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Los historiadores objetivos, cuando lo que quieren es que las realidades queden grabadas para conocimiento de las futuras generaciones, no mienten, ni inventan, ni interpretan realidades, simplemente describen lo que ven, lo que las generaciones dejaron escrito..., nunca “pasan página” para quedar bien.
Existen cuatro tipos de censura: la que uno se hace a sí mismo, la que hacen los sistemas jurídicos-políticos; los sistemas económicos, y, cuarto, las culturas-sociedades-ideologías. Nadie niega que según las grandes leyes, en la Constitución existe un panorama muy amplio de libertad de expresión, de conciencia, de culto, de pensamiento, de publicación, etc.
En la compleja danza entre poder y libertad, el anhelo de control ha sido un motor perpetuo de la historia humana. Desde los regímenes totalitarios hasta las dinámicas cotidianas, el deseo de dominio sobre otros se manifiesta de diversas formas, moldeando sociedades y restringiendo la autonomía individual.
Menudo revuelo y zapatiesta se ha formado con lo que parece ser que fue una cosa sin importancia. Un grupo de personas confeccionan una especie de piñata, cuya figura, según lo que he visto en las noticias, es un muñecucho con una nariz excesivamente larga. Bien, pues esas personas y las que se les añadieron comenzaron a apalear la piñata en la puerta dese la sede del PSOE, hasta que la hicieron trizas.
En el vertiginoso mundo de los shooters en primera persona, la franquicia Call of Duty, joya de la corona de Activision, ha sido durante mucho tiempo un titán que ha marcado la pauta en el género con su atractiva narrativa y su innovadora jugabilidad, tan emocionante como una ronda de ruleta en un casino con licencia, donde la estrategia y la suerte deben fusionarse para obtener la victoria.
Visto que el deporte oficial de la semana es sacudir a Ridley Scott por las inexactitudes históricas de su última película, me he sumergido en su filmografía para comprobar que esto no es casualidad. Por ejemplo, en Blade Runner (1982), el 2019 de su película no se parece ni por asomo al 2019 actual. Para empezar apenas llueve. Lo curioso es que ningún crítico se queja de esta enorme metedura de pata.
Todo trabajo tiene un coste añadido, cualquier oficio comporta un peaje que tiene que pagar todo aquél que quiere ejercerlo. Las fuerzas del Orden Público están expuestas a mil peligros, quien se sube a un andamio corre un riesgo inevitable, el que conduce un vehículo sabe que su vida le va en ello.
Alguien me preguntará: ¿a qué, o a quien, le borraría la decimocuarta letra del abecedario de nuestra lengua? Mi respuesta es muy sencilla: al primer apellido del presidente de los Estados Unidos de América. De esta manera, que quedaría en Joe Bidé, o Bidé a secas. Y ¿por qué? Pues muy fácil: el anciano Bidé está realizando entre sus desastrosas actividades políticas, equivalentes funciones que el famoso sanitario para nuestro aseo personal.
Si el indigenismo de aquellos países no ha sido capaz de establecer verdaderas democracias, se les debería pregunta a ellos cuál a sido la causa. No fue culpa de Colón ni de los españoles que, lo que llevaron a aquellas tierras, aparte de la religión, fue una cultura y civilización de la que carecían en absoluto por aquellos tiempos.
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