiga me dijo: “Claro, querrás una crítica constructiva”.
No, le contesté, simplemente quiero tu crítica, con los defectos que hayas encontrado. Si dices que te ha gustado seguramente me satisfará más, pero es con vuestras críticas con lo que yo puedo corregir mis errores.
Incluso si son críticas genéricas, como: “Me ha resultado pesado”; “no profundizas suficiente”; “el tema no tiene ningún interés”.
Repito son vuestras críticas las que me pueden ayudar. Son la puerta de mi reflexión. Y claro son precisamente las vuestras, las de mis amigos, las que más me interesan.
El criticado, es el único que puede transformar las críticas que le hacen, en constructivas. Él ha actuado, quiere seguir haciéndolo y mejorar pero, para eso ha de poder corregir sus errores. Errores que han debido pasarle desapercibidos, si no no los hubiera hecho y por eso es por lo que no se puede esperar que en adelante los detecte por si mismo.
Está claro que al autor le gusta lo que hace o lo que dice o, en este caso, lo que escribe, pero hay que recordar que nada de eso lo hace para él. Lo hace para que sea visto, oído, leído por los demás y claro esta para que les guste, les interese, les preocupe, les haga reflexionar.
Es como el que va al psicólogo porque algo le va mal y el psicólogo descubre algo de lo que aun siendo entorpecedor para su vida no se había dado cuenta. Generalmente esos fallos son hábitos que están tiempo y tiempo sin ser corregidos, porque forman parte de su forma habitual de actuar, valga la redundancia.
Hay una muy vieja anécdota del mundo de los toros.
Esa tarde el torero estaba mal, muy mal, le gente aplaudía poquito, apenas; hacía mucho sol, de repente se oyó una voz desde lo alto del tendido de sol precisamente que dijo y se oyó en toda la plaza: ¡MALO! (quizás fue otro el exabrupto, pero que cada cual lo imagine) Entonces el torero, en ese momento lejos del toro, se volvió hacia donde había salido la voz y dijo: ¡ANDA BAJA Y TOREA TU!. Curiosamente la plaza se mantuvo callada y la voz que había dicho lo que fuera contestó: ¡NO, YO HE DE MIRAR, ERES TU EL QUE HA DE TOREAR!
Nuestros amigos nos deben criticar y es de agradecer que, en vez de usar el ¡MALO! de la corrida, nos expliquen, con más detalle, lo que no les ha gustado.
Nosotros hemos de aprender de su crítica, conocer nuestros errores, rectificar o sea hacerla CONSTRUCTIVA. De quien critica solo podemos pedir que sea VERAZ.
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