Todo trabajo tiene un coste añadido, cualquier oficio comporta un peaje que tiene que pagar todo aquél que quiere ejercerlo. Las fuerzas del Orden Público están expuestas a mil peligros, quien se sube a un andamio corre un riesgo inevitable, el que conduce un vehículo sabe que su vida le va en ello. Así podría enumerar infinidad de situaciones, pero solo me fijaré en una que, por su calidad y cualidad es el centro de la mirada y atención de los españoles. Me refiero a los políticos. Quienes ejercen los oficios que he mencionado anteriormente lo hacen por necesidad y obligación. Necesidad porque es la forma con la que se ganan la vida, y por obligación porque no tienen otra posibilidad. Ningún humano tiene necesidad ni el deber de ejercer, ni de dedicarse a la política. Quien se consagra a este menester es porque le place y encuentra satisfacción en ello, de forma tal que, si en algún momento recibe más molestias que satisfacciones, con abandonar el puesto que ocupe y volver a ser un ciudadano más tiene suficiente, a ningún político le ponen una pistola en el pecho para que lo sea, por ello, si continúa el lo que ha escogido, tiene que saborear las mieles y las hieles que ello le acarree, ya que lo ha elegido libre y soberanamente, de forma tal que tiene que apechar con lo que, por ello, la sobrevenga. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se está dando el caso de que quien, por ahora, preside nuestro Gobierno, el “ínclito” y “nunca bien apreciado” Pedro Sánchez, allá donde se presenta es recibido con rechiflas, silbidos, denuestos y, en algunas ocasiones, insultos (cosa que no se le debe decir a nadie). No es lo mismo decir “pobre hombre” que “hombre pobre”. El hombre pobre es aquel que tiene escasos o pocos medios de subsistencia y se ve abocado a vivir de la caridad de los demás. El pobre hombre es el que, la mayoría de las veces, no teniendo valía alguna se reviste de una prepotencia y, en ciertos momentos, hasta de agresividad, sin motivo alguno, que hace que los que lo observen se burlen de él o lleguen a decir: “pobre hombre, si no da más de sí”. Esto es lo que lo ocurre a Pedro Sánchez, no da más de sí en todos los sentidos, una de las muestras la tenemos en su tesis doctoral, asunto tan manoseado que no merece la pena que se hable de él. El pobre hombre cuando ve que le pitan, lo abuchean y le lanzan improperios, no entiende por qué motivo, dada su enorme egolatría. Tanto es así que ha tomado miedo a presentarse en público, bien en una plaza de pueblo, local o lugar en el que esté expuesto a la protesta y bronca. No concibe cómo los ciudadanos, la gente, el menudo no se deshace en alabanzas, reverencias y parabienes hacia su persona por lo bien que hace todo, por cómo se “desvive” por el ellos. Es incapaz de entender que los españoles estamos muy “quemados” y hastiados de sus incontables mentiras, trapisondas y fullerías. Que no lo soportamos, que estamos cansados de él, de su camarilla, y de la forma con la que está gobernando y llevando a España a un precipicio del que va a ser muy difícil, cuando no imposible, salir. Su narcisismo lo lleva a ilusionarse con que todo lo hace bien, el sahumerio de incienso en el que sus incondicionales lo envuelven lo tiene adormecido y obnubilado. Si tuviese dos dedos de frente sabría que el humo del incienso marea y hace perder la cabeza al hombre más sensato, y que tiene que tomar contacto con la realidad, que solo lo soportan sus conmilitones. Precisamente eso es lo que le hace falta sensatez y cordura para entender que, al ocupar el puesto que ostenta, tiene que soportar críticas, sátiras, abucheos y rechiflas. No es el primer Presidente del Gobierno de España a quien el pueblo le demuestra que no lo quiere. A Rajoy llegaron a darle un puñetazo, Aznar sufrió el atentado de ponerle una bomba, y Zapatero posiblemente fuese más escarnecido que él. Pero este pobre hombre, como no da más de sí esta endiosado y enamorado de sí mismo solo quiere aplausos, vítores y alabanzas, por ello, de treinta y tantos actos que tenía programados para contactar con el pueblo, ha cancelado los que le quedaban, en el momento que los ciudadanos le han demostrado su aborrecimiento, en los primeros.
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